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Contraquerencia | Segunda de Feria de San Isidro 2017

Rozar las nubes

Dejemos que Vladimir Ilich Lenin y sus descendientes en el centenario de su necedad se empeñen en asaltar los cielos y fijemos el ánimo en los toreros que logran rozar las nubes con las yemas de los dedos, con la delicada ligereza con la que alguno toca la cuarta cuerda de una guitarra o la mejilla intemporal de un musa. Hubo en la segunda corrida del ferial varios instantes de innegable grandeza: un puyazo de largo a un berrendo casi capirote, botinero, calcetero y coletero que equivocadamente reseñaron como simple salpicado y tres o cuatro pares de banderillas más que dignos a manos de los peones que se desviven con vestidos bordados en hilos negros o de plata, vedado el oro que se sólo se reserva para matadores y picadores (por ser éstos caballeros en plaza pública.

Me concentro en los breves instantes de un quite en el que Román nos recordó a todos que la eternidad es una larga cordobesa, como greguería de Ramón Gómez de la Serna y, segundos después, el dibujo isométrico de una soberbia Media Verónica en las palmas de las manos de Morenito de Aranda. Uno, parecía envolver con los vuelos del percal la algodonosa amenaza de una nube con lluvia, mientras el otro, arremolinaba en torno a su cintura la ventolera incómoda que se lleva a los nubarrones camino del atardecer en los jardines de Sabatini.

Sin suerte, Eugenio de Mora –aunque empeñoso e incluso, atrevido—no logró elevar su actuación a las nubes con las que dialogaron Morenito de Aranda y Román, primero en el ya mencionado tercio de sus quites y luego, en la sabrosa coreografía que conjugó Morenito al hermoso toro, que no simple salpicado, llamado “Cetrero” de 524 kilos, hierro de El Ventorrillo que se fue al cielo de los animales bravos sin una oreja. Se la cortó el de Aranda por la breve pero sustanciosa, pulcra pero inspirada combinación de naturales y pases en redondo… y un forzado de pecho que parecía confundirse con una nube gris que se asomó para verlo. El otro instante que no olvidaremos es el elevado vuelo de Román con el difícil sexto toro mal-llamado “Civilón” de 569 kilos y muy malas ideas. Fue más bien el “Incivilón” animal el que decidió en un pestañeo elevar el cuerpo de Román por los aires y caer en la arena con un costalazo que los médicos de cepa llaman “voltereta sin consecuencias” y que bien podría ser el adelanto de una metáfora para el anunciado estrépito con el que se desploman en las urnas los empecinados en asaltar los cielos por la fuerza, con verdades a medias y engaños ya no tan disfrazados… teniendo a vista de pájaro el ejemplo de lo contrario: rozar las nubes con la callada serenidad del valor a toda prueba, la bravura incluso con visos de mansedumbre y la pura verdad de un raro arte que al final se va volando con el viento.

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