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En busca de la juventud perdida en los vinilos

El periodista Eric Spitznagel ofrece una crónica sobre coleccionismo musical a través del empeño de recuperar sus viejos discos

Diego A. Manrique
Eric Spitznagel, con un ejemplar de 'Transformer', disco de Lou Reed.
Eric Spitznagel, con un ejemplar de 'Transformer', disco de Lou Reed.

Ya es todo un subgénero: escritos autobiográficos de hombres maduros que exploran su íntima relación con la música pop (en general, las mujeres evitan ese pantano). Como descubridor de la cantera, urge mencionar al británico Nick Hornby, con su célebre Alta fidelidad, novela publicada en 1995; luego llegaría el estadounidense Chuck Klosterman, con libros como Fargo rock city. Sumen ahora a Eric Spitznagel (Michigan, 1969), periodista freelance de alto nivel, acostumbrado a convertir encargos de reportajes para revistas de gran tirada en libros de buenas ventas. Su En busca de los discos perdidos (Contraediciones) parte de una entrevista con Questlove, el erudito baterista de la banda de rap The Roots. El músico alardea de que conserva perfectamente catalogados todos los vinilos que ha ido adquiriendo a lo largo de su vida. “Seguramente tú serás igual con los tuyos”. El periodista confiesa que no, que los fue vendiendo.

La decepción de Questlove es tan evidente que Spitznagel desarrolla un propósito de enmienda. Decide buscar los discos que fueron importantes en sus años de juventud y soltería. ¡Atención! No se conforma con nuevas copias de aquellos discos clásicos, algo ahora mismo al alcance de cualquier yuppie con dinero fresco. Quiere recuperar exactamente los mismos ejemplares con los que convivió: los que llevaban notas garabateadas en la funda, los vinilos que saltaban en un punto de determinada canción, aquel elepé de olor particular debido a que escondía su provisión de marihuana...

No hace falta destacar lo absurdo del empeño. En realidad, Spitznagel usa el reto para explorar el mercado de los discos de segunda mano: las compras por Internet, las tiendas especializadas, las ferias de coleccionistas. En una de ellas, su hijo está a punto de provocar una catástrofe; Spitznagel tiene un niño muy dinámico y una esposa altamente tolerante.

Cuatro elepés, otras tantas historias

The Replacements. Let it Be. Eric Spitznagel acude con el vinilo a la reaparición del grupo; el disco termina empapado y manchado de sangre.

The Rolling Stones. Let it Bleed. El autor pinchaba el elepé en la radio universitaria.

Van Morrison. Beautiful Vision. Spitznagel usaba Dweller on the Treshold para sus encuentros sexuales.

Billy Joel. The Stranger.

Hoy, Spitznagel acepta que la portada era pretenciosa. En su tiempo, para un chaval del Medio Oeste, destilaba sofisticación neoyorquina.

Su primera novia

Ella acepta, por ejemplo, que intente rastrear a su primera novia del instituto, que entonces era gran admiradora de Bon Jovi. Eric odiaba al grupo de New Jersey pero, para congraciarse con ella, se compró Slippery When Wet, su tercer disco, en cuya portada apuntó el teléfono del objeto de sus deseos. ¿Servirá el número para localizar a su antigua amada? ¿Aceptaría esta reunirse con semejante excusa? La actual imposición de evitar el spoiler obliga a pararse aquí.

Libros como En busca de los discos perdidos tienen un problema potencial: deben argumentar las fobias y filias de su autor y contener una ajustada dosis de impudicia sentimental. El listón está muy alto: el periodista Rob Sheffield publicó Love is a Mix Tape, donde retrataba la relación con su (fallecida) esposa a través de las casetes que se grababan. Eric Spitznagel no es tan esnob como Rob Fleming, el protagonista de Alta fidelidad: reconoce su devoción por Billy Joel y limita su coeficiente de rockismo a una pasión por The Replacements, grupo de los ochenta con biografía tormentosa.

En busca de los discos perdidos alterna los episodios cómicos con los momentos patéticos. Conviene recalcar que algunas situaciones carecen de verosimilitud pero nos llevan al último acto. Como en The Blues Brothers, Eric decide volver a juntar a la banda. Es decir, a los amigos y vecinos con los que compartió discos y porros durante los años ochenta.

Por una extraordinaria casualidad, la antigua casa familiar está vacía. Acude incluso su hermano Mark, ideólogo libertario convertido en multimillonario por sus despiadadas inversiones. Nos enteramos entonces de que su padre fue un personaje notable, un pastor de la Iglesia Unida de Cristo radical en su pacifismo. Allí hay otra historia que Spitznagel debería convertir en libro.

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