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“Puedes utilizar un libro para mejorar tu vida o para estropearla”

Los editores de La Felguera conciben su labor como la propagación de secretos que merecen ser contados

Beatriz Egea y Servando Rocha, editores de La Felguera.

La Felguera no es estrictamente una editorial. O no es únicamente una editorial. Es más bien un juego, un secreto, una revolución. Casi lo mismo que podemos decir de cualquier buen libro, ¿verdad? El origen de este proyecto se remonta al año 1996. Entonces formaba parte de una resistencia cultural con una asociación que apostaba por la mixtura entre arte y política, por la independencia y el compromiso. Ese grupo de personas anónimas que se juntaba para hacer fanzines o para agitar conciencias se llamaba Colectivo de Trabajadores Culturales.

Ocho años después comenzaron su labor como editorial y sólo cinco más tarde arranca la actual etapa, la de sociedad secreta. “Todo surge como un juego que nos tomamos muy en serio. Un juego al que invitamos a los lectores. Hacemos un llamamiento a todos aquellos que se quieran convertir en agentes secretos a que se pongan en contacto con nosotros”, explica Beatriz Egea, editora de La Felguera. Es entonces cuando se produce el misterio y comienzan a recibir correos electrónicos que deben descifrar, telegramas, mensajes secretos... Y es que La Felguera Editores —un nombre que proviene de la famosa revolución asturiana de 1934 que tuvo su epicentro en el pueblo de La Felguera— propugna la reivindicación de los secretos, de tenerlos, de compartirlos, de contagiarlos: “Los secretos hacen que algo sea contagioso y más en un momento en que todo se sabe. Todos sabemos todo de todos. Nosotros, en cambio, queremos transmitir secretos que son pequeños pero que son nuestros”, comenta Servando Rocha, el otro editor de La Felguera.

Esos secretos, naturalmente, son los libros que publican. Con este manifiesto animan a su comunidad de lectores: “El acto de escribir se comunica bajo la forma de un secreto, y lo hace por medio de otro acto que lo revela: la lectura”. Si el secreto no es sólo una revelación y opera como un tesoro que conviene ocultar, los agentes de esta sociedad se preguntan: ¿Cuántos secretos podrá soportar esta sociedad? La respuesta estaría entonces en las pistas de las página de todo su catálogo. Unas pistas que deben ser seguidas y resueltas.

En el casting literario que los editores de La Felguera realizan siempre salen escogidos los caníbales, magos, asesinos, criminales, verdugos, revolucionarios... Nadie que se ajuste a la más mínima normalidad. Algunos de esos agentes dobles son William Burroughs, Patty Hearst, Alan Moore o Richard Yates. Su catálogo, de hecho, se vertebra a través de cinco colecciones: True Crime (criminales, submundo killer, subcultura y hampa y fueras de la ley), Artefactos (ediciones relacionadas con arte y activismo), Narrativas del Desorden (Novela y crónica periodística), Memorias del Subsuelo (Contracultura, teoría crítica, política, filosofía y vanguardias), Zodíaco Negro (ocultismo y fenómenos extremos como terrorismo). Muchos libros de La Felguera tienen algo que les distingue del resto: “Están creados desde cero, no se trata de traducciones, sino de libros que queremos hacer e investigamos el modo de hacerlo”, detalla Egea.

Para estos agentes “todos los libros son importantes porque cumplen sueños”, pero hay tres que esgrimen como estandartes de su ideología editorial: La facción caníbal. Historia del vandalismo ilustrado, del editor Servando Rocha, un análisis detallado en torno al arte, el terror y el radicalismo político; W.I.T.C.H. (Conspiración Terrorista Internacional de las Mujeres del Infierno), la historia de la sorprendente una guerrilla feminista del Nueva York de los años 70, cuyas armas eran los conjuros y hechizos mágicos, el arte feminista y la acción directa; Ángeles fósiles, un tratado de magia y un manual para entender el universo de Alan Moore. Aunque entre todos ellos destaca, por bizarro, El Libro de la Ley, Aleister Crowley, una obra de culto de uno de los personajes más fascinantes, enigmáticos y polémicos del siglo XX, definido como la Gran Bestia 666 o el mismo Anticristo y al que muchos consideraron la persona más malvada del mundo. “Fue un proyecto muy ilusionante pero muy duro porque los derechos los negociamos con la orden religiosa O.T.O. (Ordo Templi Orientis) que son los legatarios de la obra de Crowley. Finalmente sacamos una edición de 777 copias numeradas”, explica Rocha.

En este tiempo casi ningún obstáculo les ha impedido ejercer su labor de agitación cultural y si los hay, no los explican porque —avisan— no son nada “quejones”. Si tuvieran algún defecto sería la envidia sana: “Nos hubiera encantado publicar Volt en Dirty Works, que es una de las editoriales que más admiramos, El árbol de Impedimenta y algunos libros de Atalanta, Valdemar, Siruela o La caja negra”. Sin embargo, en esta época de competencia feroz ellos creen que “aunque hay libros que nos gustaría mucho publicar, sabemos que habrá otros que lo hagan mejor”.

A pesar de su indiscutible pasión libresca y de sus más de dos décadas de trayectoria, no tienen una visión complaciente de ese objeto perfecto que llamamos libro: “No creemos en la idea manida de que los libros liberan. Los libros, más bien, son puertas y la nuestra es una labor de bricolaje, es decir, puedes utilizar un libro para mejorar tu vida o para estropearla”. Instalados en el meollo de una sociedad líquida como la actual, Rocha y Egea apuestan por lo táctil, por aquel viejo truco de acariciar los libros como si fueran talismanes.

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