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Los papeles del ‘Guernica’

Genoveva Tusell detalla la operación Cuadro grande: un esfuerzo diplomático para traer el mural de Picasso a España

Los operarios del MoMA recogen el 'Guernica' para su traslado a Madrid, el 9 de septiembre de 1981.
Los operarios del MoMA recogen el 'Guernica' para su traslado a Madrid, el 9 de septiembre de 1981. JAVIER TUSELL (EL PAÍS)

Quizá, solo quizá, haya un cuadro más famoso, pero nunca hubo uno tan político como el Guernica de Picasso. Tomó el nombre de un pueblo bombardeado en la Guerra Civil, creció como alegato contra la guerra, se exhibió en medio mundo como herramienta de propaganda política y es tan símbolo de la paz como la paloma blanca. Lo encargó la República, lo quiso Franco, lo reclamó el Parlamento vasco, lo pidieron los catalanes, se lo han peleado algunos de los museos más importantes de mundo, como el Prado, o el MoMA, de Nueva York. Pero finalmente, haciendo honor a su significado, puso de acuerdo a expertos, familiares y políticos de todas las ideologías: el mural debía volver a España. Y volvió. Era el 10 de septiembre de 1981, el último viaje del cuadro más famoso del mundo. Quizás.

El mito de Lorca, asesinado, quemaba al Régimen franquista, y la fama de Picasso, que prometió no volver a España hasta que no se restauraran las libertades, no dejaba de crecer en todas partes. Los gerifaltes de la dictadura querían poner remedio a esto más pronto que tarde y no dudaron en entrevistarse con el pintor malagueño en Francia por ver si torcían su voluntad y se iniciaba un periodo de colaboración artística, a pesar de que en las listas negras españolas figuraba señalado como comunista.

De modo que, con todas las cautelas políticas, hasta saber a quién correspondía la propiedad del mural, el Régimen inició sus pesquisas, el almirante Carrero Blanco pidió permiso a Franco para eso, y un informe del consulado español en Nueva York alabó las virtudes de la obra que además, hoy, decía, “valdría una millonada y sería una atracción turística de primer orden”. Era 1968.

Dominguín dijo que no

Al matrimonio Picasso, Pablo y Jacqueline, y al que formaban el torero Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé les unía una gran amistad. A ellos recurrió la dictadura franquista para que mediaran en la vuelta del Guernica a España. Lo intentó el director de Bellas Artes Florentino Pérez Embid, a finales de los sesenta, pero el torero no podía hacer nada porque Picasso había roto su amistad con él a raíz de su separación de Lucía Bosé. A ella le ofreció Pérez Embid "una sustanciosa remuneración", que rehusó porque "no quería poner en peligro", la amistad con el pintor, relata Álvaro Martínez-Novillo, subdirector general de Artes Plásticas entre 1979 y 1982, que ha redactado el epílogo del libro.

Franco dio orden de que no se vigilase el coche del torero Dominguín cuando volvía de Francia por si en él quería entrar Picasso.

Todos estos detalles, fruto de una investigación de años, los ha recopilado Genoveva Tusell en un libro titulado El 'Guernica' recobrado. Picasso, el franquismo y la llegada de la obra a España (Cátedra). Historiadora del Arte, la autora es además hija del fallecido Javier Tusell, uno de los hombres que jugó un papel determinante para la vuelta del cuadro a España, tal y como Picasso dejó dicho.

Pero el sigilo no fue suficiente y la noticia de que el Régimen quería recuperar nada menos que el Guernica así como las facilidades que se ofrecían al pintor -homenajes, condecoraciones, exposiciones, halagos públicos-, se filtró a la prensa y el New York Times llegó a titular: “Franco se vuelve fan de Picasso”. Pero el pintor no era en absoluto seguidor de Franco y aquellas noticias no hacían más que alarmarle. Alérgico a los testamentos, el malagueño vio la necesidad de dejar por escrito su negativa a que el cuadro, que descansaba en el MoMA, volviera a España con el caudillo vivo. Los medios españoles habían recogido también declaraciones del pintor en las que ponía como condición para la recuperación del mural la vuelta de la República.

