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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Deadwood / Swearengen

Siempre alabamos las series de HBO, pero algunas no tanto como se merecen

Álvaro P. Ruiz de Elvira
Ian McShane y Paula Malcomson en 'Deadwood'.
Ian McShane y Paula Malcomson en 'Deadwood'.

No hablamos de Deadwood lo suficiente. Estamos tan saciados de nombrar siempre series geniales de HBO como The Wire, Los Soprano, A dos metros bajo tierra y, ahora, Juego de tronos, que a veces se nos olvidan las otras grandes joyas de la cadena. Y tiene muchas. Deadwood, que por fin se emite al completo en una televisión en España (Movistar +) es una de ellas. Por citar un par de series más, apunten Roma,Tremé y Carnivale. De nada. Y, como nos despistemos, en esta categoría de aparente ninguneo por parte de los medios acabará entrando la excepcional The Leftovers (aún esperamos la tercera y última temporada).

Hablar de Deadwood es hablar del gran personaje que la aviva, Al Swearengen, interpretado por Ian McShane. Situémonos. 1876, Dakota del Sur cuando todavía era territorio de los sioux. Con la fiebre del oro, allí se establece un campamento minero que poco a poco se va convirtiendo en un pueblo que no depende de los Estados Unidos, por lo que la ley es inexistente. Allí, Swearengen (personaje que existió, al igual que el lugar que da nombre a la serie) maneja los hilos desde su burdel. McShane borda el papel de capo del pueblo por el que todo tiene que pasar. Es cruel cuando lo necesita, magnánimo cuando quiere, temido por méritos propios, socarrón y mal hablado todo el tiempo. Su actuación, llena de matices, es única.

Al igual que con otras figuras fundamentales de la historia de la televisión como Tony Soprano o Walter White en Breaking Bad, el espectador no puede más que enamorarse de un personaje que es un criminal, de nula moralidad en tantos aspectos. Lo que ahora tanto nos gusta llamar antihéroe. Y Swearengen está a la altura de los mejores. Añádase a todo esto el acompañamiento de otros grandes personajes (aunque McShane se los devora a todos), muy bien construidos y unos diálogos, escritos por David Milch, que pueden resultar en ocasiones complejos, pero en su mayoría son brillantes.

Lo dicho, no hablamos de Deadwood lo que se merece. Y de Ian McShane tampoco.

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