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Julian Barnes: “Los monstruos del siglo XX se comieron a los héroes”

El autor publica ‘El ruido del tiempo’, sobre la trágica historia del compositor Dimitri Shostakóvich “Los británicos siempre hemos sido los malos europeos”, dice sobre el Brexit

El escritor Julian Barnes, en Edimburgo, en agosto de 2015.
El escritor Julian Barnes, en Edimburgo, en agosto de 2015. Roberto Ricciuti (Getty Images)

El 28 de enero de 1936, dos días después de que Stalin abandonara una representación de la ópera Lady Macbeth de Mtsensk, el Pravda publicó un editorial que constituye quizá la más aterradora crítica musical del siglo XX. La abundancia de errores gramaticales hizo sospechar a muchos que era el propio Stalin quien lo había escrito: nadie habría osado corregir al dictador. La reseña cambió para siempre la vida del autor de la ópera, un Dimitri Shostakóvich de 29 años, cuyo trabajo había cosechado un reconocimiento internacional que aquel día se volvió contra él. Ese texto podía significar un billete a Siberia o a la tumba.

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El ruido del tiempo (Anagrama), la última novela de Julian Barnes, empieza de madrugada en el rellano de una escalera. Shostakóvich apura nervioso su quinto cigarrillo con el abrigo puesto y una pequeña maleta a los pies, esperando a una policía política que nunca llegaría. Prefiere aguardar a las puertas del apartamento en el que su hija duerme y su mujer finge dormir, con la esperanza de que, si lo encuentran fuera, no entrarán a por ellas.

Shostakóvich sobrevivió, siguiendo los dictados del poder, adaptando su arte a la estética oficial. Se convirtió en uno de los más grandes compositores del siglo XX, a costa de una parte de su dignidad. Su historia es un brutal ejemplo de los juegos entre el poder y el arte que Julian Barnes, a sus 70 años (Leicester, 1946), ha decidido abordar con la libertad de un novelista y sin los corsés de un biógrafo.

Recibe a EL PAÍS en su casa del norte de Londres. Un hogar en el que uno se perdería curioseando entre libros y recuerdos, que se antoja grande para un hombre solo. Su esposa, la agente literaria Pat Kavanagh, falleció en 2008. La entrevista se produce unos días antes de que los británicos decidieran abandonar la Unión Europea, un desenlace que no esperaba, pero temía, un eurófilo como Barnes.

No fui feliz en mi piel hasta que me convertí en escritor”

Pregunta. Su admirado Flaubert dijo que los protagonistas de las novelas no deben ser monstruos ni héroes. ¿Habría aprobado la elección de un personaje como Shostakóvich?

Respuesta. Es gracioso que utilice esa cita, porque cuando empecé a pensar en el libro iba a utilizarla yo. Él decía que la ficción debe reflejar los tiempos modernos, y que ya habían pasado los días de héroes y monstruos. Mi intención era que el narrador del libro explicara que en el siglo XX los monstruos volvieron y se comieron a los héroes, así que no quedaron héroes, solo monstruos y gente comprometida. Luego pensé que era demasiado didáctico, más apropiado para un artículo que para una novela.

P. ¿Fue Shostakóvich un cobarde?

En el siglo XX los monstruos se comieron a los héroes"

R. Yo creo que fue todo lo heroico que pudo ser, dadas las circunstancias. Si quieres ser un héroe en la Rusia de Stalin, mueres. Tu familia y tus colegas también. Es más fácil ser un héroe, lo difícil es ser cobarde. Para ser un héroe solo tienes que serlo una vez. Cobarde debes serlo cada día.

P. ¿Es necesario acomodarse al poder para sobrevivir como artista?

R. Depende de la naturaleza del Estado. Creo que Shostakóvich es el compositor, en la historia de la música occidental, que más y durante más tiempo ha vivido bajo presión. En general, los compositores llevan una vida tranquila. Y hoy como escritor, en un país occidental, las únicas presiones son las de no tener dinero o lectores suficientes. O las presiones del éxito o el fracaso. Mi primer libro fue prohibido en Sudáfrica y El sentido de un final se prohibió en Irán. No me ha costado mucho dinero, y tampoco significa que no pueda viajar a esos países.

P. Comparte con Shostakóvich el miedo a la muerte. Dijo que cada día, desde los 13 años, piensa un poco en ella.

R. Oh, sí. Lo hago. Todo el mundo debería hacerlo. Creo, como Montaigne, que debemos pensar en la muerte cada día. Nos ayuda a entender la vida.

P. ¿Cómo ve el momento que vive su país?

R. Terrible. El referéndum sobre Europa vino de ninguna parte. Fue una promesa de Cameron para comprar a sus diputados y no pensaba que iba a ganar las elecciones. Subestimamos el extremo hasta el que nos castigarán los europeos, y con razón. Siempre hemos sido los malos europeos. Hemos sido el niño travieso en la última fila tirándose pedos.

P. Tras 40 años de carrera, ¿le sigue proporcionando el mismo placer escribir?

R. Más, si cabe, porque sé mejor lo que estoy haciendo. Cometo grandes errores, pero estoy menos ansioso y me proporciona la misma emoción. Por eso sigo haciendo periodismo también: me encanta escribir algo y que la gente me diga lo que piensa inmediatamente, sin esperar meses. No me sentí feliz en mi piel hasta que me convertí en escritor, cuando era un treintañero. Pensé: esto es para lo que estoy hecho. Este es mi negocio. Este es mi placer. Esto es lo que soy.

P. Vuelve a dedicar su libro a su esposa. ¿La echa de menos?

R. Mucho. Mis libros son para ella. Todavía escribo para ella. Siempre fue mi primera lectora.

P. ¿Qué cosas le hacen feliz?

R. Ser capaz de publicar libros que interesen al público. La semana pasada recibí una carta desde Hong Kong de una mujer que me daba las gracias porque mi libro Niveles de vida le había salvado la vida. Porque vio expuesta la verdad sobre la pérdida de un ser querido. Se dio cuenta de que es normal estar enfadado, que es normal que la gente no entendiera y no dijera lo adecuado. Sería una exageración, pero te pellizca el corazón y te anima a seguir escribiendo.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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