A instancias de su abogado y amigo Roland Dumas, una carta firmada el 15 de diciembre de 1969 asegura, finalmente, la voluntad del pintor en estos términos: el cuadro debe volver a España “cuando se hayan restablecido las libertades públicas”, algo que debería determinar el propio Dumas llegado el día.

Poco después, en 1971, en una carta dirigida al MoMA, confirma de nuevo que tanto el mural como los estudios preparatorios “están destinados al gobierno de la República Española”. Allí acabaron los intentos franquistas por hacerse con el cuadro, que, salvo iniciativas privadas, que siempre hubo, no se retomarán hasta la entrada de la democracia, que no llegó en forma de República.

“Picaso siempre dijo que el cuadro pertenecía al pueblo español y su deseo era que estuviera en el Prado. Eso no admite dudas, si bien es cierto que entonces no había un museo como el Reina Sofía, en el que está ahora. Mi padre se opuso cuando lo pasaron del Casón del Buen Retiro al Reina, yo creo que ahora ya está bien donde está”, dice la autora del libro, que siempre recuerda el gran trabajo en equipo que se desplegó en la democracia para que el Guernica volviera, unas negociaciones que la prensa seguía concienzudamente, a pesar de la clandestinidad con que se llevaron algunos asuntos debido a la seguridad amenazada del cuadro, tanto en España por la extrema derecha, que obligó a proteger el mural con un enorme cristal a su llegada, como en Estados Unidos, donde había sufrido algún percance.Los comunicados que se intercambiaban los políticos y conservadores del museo se referían al asunto como operación Cuadro Grande para garantizar su seguridad y la tarde del 9 de septiembre, cuando el MoMA cerró sus puertas, los visitantes de aquel día no sabían que era la última vez que verían el cuadro fuera de España.

Se sabe que lo desprendieron del bastidor y lo enrollaron con sumo cuidado, que un camión atravesó Nueva York hasta el aeropuerto en medio de un atasco descomunal por un apagón en los semáforos y que llegó a España sin que los pasajeros del avión lo supieran hasta que el capitán, al aterrizar en Madrid se lo comunicó. Muchos recuerdan cómo un gran despliegue policial lo escoltó hasta el Casón, que ya había sido acondicionado para recibir al ilustre inquilino y cómo muchos españoles salieron a la calle para recibirlo entre aplausos.

Lo que Genoveva Tusell cuenta en este libro es la intrahistoria de aquel viaje, las negociaciones diplomáticas y los puñetazos en la mesa hasta que el cuadro inició por fin su camino a casa. Los avances y los retrocesos, la voluntad política y el enredo con los herederos, la débil democracia y aquel bigotudo golpe de Estado que por poco da al traste con todo.

¿De quién era el Guernica? En las negociaciones se tuvo en cuenta la voluntad expresada por el pintor, se tomó en consideración el criterio de su abogado Dumas sobre las garantías democráticas en España; también el criterio de los herederos, en especial el de Maya Picasso, guardiana como ninguno de la memoria política de su padre, que no acababa de ver aquella España plenamente democrática; se prestó atención a la voluntad de los museos, de los expertos. Pero el as en la manga que tenían los negociadores españoles era la factura que pagó la República por el cuadro porque con ese papel en la mano no había más que hablar. Pero antes había que encontrarlo. Mientras eso ocurría, la diplomacia se abría camino.

