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Vaiana, la princesa Disney feminista

La película destila cultura polinesia y alerta ante la catástrofe ecológica provocada por el agotamiento de los recursos del mar

Blancanieves muerde una manzana y cae en un sueño del que solo el beso de un príncipe puede sacarla. Como a la Bella Durmiente, a quien el hada, como primer don, le había regalado la belleza. A la sirenita, cuando sigue su criterio en contra del establecido, la castigan sin voz. Cenicienta calla y limpia, hasta que un príncipe le trae un zapato de cristal de su talla. Vaiana no es de esta estirpe. Vaiana se sube sola a un barco, salva un arrecife de coral y una tormenta aprendiendo sobre la marcha a navegar y encara, remo en mano, a un semidiós, mitad testosterona y mitad vanidad, al que exige que deshaga el entuerto que está trayendo la desgracia a su pueblo. Es, en boca de sus directores John Musker y Ron Clements (autores de Aladdin o La sirenita), “la heroína más feminista de Disney” o, como dice Osnat Shurer, la productora, “una protagonista con la que por fin, como mujer, sentirse identificada”.

Disney se desmarca de las damiselas desvalidas, de roles de género que muchos señalaban —como Peggy Orenstein con cierto revuelo en The New York Times— como modelos de conducta perniciosos para las niñas. Querían hacer una película con Polinesia, sus vivos colores, como telón de fondo, y viajaron por Tahití, Samoa o Fiji. Se empaparon de su cultura hasta el detalle más nimio —y se nota en la factura del filme— y concibieron una historia alrededor de Maui, una divinidad capaz de cambiar de forma que en sus cosmogonías hacía emerger islas pescándolas del fondo del mar o que, como Prometeo, robó el fuego para regalárselo a los humanos. Luego, al regresar, desecharon la idea y lo sometieron todo a la prevalencia de Vaiana: la hija del jefe de la isla de Motu Nui, cuyos recursos naturales languidecen y se agotan, y que atiende a la llamada que siente por parte del mar para recordarle a su pueblo que fueron grandes navegantes. Maui, interpretado por Dwayne Johnson —todas las voces las prestan actores polinesios—, ni es simplón ni un atolondrado, pero ejerce de comparsa de Vaiana: de su mano dependerá la salvación de la aldea, paraíso tropical, en un viaje que además le servirá para indagar dentro de ella y descubrir quién es. “Es la historia de una mujer empoderada”, dice Musker. Shurer añade: “Ningún príncipe azul va a enseñarte cuál es tu propia voz”.

Una película con la vista puesta en la tienda de regalos

Vaiana, que ha tardado cinco años en rodarse, en el montaje final incluye una secuencia que hace un guiño a otra producción Disney, Piratas del Caribe. El barco de los Kakamora, unos adorables cocos-pirata con maquillaje de guerra y el carcaj repleto de flechas de nácar, se separa en tres para abordar la embarcación de Vaiana. También tiene hueco el humor, casi por entero gracias a los dislates de Hei Hei, un pollo sin otra función que golpearse, ingerir piedras o estar siempre al borde de morir ahogado, buscando la hilaridad. Ambos, Hei Hei y los Kakamora, y de hecho todos los personajes, tienen versiones de peluche, juguetes y hasta 35 artículos promocionales disponibles para la venta antes del estreno.

Si bien el argumento es lineal, merece la pena la demora en los cuentos que recita la abuela o los bailes de los isleños, o hasta en las texturas de vestidos, amuletos y el mar. Disney ha recuperado la fórmula con que mejor sabe contar: una fábula entre canciones. La música corre a cargo de Lin-Manuel Miranda quien con su musical Hamilton ha ganado premios Tony e incluso el Pulitzer. A los ritmos del pacífico, que obviamente debían estar, le suma esa vivacidad del pop actual con influencias latinas. Miranda, que con nueve años estaba fascinado por el cangrejo Sebastián, al menos habrá podido desquitarse componiendo Shiny (Brillante) para otro crustáceo, Tamatoa, que robó el anzuelo mágico.

No hay romance y, aunque los directores no declaran muerto el amor para el universo Disney, sí creen que los príncipes necesitan repensarse. "Debemos reflejar nuestro tiempo, tendemos a pensar que las películas que hacemos son intemporales y que se verán igual en el futuro, pero luego resultan estar marcadas por su edad". En base a ese mismo argumento Shurer considera factible que, a no mucho tardar, pueda verse una película Disney donde personas del mismo sexo estén enamoradas y mantengan una relación. "Nadie nos daría una directriz contraria o nos detendría, siempre y cuando la historia tuviera corazón, humor e invitara a reflexionar". 

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