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Kirmen Uribe: “El novelista ha de escribir sobre lo que no sabe”

El escritor publica ‘La hora de despertarnos juntos', tras el éxito de ‘Bilbao-Nueva York-Bilbao’

Juan Cruz
El escritor Kirmen Uribe, en la libreria La Central.
El escritor Kirmen Uribe, en la libreria La Central.Samuel Sánchez
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Kirmen Uribe (Vizcaya, 1970) ya es mayor. El autor de Bilbao-New York-Bilbao (Seix Barral, 2010), con la que ganó públicos extranjeros y numerosos premios españoles, presentaba a un joven poeta extrañado ante el descubrimiento del mundo. Su prosa vivaracha e incluso lujuriosa es ahora madura, se acerca a J. M. Coetzee, a W. G. Sebald, a los escritores que adora, aquellos que combinan realidad e invención para entrar en el alma de los países o de las personas. Publica, también en Seix, La hora de despertarnos juntos, una novela de ficción con la que viaja al alma de una familia vasca y a la vez al interior de una época, la posguerra española, en la que se juntaron el drama del exilio y la poca vergüenza del régimen de Franco, además del desdén internacional por lo que aquí ocurría.

El asunto es vasco, enteramente, “pero es global”, dice Uribe, casaca vaquera, sus habituales pañuelos coloridos al cuello, su cara de niño como cuando publicó su novela anterior y aún jugaba con los lápices. La familia que lo protagoniza es de artistas, ella era una joven enfermera expulsada al exilio por la guerra civil; participa como soprano en un coro vasco al que le da su trompeta un joven, Txomin. Ese coro es el emblema vasco del exilio; un benefactor que procede de la familia Sota, nacionalista e industrial, lo protege, y José Antonio Agirre, el lendakari apeado por el franquismo, y perseguido por todo el mundo, la celebra como una metáfora: el País Vasco sigue cantando. Manu Sota, que así se llama el benefactor nacionalista, culto y bohemio, conoce a Thomas Mann, asiste en el exilio a Agirre, conecta a éste con pensadores y escritores internacionales y mantiene con aquel trompetista una relación de amistad muy emocionante. “Manu crea un mundo, y es un mundo de veras; es un momento muy especial de Euskadi: se acabó el Gobierno, pero los vascos creían que seguían gobernados desde el exterior. Y Manu es el que convierte ese universo que aún tiene esperanza en un territorio abierto”.

Produce melancolía, “y admiración”, dice Kirmen Uribe, asomarse a ese alma vasca “que fue herida, pero no fue rota”. Después de los sesenta, el desdén internacional (norteamericano, británico, francés…) por lo que sucedía en España precipitó esa melancolía hacia la tristeza. Y Manu Sota, “que representaba esa aspiración que tenían los vascos del exterior de regresar a su patria una vez depuesto Franco”, se dejó vencer por esa introversión que produce el fracaso. “Se encerró entonces a leer, a buscar en los libros, el alma que se había quedado atrás”.

“En la novela los hechos son verdad. Nada es mentira en mi novela”

Mientras tanto, el trompetista vivió con la enfermera su historia de amor y de exilio; vivieron en Venezuela, regresaron a España, para cumplir tareas de espionaje que resultaron fatales para el trompetista (Txomin) y para los suyos; fue torturado, encarcelado… Como en los libros de aquellos autores que admira, Kirmen no inventa nada. “Todo ocurrió. Yo supe la historia por mi madre, indagué, busqué, supe; y lo que no supe sí lo inventé. Inventé las escenas de amor, las conversaciones de Sota y Aguirre, las conversaciones de Sota y Txomin. Pero el esqueleto de la historia, todos los sucesos que se cuentan son reales”.

Y es que si no fueran reales, dice Kirmen Uribe, “no me hubiera sentido cómodo. Lo que cuento es verdad y tenía además que parecerlo. Conocía la historia, pero no conocía la verdad, como decía Carlos Fuentes. Tenía curiosidad por buscar en lo que ya sabía de una época que me fascinaba. Lo escuché en casa, en la escuela, en la calle. Todo me fascinaba desde niño y quería investigar. ¡El novelista tiene que escribir sobre aquello que no sabe! Eso también lo dice Richard Ford, que empieza siempre de cero las novelas. Yo también”.

Se lo escuchó a su madre, que en el libro lo guía. “Me apetecía mostrar al mundo esta otra visión de lo vasco”. De ese viaje al fondo del alma salió tranquilo. “Escribí una novela honesta. Los hechos son verdad, los documentos son verdad, excepto una pequeña carta que me invento. Y no hay mentira ninguna. Nada es mentira en la novela”.

-Es el libro de una persona mayor.

-Tal vez sea el primer libro de mi etapa madura, puede serlo. Aunque estoy satisfecho de mis anteriores libros, muchas veces compruebo que han sido pasos para llegar a este, a esta nueva etapa que se abre ahora con novelas más largas, más complejas. Creo que sí, es el primer libro de una nueva etapa.

Abraza, habla y ríe como cuando presentó Bilbao-New York-Bilbao y era un chiquillo. Ahora ya conoce el mundo, pero sobre todo ya sabe qué era de veras lo que le contaba su madre sobre los vascos que fueron borrados del mapa tras la guerra. Ahora cree que es otra vez es “la hora de despertarnos juntos”, que es el verso de Ezra Pound (que escribía en revistas vascas en la República) que da título al libro.

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