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El orgullo negro de México

El documental 'Costa Chica' reivindica las tradiciones culturales de los afromexicanos

David Marcial Pérez
Fotograma del documental Costa Chica
Fotograma del documental Costa Chica

La cámara fija durante más de tres minutos: un muchacho mestizo comienza a vestirse en una choza de palma. Medias y camiseta de licra negra, un sombrero de paja, un cojín amarrado en el trasero, dos toallas hechas bola en el pecho, un collar de cuentas, pendientes de aro, una falda de flores y un huipil. Ya está preparado del personaje de la Minga. La cámara le sigue hasta un campo de bananos. Va a empezar la Danza de los diablos.

“Al negro se le conocía como el diablo del carnaval. Es un ritual mezcla de indígena y africano que ellos recuperan para el día de Muertos. Con máscaras de coco, cuernos de chivo y pelo de caballo, representan a unos diablos que bailan con la Minga, un personaje femenino con curvas, provocador, pero interpretado por un hombre”, explica Nicolás Segovia, el director del documental Costa Chica, que ha tomado el nombre de la franja del pacífico mexicano entre Oaxaca y Guerrero donde hay más rastros africanos.

Afrodescendientes, afromexicanos, afromestizos. “Ellos se conocen a sí mismos como negros –añade Segovia– Aún no se ha hablado bien de la migración forzada de africanos a México. Yo quería visibilizar esta cuestión a través de su aporte cultural. Hay mucha cultura en estas comunidades”. Para reforzar esa idea, como si el personaje de su documental fuera la comunidad entera –Costa Chica– las voces de su historia –casi todos artistas– no son presentadas con nombres y apellidos.

Aún no se ha hablado bien de la migración forzada de africanos a México

“Somos indios, pero a la vez somos negros. Sin embargo, no estamos reconocidos, como los indos que salen en los libros de historia y en los mapas” dice un hombre de tez morena, nariz achatada y bigotillo espumoso. “Yo no sabía que esta cultura era nuestra cultura –apunta otro, cuerpo grueso, más oscuro– hasta que un día junté a 56 viejitos, los emborraché y entonces empezaron a contarme. Ese fue mi principio. Estaba recuperando la cultura de los cimarrones”.

Cimarrones es el nombre de los esclavos traídos desde África a México por los colonos españoles en el siglo XVI para trabajar en las haciendas. Esclavos rebeldes que escaparon de la sumisión del amo y se refugiaron en lugares retirados, como la costa del Pacífico. Desde pequeño Segovia conocía la historia de los trabajadores negros de los campos de caña en Morelos, su ciudad natal, que escaparon a Oaxaca y Guerrero. “Después de acabar la carrera me fui a estudiar una maestría a Francia y hablando con compañeros mexicanos me di cuenta de que no conocían nada de esa historia”.

Siglos de mezcla han conformado unos cuerpos y un folclor puzle de africano, indígena y español. El son de artesa tiene influencia andaluza porque se baila como un zapateao sobre una tarima de madera. Las chilenas son un género de canción introducido por los marineros chilenos que pasaban por el pacífico con sus galeones y que en la Costa Chica le han incorporado la charrasca, una quijada de animal, que raspada con un palo de madera sirve de instrumento de percusión por la vibración de la dentadura. O la tigra, una especia de tambor redondo de piel de animal, con un palo adherido a la membrana que al frotar produce una especie de bramido.

La cinta, una coproducción mexicana y francesa, está siendo apoyada por la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Tras ser presentada esta semana en la Cineteca nacional, el plan es que gire por todo el país para mostrar el orgullo negro de México.

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.

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