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63ª Mostra de Venecia

Adiós melancólico al orgullo obrero

El italiano Gianni Amelio ofrece un retrato descarnado del monstruo industrial chino

Enric González

Hay viajes que no terminan con el regreso. Hacen pensar. De esa categoría forma parte el viaje a China propuesto ayer en la Mostra veneciana por el director Gianni Amelio, uno de los pocos supervivientes del naufragio del cine italiano. La stella che non c'è, traducible como La estrella que no existe o La estrella que falta, es un salto a ciegas en las fauces pavorosas de la nueva hiperpotencia industrial, y un adiós melancólico a lo que una vez se llamó "orgullo obrero". No se trata de una película fácil. Pero si el espectador pone un poco de su parte, el resultado es más que satisfactorio.

Podría ser que La estrella se llevara alguno de los premios importantes. El fracaso de Amelio en su anterior intento de ganar el León de Oro, con Las llaves de casa, enfureció a la crítica italiana. Quizá la Mostra se sienta en deuda con Amelio, que, en cualquier caso, juega en casa. Esos factores pueden ayudar a La estrella. Y al protagonista masculino, Sergio Castellito, que a día de hoy parece destinado a hacer pareja con Helen Mirren (La reina) en los galardones a la mejor interpretación. A Castellito sólo se le puede plantear una objeción: se le nota demasiado que busca el premio. En ciertos momentos, el espectador del festival teme que el actor interrumpa la escena para hacerle un guiño al jurado. Tai Ling, la joven actriz china que da la réplica a Sergio Castellito, no busca con los ojos al jurado y se limita a actuar muy bien.

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Alfred Hitchcock llamaba McGuffin a un elemento superfluo del guión que le permitía enredar al público y guiarle por un camino inesperado. En La estrella, el McGuffin es una pieza mecánica. La historia arranca en unos altos hornos italianos que venden toda su maquinaria a una sociedad china. La empresa cierra en Italia y despide a sus trabajadores, pero el jefe de mantenimiento, un tal Vincenzo Buonavolontà (Castellito), avisa a los compradores de que hay un problema con la seguridad de las máquinas. Los chinos se hacen los suecos y se largan con el horno. El ingeniero en paro consigue detectar la pieza defectuosa, construye un recambio y viaja hacia China para ofrecer a la nueva propiedad la solución al defecto.

A los chinos, y al propio Amelio, no les interesa lo más mínimo la pieza que carga el ingeniero. Se trata sólo de una excusa para retratar al monstruo industrial chino. Vincenzo Buonavolontà recorre el país en busca de la factoría que se ha quedado con la maquinaria italiana y descubre un presente que es a la vez pasado y futuro: la China eterna y sumisa suministra combustible humano a unas ciudades y unas factorías de escala titánica, donde la seguridad de un obrero metalúrgico es la última de las preocupaciones.

Contra lo que pueda parecer a primera vista, La estrella no está pensada para consumo exclusivo de sindicalistas y jefes de personal. En realidad, vale para todos los públicos. Cualquiera puede identificarse con el obrero especializado al que ya sólo queda el orgullo del trabajo (perdido) bien hecho, y la crisis que sufre en su penoso periplo. El filme rebosa ternura, desamparo e inteligencia. El encuentro de dos mundos distintos e igualmente infelices se narra con elementos sencillos y comprensibles, montados sobre una estructura hermosamente minimalista. No es, en puridad, lo más redondo que se ha visto en Venecia (en ese puesto sigue La reina), pero se trata del mejor Amelio en bastantes años y de una buena película.

De otros viajes se recuerdan los aeropuertos, los mosquitos y los grifos defectuosos del hotel. El intocable, de Benoît Jacquot, tiende a parecerse a esas vacaciones no especialmente desagradables en las que, sin embargo, uno embarca con alivio en el avión de vuelta. El propósito de Jacquot se parece mucho al de Amelio. Se lleva al espectador a India en busca de algo que se presume vital y que, finalmente, carece de importancia. La diferencia está en que Amelio descubre algo inesperado, mientras el presunto descubrimiento de la protagonista de Jacquot, una joven actriz deseosa de ver por primera vez a su padre (un miembro de la casta de los Intocables, ahí tampoco hay sorpresa), resulta difícilmente descifrable.

El intocable busca un público que a la salida del cine monta en casa una cena con quesos blandos y vino tinto, eso que se hacía tanto en los setenta, y discute sobre el significado del final, preferentemente en francés. La China de Amelio existe. Los Intocables también. El público de Jacquot, a estas alturas, debe haberse extinguido.

No hay mucho que decir sobre la tercera película en concurso, Exiliados, de Johnnie To: mafiosos chinos en Macao, honor entre asesinos, balaceras, sangre, un humor particular y un desarrollo tan previsible como un videojuego. Johnnie To sí cuenta con un público fiel, joven y tal vez alérgico al queso francés y al vino, que no quedará defraudado con su último trabajo. Formalmente, Exiliados posee una fuerte personalidad. Lo cual no debe ser interpretado necesariamente como un elogio.

La actriz Tai Ling y el actor Sergio Castellitto, en Venecia.
La actriz Tai Ling y el actor Sergio Castellitto, en Venecia.EFE

LA JORNADA DE HOY

En concurso sólo se presenta la película rusa Euforia, de Ivan Vyrypaev.

El interés de la jornada está fuera del concurso.

El día comienza con El diablo viste Prada, de David Frankel (director de episodios de Sex and the city y Band of brothers), una sátira sobre el mundo de la moda protagonizada por Meryl Streep.

Más tarde, Inland Empire: tres horas de algo (esperemos a verlo para definirlo) de David Lynch, León de Oro especial de este año, con Laura Dern y Jeremy Irons.

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