Se sabía que el escritor Max Aub había pagado 150.000 francos a Picasso por el cuadro, un encargo de la República para el pabellón español en la Exposición internacional de París de 1937. Pero la factura nunca apareció. El diplomático Rafael Fernández Quintanilla, muy relacionado con la cultura y la Administración desde años atrás fue enviado a Francia en 1977 con dedicación exclusiva para buscar aquel documento que acreditara la propiedad del Guernica. Los papeles estaban en el archivo del embajador de la República en París Luis Araquistain pero su hijo pedía por el archivo completo cuatro millones de francos. A su muerte, la suma se rebajó sustancialmente y el Gobierno de Adolfo Suárez pudo pagar esa parte del archivo.

Los herederos estaban reticentes, Maya, ya se ha dicho, más que ninguno. Fueron tantas las conversaciones y cartas que Javier Tusell y ella llegaron a trabar amistad. Recuerda Genoveva Tusell que “Maya estaba encantada con un presidente tan apuesto como Adolfo Suárez”, al que finalmente se recurrió para ablandar su voluntad. El presidente les escribió a todos los herederos en enero de 1981 solicitando su colaboración e invitándoles a los fastos organizados para el centenario del nacimiento del pintor. Cuando ya el camino se allanaba por este extremo, Tejero entró con las pistolas al Congreso. “Aquello se creyó que sería el final de las negociaciones”, dice la autora del libro. Pero muy al contrario, la respuesta del pueblo español y de las instituciones ante aquel golpe de Estado asentó las convicciones de que España avanzaba con solidez hacia la democracia.

El verano de aquel año, sin embargo, se hizo duro. Tusell pasó las vacaciones trabajando en Madrid y enviado cartas al MoMA para recordar que nada había cambiado y seguían intentando traer el cuadro. Y por fin llegó a Madrid. El último director de Bellas Artes que tuvo la República, Josep Renau, fue invitado al montaje del cuadro en el Casón del Buen Retiro: “Para mí es el final de una pesadilla [...] Es un fenómeno curioso el hecho de que el Guernica,que no es un fenómeno político, pueda llegar a ser tan beneficioso para la democracia”.

Un libro lleno de curiosidades

En 1939, Picasso, que ya vivía en Francia, prometió no volver a España mientras durara el régimen franquista.

El primer museo Picasso del mundo fue el de Barcelona, que se inauguró en 1963. Algunos de los cuadros que engrosaron aquella colección viajaron en la clandestinidad desde Francia, aprovechando días festivos.

En 1961, se celebró la primera y única exposición organizada por un organismo oficial español en vida del artista. Se celebraba el 80º aniversario del pintor.

Boadella va a la cárcel en 1978. Era el cabeza del grupo de teatro Els Joglars y fue detenido por la obra La torna, sobre la ejecución de Salvador Puig Antich. Paloma Picasso comunicó al ministro Pío Cabanillas que suspendía las negociaciones sobre el Guernica.

La prensa de Estados Unidos decía en 1962 que los comunistas soviéticos consideraban el Guernica "una perversión estética" con víctimas representadas como "monstruos" y que la exhibición de las obras de Picasso estuvieron prohibidas allí hasta los cincuenta.

En 1940, Picasso solicitó la nacionalidad francesa. Los alemanes habían entrado en París y a los extranjeros se les interrogaba a conciencia. No se la concedieron. Se recordó su adhesión a la República y que fue director del Museo del Prado. Nunca más volvió a pedir la nacionalidad. En 1944, se afilió al Partido Comunista francés.

Dora Maar recibió 240 francos por las fotos del proceso de creación del Guernica en 1937, a cargo de la República española. En 1998, el Gobierno volvió a pagar por ellas 14 millones de pesetas en una subasta en Francia. Están en el Reina Sofía.

El ministro Fernández Ordóñez visitó el MoMA en 1978 y preguntó si le darían el Guernica a cambio de un velázquez. Contestaron que mejor por dos.

Los socialistas (Felipe González) habían ido a ver el Guernica al MoMA, pero no acudieron a la inauguración del cuadro en el Prado, a la que sí fue la Pasionaria.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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