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Un acuerdo secreto entre generaciones

Al igual que el “principio de la esperanza” se asocia con Ernst Bloch, ese que lleva “del yo al nosotros” bien podría ser el principio de John Berger

Manuel Rivas
El escritor John Berger, en Barcelona en 2009.
El escritor John Berger, en Barcelona en 2009.Marcel.li Sáenz

Estamos en un campamento de campesinos desposeídos, nómadas, emigrantes, en marcha hacia el Oeste, a la búsqueda de trabajo como jornaleros. Estamos en el capítulo XIV de Las uvas de la ira, de John Steinbeck. Estamos en la noche. El llanto de un recién nacido rompe el silencio. Las palabras se ponen en movimiento, buscan su propio cuerpo, su sentido, en la oscuridad. El afán de la vida. Alguien nombra el frío. Alguien, una manta. El narrador escribe: “Este es el principio. Del yo al nosotros”.

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En la literatura contemporánea, ese principio, el que comunica el pronombre de primera persona y el plural, tiene un nombre. Al igual que el “principio de la esperanza” se asocia con Ernst Bloch, ese que lleva “del yo al nosotros” bien podría ser el principio de John Berger. En un epílogo a su primera novela, El joven pintor (1958), Berger señala el lugar situacionista, germinal. El del abrazo. El joven Berger participó en las redes solidarias británicas con los refugiados huidos del nazismo. ¿Qué mejor contraseña que el abrazo? John Berger cumple hoy 90 años con la dinamo alternativa del abrazo. No es un abrazo solemne, protocolario. El suyo transmite una felicidad clandestina. Está hecho a la medida del destartalado, del emigrante, del animal herido, de la mitad del mundo maltratada.

Así que cada uno de sus libros es un abrazo. Cuidado. Nada de pamplinas. Es el laborioso y tormentoso aprendizaje de un abrazo en la intemperie de la historia. Un abrazo que duele y desequilibra. Un abrazo en el que tratar la realidad, abrazarla, supone apostar la cabeza. En el capital El sentido de la vista (en 1992, en español, traducido como toda su obra por Pilar Vázquez), Berger nos cuenta cómo salió de una crisis que lo tenía noqueado gracias a Van Gogh. Al contemplar de nuevo, después de mil visitas, cuadros como Los comedores de patatas. Allí estaba la realidad, por fin, como una construcción de la imaginación: “La realidad siempre está más allá, y eso es cierto tanto para los materialistas como para los idealistas”.

En Sobre el dibujo (2005), otra de sus obras que tratan del arte y que ya forman parte del mejor y más valiente arte (así, Modos de ver o Fotocopias), Berger vuelve sobre Van Gogh con una cuestión obvia pero muy pertinente: ¿por qué ha llegado a ser este hombre el pintor más popular del mundo? Su respuesta, como siempre, no es obvia: “Es querido, me digo mirando el dibujo de los olivos, porque para él el acto de dibujar o de pintar era una forma de descubrir y de demostrar por qué amaba tan intensamente aquello que estaba mirando”.

La novela G. (Booker Prize, 1964) se presenta como paradigma de novela comprometida. Lo que para unos sería un estigma, el compromiso, para Berger siempre fue un honor. Recogió el premio en compañía de un Pantera Negra, lo donó y lo dedicó también al movimiento feminista británico. Pero a G. no le pasó el sol por la puerta. Su calidad de realidad está más allá. Walter Benjamin hablaba de creaciones que propician “un acuerdo secreto entre generaciones”. Eso es algo que experimentamos al leer G. y la trilogía que forman Puerca tierra, Lila y Flag y Una vez en Europa. Y que sentimos en Páginas de la herida y Poesía 1955-2008, editada por el Círculo de Bellas Artes de Madrid con la voz del autor. El lugar del abrazo. Un acuerdo secreto entre generaciones: “Quién nos llevará / riendo a la semilla / de lo que fuimos”.

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