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La literatura argentina despide a Piglia como un maestro indiscutido

El fallecido escritor escribió hasta el final y deja mucho material sin publicar

C. C.
Ricardo Piglia, en su casa, en 2015.
Ricardo Piglia, en su casa, en 2015. Mariana Eliano
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Los escritores argentinos llevan 40 años preguntándose cómo se puede escribir después de Borges. Alberto Manguel incluso llega a recomendar a los jóvenes no leerlo, porque después de hacerlo cualquier cosa que se escriba “es una especie de parodia de Borges”. Desde ayer el mundo de la cultura argentina, conmovido por la muerte de Ricardo Piglia a los 75 años y tras casi tres sufriendo una enfermedad degenerativa (ELA), empieza a preguntarse cómo será el mundo de las letras sin “el último maestro”, el gran referente contemporáneo, que fue enterrado en el cementerio de La Chacarita de Buenos Aires en medio de un profundo dolor y un respeto reverencial.

Nunca fue un escritor de masas, pero sí una guía indiscutible para el mundo cultural, hasta el punto de que casi todos los que llegaron después lo llaman “maestro”, algo que a él no le gustaba mucho. El impacto que ha causado esta muerte entre todos los que aprendieron con él a escribir y sobre todo a leer —era un extraordinario crítico que llegó a realizar programas de televisión para animar a la lectura— es enorme. “Me enteré cruzando la calle Camargo, por Parque Centenario. Recordé lo que había escrito Bioy Casares en su diario cuando se enteró de la muerte de Borges, que también lo agarró caminando por la calle: estos son mis primeros pasos en un mundo sin Piglia”, escribía en Clarín el cineasta Andrés Di Tella, director del documental 327 cuadernos, centrado en los diarios del escritor.

Precisamente rodando ese documental en 2014 se enteró de que sufría ELA. La agonía, las dificultades cada vez mayores para leer y escribir, que superó con entusiasmo y un buen humor particulares, terminaron de convertirlo en una especie de padre venerado de la cultura argentina. Como otros referentes históricos, vivió fuera de su país muchos años, enseñó en Princeton, pero volvió para vivir sus últimos años en Buenos Aires, una ciudad que respira literatura por todas partes. La capital lo despidió como el último de los grandes. “Su don mayor era ponernos al derecho el libro que leíamos al revés. Piglia decía las cosas de una forma que uno no podía seguir viéndolas como las veía hasta entonces”, resumió Juan Forn para explicar esa faceta de guía de lectores. “Seguía escribiendo, contra viento y marea, casi hasta el último momento. Había imaginado que mientras siguiera escribiendo, no podía morir. En algún sentido, creo, sigue escribiendo”, añade Di Tella.

Ese mundo cultural argentino que tanto lo quería se activó para obligar hace un año a su compañía de seguros a cubrir los 100.000 euros que costaba un tratamiento experimental con la que trataba de prolongar su vida para seguir escribiendo, la mejor forma para él de vivir. La presión movilizó a tanta gente importante que surtió efecto.

Devoción personal

La devoción de la siguiente generación de narradores por el veterano maestro no era solo literaria, sino personal. Todos lo definen como un ser humano excepcional que bromeaba incluso cuando estaba postrado y muy enfermo: siempre soñé con no salir de casa, estar encerrado para escribir, y ahora estoy encerrado de veras, les decía.

“Piglia fue un escritor fundamental”, dijo ayer a EL PAÍS al ministro de Cultura argentino, Pablo Avelluto. “Y un lector no menos fundamental. Respiración artificial y La ciudad ausente fueron dos momentos de giro en la literatura argentina. Fueron puntos de partida a un territorio literario y reflexivo novedoso. Lo vamos a extrañar. Además era un gran tipo que llevó adelante su enfermedad con una enorme dignidad y lucidez hasta el final”, agregó. Piglia se puede leer pero también se puede ver. La escritora Claudia Piñeiro recomienda ver 327 cuadernos: “Es un documental hermoso donde se lo ve desde otro lugar, más íntimo y que de alguna manera funciona como su despedida. Había dos grandes hasta este momento y debajo de ellos un pelotón: Aira y Piglia. Quien además de leerlo quiera verlo tenemos la suerte de que muchas de sus clases están en YouTube”, añade Piñeiro. Argentina aprende ya a vivir sin Piglia, que en cualquier caso no se fue del todo: ya enfermo escribió mucho, y esos libros aparecerán después de su muerte.

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