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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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He escuchado a Pasolini

‘Who is Me’ (Poeta de las cenizas) me ha devuelto la poesía seca, antisentimental y sensualísima del cineasta italiano

Gracias a Gonzalo Cunill y a Àlex Rigola he vuelto a escuchar a Pier Paolo Pasolini, gran contradictorio, dulce y rabioso, creyente y nihilista, profeta enloquecido y visionario; Pasolini rastreador de lo sagrado, ese pálpito de eternidad “que el laicismo consumista”, escribió, “ha arrebatado al hombre para transformarlo en un estúpido adorador de fetiches”. Rigola dirige y Cunill interpreta Who is Me. Pasolini (Poeta de las cenizas), un largo poema autobiográfico que Pasolini escribió en 1966, a su vuelta de Nueva York, a los 44 años, ocho antes de su muerte. El monólogo, de una hora, se recita en una caja de madera clara, una suerte de contenedor en el que caben, sentadas en bancos, unas 30 personas. Se estrenó en Temporada Alta; ahora está en el Institut del Teatre, en el Grec barcelonés, y se verá en los madrileños Teatros del Canal la próxima primavera.

Gonzalo Cunill habla con voz íntima, poderosa, confesional, como quien se dirige a un amigo una noche de verano, mirándole a los ojos. Viste de futbolista, otra gran pasión de Pasolini, con una camiseta de la selección nacional italiana, lanzando la pelota contra las paredes de la caja. Le escucho y escucho al poeta, autodefinido como “un pequeño burgués que lo dramatiza todo”, y su desprecio por la burguesía, su nostalgia por un subproletariado perdido, un mundo que olía “a jazmín y a sopa humilde”. Un Pasolini que canta a Ginsberg como Lorca cantó a Whitman, y que recuerda la época en la que no tenía ni cien liras para afeitarse.

En su primera parte, Who is Me, así titulado porque le habla a un imaginario crítico neoyorquino, evoca su tierra natal, un pueblo de grandes tormentas y montañas claras como vidrio; evoca al padre fascista, odiado y compadecido, a la madre adorada, al hermano muerto. En la segunda, habla de su trabajo, sus búsquedas, sus caminos, que va abrazando y quemando, siempre en busca de una libertad que le es negada, multada, condenada, y la persistencia del cine, en el que quiere ver un nuevo lenguaje apátrida (otra imposibilidad), y habla de dos obras inminentes, Teorema y Affabulazione, todavía dudando si serán novela, cine o teatro, y nos dice que su más intenso sueño, el que no tendría tiempo de cumplir, es ser músico, retirarse a componer en su anhelada torre de Viterbo.

Cunill y Rigola me han devuelto esta noche a Pasolini; su poesía seca, antisentimental y sensualísima; sus ideas, con el alto vuelo de un águila solitaria o despeñándose por el peso de formulaciones delirantes en las alas, y siempre su ansia de belleza atravesada por una furiosa pulsión fatal.

No me acaba de convencer el invento de la caja de madera; entiendo la ritualidad de la cercanía, pero tiene a ratos un aire de espectáculo “para gente selecta” que a Pasolini, imagino, le hubiera hecho arrugar la nariz. Who is Me (Poeta de las cenizas) se merece que lo vea más gente, inventar espacios algo más grandes e insólitos, sin perder esa proximidad.

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