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Muere Antonio Lamela, arquitecto de las Torres Colón

Fue uno de los arquitectos españoles modernos más prolíficos y entendió la arquitectura como una actividad empresarial

Anatxu Zabalbeascoa
El arquitecto Antonio Lamela frente a las Torres de Colón, en Madrid.
El arquitecto Antonio Lamela frente a las Torres de Colón, en Madrid.Álvaro García

En el umbral de los años setenta, Francisco Franco acudía por la noche a contemplar admirado cómo crecían las Torres Colón al final de la calle Génova. Ese edificio doble, erigido con el ingeniero Carlos Fernández Casado, no sólo anunciaba la modernidad, también la encarnaba: en Nueva York, ganó el premio a la mejor construcción de 1975 durante el Congreso Mundial de Arquitectura y Obra pública. Sin embargo, su avanzada tecnología retrataba más al propio Antonio Lamela (Madrid, 1926-2017) fallecido esta madrugada en su ciudad natal de una insuficiencia pulmonar, que a su país. Pionero y visionario, el autor de tantos hoteles Meliá y de la Terminal 4 de Barajas –junto a Richard Rogers- llevaba casi una década dedicado al estudio de las dos ciencias que él mismo acuñó: el Geoísmo y el Cosmoísmo, una especie de urbanismo de conformidad planetaria con los que abordó temas como la sostenibilidad (llamada por él naturalismo) cuando el diseño paramétrico hacía mirar para otro lado.

Por consejo su padre, un comerciante de harinas, Antonio Lamela enfocó la profesión de arquitecto desde un punto de vista pragmático. Así, no había terminado de estudiar cuando comenzó a encargarse de buscar el suelo, de comprar los ladrillos, de diseñar los edificios y también de venderlos. Conocer todas las fases de la construcción lo convirtió en un arquitecto singular. También haber viajado por el mundo. Quiso importar la modernidad que había visto en Norteamérica y así, en el Paseo de la Castellana de Madrid, levantó el primer edificio de viviendas con aire acondicionado y tabiques móviles y el primer supermercado –todavía en uso- en la calle Toledo de la capital.

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Saber mirar el mundo desde varios puntos de vista –conoció a Alvar Aalto en Finlandia y admiró las construcciones de barro del sur de Sudán- enriqueció sus edificios. Sin embargo, ese enfoque holístico que tanto le entusiasmaba, y que buscaba considerarlo todo, terminó aislándolo como creador. Muchos simplificaron su aportación a la de “un arquitecto afín al régimen de Franco”, cuando lo cierto es que –según declaró él mismo a este periódico- rechazar el puesto de Ministro de Obras Públicas del régimen le costó la desafección de un Caudillo que había contemplado con emoción cómo crecían las dos torres que Lamela levantó junto a la Plaza de Colón.

Inclasificable, pero en absoluto marginal, Lamela fue un prolífico arquitecto que resultó demasiado comercial para sus colegas –que construían mucho menos- y demasiado intelectual para promotores como José Banús o Alfonso de Hohenloe, que declinaron la modernidad de su propuesta y eligieron una opción más populista para edificar Puerto Banús.

Cabe preguntarse si con más edificios firmados por Antonio Lamela –que ideó más de 1000 inmuebles- España sería hoy un país más moderno o más consumido. Muchas de sus innumerables construcciones marcaron la Costa del Sol y las playas mallorquinas con edificios que en su momento –los años sesenta y setenta- se vieron como progreso, luego como especulación y que han sido finalmente calificados de modernidad nacional. Lamela se cansó de explicar que si bien sus bloques marcaron la costa mediterránea, también hicieron posible regarla. Esa era su idea del progreso. La misma que le hizo levantar el primer motel de España –El Hidalgo en Valdepeñas , en 1959- y un edifico como Galaxia, con zonas peatonales internas que “ la inseguridad ciudadana hizo fracasar”. Hoy, cuando la commodificación arremete contra el corazón de las ciudades más populares del mundo resulta aleccionador que tantos de los edificios de Lamela sean juzgados como emblemas de la modernidad y que cuenten con la protección del Docomomo Ibérico, la entidad que vela por la conservación de la arquitectura moderna en la península.

“Los médicos tienen suerte, entierran a sus muertos. Lo máximo que podemos hacer los arquitectos ante nuestros errores es esperar a que las hiedra los cubra”, declaró Lamela hace algo más de una década. En aquella ocasión, valoró en un 10% su obra construida que le generaba dudas. No parece mucho para un arquitecto que más que ser moderno, quiso modernizar con lo que construyó. Su hijo Carlos continúa al frente del estudio que él fundó.

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