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Columna
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Gracias por tu vida, 'Negra' Sosa

Cada cual tiene sus joyas de la corona, y un servidor guarda de sus inicios en el periodismo -es decir, sin sueldo, en una revista cultural, probablemente sin público- una entrevista a Jorge Cafrune que me dejó helado. Fue una hora de entrevista en el Teatro Arriaga, tras el escenario donde actuaba dos horas después, de la que se me quedaron algunas frases grabadas. La primera, rotunda, cuando el barbudo y orondo argentino me recriminó que "los españoles tenéis mucha jeta. Nos mandáis a Pedrito Rico y nosotros os enviamos a la Negra Sosa". Me dejó sin palabras porque un servidor conocía a Mercedes Sosa, la gordita tucumana con esa voz portentosa, semihombruna pero cálida, a la que le bastaban un par de guitarras y un tambor para llenar el escenario más grande del mundo. Pero reconozco que no tenía noticias de Pedrito Rico, aunque el nombre artístico me anunciaba que no se trataba de un cantautor, ni siquiera de un popero al uso de Los Brincos o Los Pecos. Si acaso, un coplero (bendita copla) venido a menos. Comprobado el experimento, Pedrito Rico venía a ser algo así como el artista de cámara de Cine de barrio.

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No había color, ciertamente. Aquellos setenta fueron un intercambio desigual entre España y América. Aquí conocimos a toda la égida del rojerío, Quilapayun, Inti Illimani, Victor Jara, Violeta Parra, Carlos Puebla, Horacio Guarany y nos enamoramos como locos de Soledad Pastorutti. Sobre algunos también me alertó Cafrune: "Para llamarse gaucho hay que lavarse la jeta", decía de Gauchos 4, y a Facundo Cabral le recordaba "cuando se llamaba El Indio Juan y cantaba canciones de Palito Ortega". Lo cierto es que nosotros tampoco enviábamos joyas precisamente hasta que parecieron por allá tipos como Sabina o Serrat. La balanza fue muy desigual, es cierto.

Pero en todo el barullo que acompasa siempre cualquier movimiento, hay valores estables, balanzas que equilibran la calidad, la inteligencia, la sensibilidad. Y ahí, entre otros, estaba Mercedes Sosa, la Negra Sosa, una mujer de los pies a la cabeza, un vozarrón sensible, una cantante para toda la vida. Todo el mundo la recuerda por Gracias a la vida, una magnífica canción de la chilena Violeta Parra que escribió como testamento antes de suicidarse por amor. La Negra Sosa tenía la capacidad de superar a los autores, algo que muy pocos pueden decir en la vida. Y como pocas, con ese vozarrón podía cantar por lo bajinis con esa sensibilidad, ese susurro, sin necesidad de explayar sus pulmones. En eso se parecía a Amalia Rodrigues, Dulce Pontes, Serrat, Leonard Cohen y tantos otros entre los que un servidor incluiría a Concha Piquer, o de las actuales a Pasión Vega (la mujer española con mejores registros musicales). Gracias a tu vida, buena Negra; a tu voz, buena Sosa; a tu belleza, Mercedes. Hoy he bajado la lámpara de Alfonsina un poco más y he mirado al mar y a la luna tucumana de Yupanqui. Y has resucitado. Gracias, Negra.

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