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Crítica | La doncella
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dentro del laberinto

Una mansión que funde el castillo encantado con el laberinto oriental de paneles y biombos se erige en guía estructural de un relato dividido en tres partes

Una imagen de 'La doncella', de Park Chan-wook.
Una imagen de 'La doncella', de Park Chan-wook.

En una secuencia de Sympathy for Mr. Vengeance (2002), un travelling lateral se abría mostrando a un grupo de adolescentes masturbándose con el oído pegado a la pared, entre el desorden de un piso compartido. El ceremonioso movimiento de cámara desvelaba, en el piso de al lado, a una chica retorciéndose en el suelo de dolor: sus gemidos dolientes eran malinterpretados como efusión placentera. El recorrido terminaba con la imagen del protagonista, sordomudo, consumiendo un plato de fideos, completamente ajeno a los gritos de su hermana enferma. Con gran capacidad de síntesis, el momento delataba a un cineasta tan interesado en la organicidad y funcionalidad dramática del espacio como en las zonas de ambigüedad que abre toda percepción subjetiva, dos aspectos que Park Chan-Wook lleva al paroxismo en La doncella, su último y ambicioso largometraje, un trabajo que construye una cierta apariencia de clasicismo. Pero solo su apariencia.

LA DONCELLA

Dirección: Park Chan-Wook.

Intérpretes: Kim Min-hee, Ha Jung-woo, Cho Jin-woong, Kim Tae-ri.

Género: melodrama. Corea del Sur, 2016.

Duración: 145 minutos.

El director ha encontrado en la novela Falsa identidad de la galesa Sarah Waters –que ya inspiró una miniserie de la BBC en 2005- un abrumador estímulo para su tendencia al juego. La doncella reubica, en la Corea de los años treinta, marcada por el dominio colonial japonés, una historia originalmente ambientada en la Inglaterra victoriana: la importancia que la falsificación y la copia tienen en el relato adquiere, así, otro espesor cultural, al entrar en relación con las muy distintas connotaciones que adquieren ambos conceptos en el contexto de las tradiciones orientales, pero la adaptación también tiene sus contrapartidas. El componente feminista transgresor que adquiere el amor lésbico en la obra de Waters se impregna aquí de una turbiedad inconfundiblemente masculina que acerca a Park Chan-Wook a la mirada decadentista de los hombres oscuros, que son, de hecho, los villanos en esta historia que mezcla el melodrama gótico con el folletín de venganza y la novela libertina.

Una mansión que funde el castillo encantado con el laberinto oriental de paneles y biombos se erige en guía estructural de un relato dividido en tres partes, a cada una de las cuales corresponderá un territorio, una atmósfera y un punto de vista que pondrá patas arriba lo sabido hasta el momento del intrincado relato. Cada capítulo parece contradecir al anterior, mientras palabras y gestos se repiten para abrir brechas de sospecha e inestabilidad en una soberbia construcción, narrativa y formal, que culmina en un sótano reformulado en espacio condenatorio de la sordidez masculina.

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