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Un wéstern metafísico en las gargantas del Atlas

El joven Oliver Laxe es un caso insólito en el cine español. Vive y rueda en Marruecos, y ha ganado con 'Mimosas', que se estrena el jueves, su segundo premio en Cannes

Ferran Bono
Oliver Laxe, durante el rodaje de Mimosas, en el Atlas.
Oliver Laxe, durante el rodaje de Mimosas, en el Atlas. Alejo Ramos-Sabugo

Oliver Laxe se veía como un animal inadaptado. Había terminado sus estudios de cine en la Pompeu Fabra de Barcelona y no se imaginaba trabajando en España. “Decidí venir a Marruecos para desarrollar mi mirada, para tener tiempo. Fue como una llamada a la errancia. Con cinco personas más y una pequeña ayuda de la Agencia de Cooperación, pude hacer mi primera película. La intención era hacer un corto, sin aspiraciones… Y de repente recibe un premio en Cannes. Todo tiene algo de milagroso. Interpretas entonces que ese es tu camino, no el de ser un cineasta que solo vive en los márgenes, como quería cuando tenía 20 años, sino el de un cineasta de películas con alma y voluntad hegemónica”.

Oliver Laxe conduce mientras explica cómo se gestó su filme Todos vós sodes capitáns, que obtuvo hace seis años el prestigioso Fipresci de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes. A ambos lados de la carretera, la gente camina por los arcenes. Sin apenas avisar, un coche se detiene para recoger a alguien. El cineasta, de 34 años, nacido en París de padres emigrantes gallegos, no parece perturbarse. Tiene experiencia. Lleva 10 años en Marruecos. Ya no reside en Tánger, donde rodó aquella primera película sobre el taller de cine que impartió a unos niños. Ahora vive a unos pocos kilómetros de Marraquech, donde ha filmado la mayor parte de su segunda película, Mimosas, Gran Premio de la Semana de la Crítica en la última edición del certamen francés, el más importante del mundo, y Premio Especial del Jurado del Festival de Cine Europeo de Sevilla. Un caso insólito en el cine español.

Un descansoscanso del rodaje en el Atlas de 'Mimosas'.
Un descansoscanso del rodaje en el Atlas de 'Mimosas'.Alejo Ramos-Sabugo

“Más que religioso o espiritual, es un wéstern metafísico”, matiza Laxe al periodista sobre su nuevo filme, que se estrenará en España el próximo jueves, 5 de enero. “Creíamos que iba a ser más sencillo hacer esta peli, tras el premio de la primera. Pero recibimos muchas negativas. Era desalentador. Pero ahora pienso que todo ha tenido que ser así para que la peli fuera como es y también para aprender de la paciencia y de la aceptación de las cosas. Es perverso evaluar un proyecto solo por las palabras, por el guion, cuando el cine se expresa por imágenes. Al final, pudimos rodarlo en cinco semanas, cada una en una localización. Fue un rodaje muy difícil, lleno de problemas. Mira, rodamos allí”.

El dedo del director señala a través del parabrisas a la imponente cordillera nevada del Atlas, el destino al que enfila la carretera que ahora discurre por una llanura rojiza, salpicada por el verde de esporádicos jardines y el ocre de los caseríos dispersos. Oliver gira e introduce el vehículo en uno de esos pequeños núcleos habitados. Allí vive en compañía de su mujer, Nadia Acini, diseñadora francesa de origen argelino, y de su familia.

Ella se encargó del vestuario de Mimosas, recicló ropas utilizadas en Gladiator, que se rodó en Ouarzazate. En estos turísticos estudios, a los pies del Atlas, se han filmado otras grandes producciones, como Lawrence de Arabia, Star Wars o 007: Alta tensión. No es el caso de Mimosas, “una pelícu­la de serie b”, interpretada por actores amateurs, aunque Laxe se resiste a emplear el término porque parece no hacer justicia al talento demostrado. El coprotagonista, Shakib Ben Omar, ha llegado a ganar el premio a la mejor interpretación en el festival de El Cairo.

