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Las 1.022 páginas de ‘La Historia’ de Martín Caparrós

El escritor reflexiona sobre la reedición de su libro sobre una civilización imaginaria

Martín Caparrós, en conversación con Juan Cruz.Vídeo: EPV
Juan Cruz

El atributo de este hombre es la escritura. Torrencial (El interior, La Historia, El Hambre), viajera. Pero su aspecto es el de un muchacho que viaja desnudo. La revista Matador le pidió un objeto de su vida. Entregó libretas llenas de palabras incomprensibles, escritura apresurada del Martín pescador de historias.

Llega a los sitios como si quisiera estar en otro lugar a la vez y se atusa el bigote como si no se hubiera acostumbrado a llevarlo. Tampoco se ha acostumbrado a los pantalones, ajustados, la pernera mostrando la canilla blanca, desnuda; un adolescente que no acaba de sentir que es suya la ropa que lleva. Deja la bicicleta, pero entra en los bares como John Wayne: parece que aún cabalga sobre la montura. Si cronometras los segundos que piensa sus respuestas, en una entrevista, podrías sacar minutos de duda: “¿Ah sí? ¿Tú crees?".

Un viaje largo con él no desmiente esas impresiones: es reportero, se dice en las solapas de sus libros. Y uno se lo esperaría tomando notas en esas libretitas. Pero en ese cuerpo enjuto cercado por ropas estrechas ni un bolígrafo ves. ¿Lo guarda todo en la memoria? Quizá. Luego sus libros (los narrativos, como El Interior, La Historia) están llenos de notas; de hecho, en este último las notas superan a veces la narración. Le contamos, en una conversación en el Café Gijón, lo que le pasó a Vargas Llosa en Fráncfort. Un alemán llegó a él con un volumen tan grande como este de La Historia. El peruano dijo: “¡Con este volumen puede matar a un hombre!” El alemán se lo tomó en serio: “Pero no pienso hacerlo”. Caparrós comentó, sacando rápido: “¡Pues mira lo que hubiera podido hacer Vargas Llosa con Conversación en La Catedral! ¡Podía matar a dos, de placer, eventualmente!”.

El libro con el que no quiere matar a un hombre es su “más puro capricho”. Comienza con una cita de Cervantes y con una frase que debería ser memorable: “Ya no hay más muertes bellas”. El propósito, como el de todo creador literario, desde Homero a su amigo Gabo o a Faulkner, es suplantar a Dios. Por eso en su novela la civilización que crea es un mundo sin Dios. “¡Es que Dios quiero ser!”. Y se ríe, y se va, sin libreta, apenas cubierto por los ropajes del verano. Su atributo es la desnudez.

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