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EL PASEANTE distraido
Columna
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“Me lo pensaré”

Feria del Libro, donde los fogones venden tanto como el mal

Una caseta de la Feria del Libro de Madrid.
Una caseta de la Feria del Libro de Madrid.Jaime Villanueva

“Mira, allí hay una sombrita”. El grito más repetido en la Feria del Libro no lo arranca un autor confinado en su caseta, armado de bolígrafo y sonrisa. El grito más eufórico lo provocan los árboles piadosos que ofrecen cobijo en esta tarde implacable de Madrid. Saben los libreros que importa tener el tablero bien montado. Pero también saben, que al final, lo que marca el rumbo de los paseantes es el sol. Son las seis de la tarde y se van abriendo las persianas. Y su chirriar tiene el mismo efecto en los visitantes que la flauta de Hamelin. Aparecen de la nada con listas cuidadosas o con cara de despiste. Con botellitas de agua y planos convertidos en abanicos.

“¿Esto es el famoso En busca del tiempo perdido?”. Un señor pregunta a un librero de los que saben de verdad. Se lanza a por el estuche con los tres tomos de Alianza. Lo sopesa con la mano como si calibrara una sandía. “Cómo pesa. ¿No lo tiene usted más pequeño?”. El librero explica las bondades de la edición. Es inútil. Le acaban de contestar con la segunda frase más repetida de la feria: “Me lo pensaré”.

Aquí el peso sí importa. Hay quien viene buscando un libro finito. Y quien convierte su consulta en el reto de un concurso de televisión. “Es un escritor que hizo una histórica… de la edad media… como de Juego de Tronos pero todo verdad”. Al otro lado de la caseta el esforzado vendedor entona el enésimo ajá. Un policía municipal detiene su ronda para preguntar por Quién dijo rendirse. “Es para mi hijo”. Y como no lo tienen, y no es cuestión de darse por vencido cuando se busca ese título, pone rumbo con su compañero a la caseta de la editorial.

Hay quien sabe lo que quiere. Y va directo. Un chico y una chica chocan como dos bolas de billar sobre el mismo ejemplar. Ninguno de los dos se ha preocupado por el peso. Es el libro que buscaban. Pero solo hay uno. Tímida charla. Negociación. El librero ofrece una tarjeta. “Tengo uno en la tienda”. Tercera frase más repetida de la feria. El chico y la chica se quedan hablando decidiendo quién se lo llevará.

En la caseta de al lado, un remolino inesperado. Especialidad: gastronomía. Las librerías para fanáticos de las recetas se han multiplicado. A juzgar por el hervidero de curiosos, un observador imparcial diría que la máxima aspiración de los lectores es convertirse en estrellas del fogón. Cosa de los cocineros mediáticos. Todo el mundo les quiere imitar. Solo cabe esperar que ese afán mimético no sea el que anima a los clientes de la cercana caseta de novela negra. Frente a su ventanal no cabe ni un alfiler ni un puñal más. Siempre ha vendido mucho eso del mal.

Mientras, en el tendido del sol, miran con cierta envidia la efervescencia compradora de la sombra. Una librera se ha puesto a leerle unos párrafos a su compañero, con tal pasión que un paseante distraído se ha parado a escuchar. Se va con cara de me-lo-pensaré. Más allá, a lo lejos, sin preocuparse por el bochorno, el chico y la chica que buscaban el mismo libro pasean juntos. Llevan solo una bolsa. Quién sabe si de la Feria se han llevado ya algo más. Quién sabe si se lo pensarán.

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