Uno de los paisajes de la película.
Uno de los paisajes de la película.Alejo Ramos-Sabugo

Los actores, algunos analfabetos, prestan la autenticidad de sus rostros, sus reacciones y sus miradas a los personajes de la película, que narra una doble aventura: el viaje al interior del ladrón que busca redimirse de su banalidad y de la falta de sentido de su vida, y la travesía por la salvaje y vasta naturaleza del sur de Marruecos: las estribaciones del monte Toubkal (el pico más alto del país, con 4.167 metros), las gargantas del M’Goun o el lago Ifni. Un paisaje de gran (y a veces árida) belleza que las cámaras de 16 milímetros captan con toda su espectacularidad, si bien el director elude la tentación meramente contemplativa.

La historia narra las vicisitudes de una caravana que acompaña a un moribundo maestro sufí, cuya última voluntad es ser enterrado en su pueblo natal, Sijilmasa. Pero el anciano muere mientras cruzan las escarpadas cumbres. Sólo dos buscavidas, cuyo propósito inicial era robar el dinero de los viajeros, se comprometen a llevar el cadáver a su destino, sin tener ni idea de cómo llegar a él. Se une a ellos un joven musulmán, caracterizado por su gran determinación y su fe, que será el desencadenante de la acción tanto exterior como interior. Por el camino se encuentran con una joven sordomuda y su padre, con una banda de forajidos…

“Creo que la película tiene lecturas y públicos diferentes. Me han llegado reacciones de Francia, donde se estrenó en septiembre y ha estado nueve semanas en cartel. Hay gente que se queda en las persecuciones, en la pelícu­la de aventuras, de caballería, y está muy bien porque es un género que me encanta. Otros, lo que más agradecen es la estupefacción positiva a que les lleva la película. Provoca un caos en su razón; disfrutan de la experiencia plástica de las imágenes. Hay una voluntad de hacer un filme que invite al reencantamiento, a la espiritualidad, tras el escepticismo que ha imperado en los últimos años”, añade este joven cineasta de casi dos metros de altura, de larga melena y poblada barba, de hablar pausado pero constante.

Uno de los paisajes de la película.
Uno de los paisajes de la película.Alejo Ramos-Sabugo

“La película se puede decir que es yihadista, pero no en esa concepción tonta de la guerra santa, desde luego, sino en su auténtica acepción de guerra interior por el control del ego, que es la esencia del islamismo. El personaje principal de alguna manera realiza una yihad interior”, explica. Ante la pregunta de cómo él mismo llegó a la religión musulmana, Laxe elude entrar en detalles. Responde que sus primeras experiencias religiosas las tuvo como espectador de cine y que “hay un principio único y universal en las principales religiones y tradiciones”. En cualquier caso, agrega, sus valores son los mismos que atesoraba su familia de campesinos gallegos, tales como la humildad, el desapego, la aceptación de las cosas, valores nacidos del vínculo directo con “el terruño”, dice.

En el cine sus principales “maestros” son Robert Bresson y Andrei Tarkovski (en especial, su película Andréi Rubliov), si bien para Mimosas asegura haber tenido más presente los wésterns de Monte Hellman, y títulos como Francisco, juglar de Dios, de Roberto Rossellini; The Lost Patrol, de John Ford, y La isla desnuda, de Kaneto Shindô. Ahora ya tiene dos nuevos proyectos entre manos tras su última pelícu­la, para la que finalmente contó con ayudas de los Gobiernos español (220.000 euros) y marroquí (100.000), y del Doha Film de Qatar (50.000). El más ambicioso será “una road movie psicodélica sobre el universo de las raves, una Easy Rider de hoy”, relata. “Estoy trabajando con un grupo de piratas, de los que van por el mundo a esas citas clandestinas con sus camiones tuneados. Y ya tengo mi casting”, añade en el patio de su casa, en el que conviven gallinas, pavos reales y nueve gatos. Pero antes de embarcarse en esta especie de “Mad Max con alma”, rodará este próximo verano en Galicia una película sobre el fuego a través de la historia de un pirómano.

Muy cerca, en Los Ancares gallegos, en la frontera con León, está acabando de reformar una casa familiar, una antigua palloza que será “una escuela alternativa y transversal”, en la que habrá talleres de cine, agricultura ecológica y animales. “Este año empezamos con 10 alumnos del máster de la Pompeu”, apostilla. Allí se trasladará a vivir Laxe, dejando atrás 10 años de vida y películas en Marruecos.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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