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Crítica | 'Oasis: Supersonic'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Caín y Abel, estrellas del pop

Un documento apasionante de música y vida, de metáforas de barrio construidas no a base de educación y cultura sino de algo casi congénito

Javier Ocaña

OASIS: SUPERSONIC

Dirección: Mat Whitecross.

Género: documental. R U, 2016.

Duración: 122 minutos.

Tres años de ruido y furia. El fulgor de Oasis duró poco tiempo, pero la intensidad de su rabia, de su energía sonora, de su suciedad y su carisma, de su bronca y su genio, dan para un relato bíblico. El de dos hermanos de los suburbios de Manchester que se podrían haber ganado la vida dándose de hostias por los campos de Inglaterra y Europa como hooligans del City, pero que, armados de un talento innato para componer canciones y para escenificarlas en el escenario con chulería gandul, alcanzaron la gloria de los discos imperecederos y los estadios a rebosar. Caín y Abel, o más bien Caín y Caín pequeño, Noel y Liam Gallagher, hermanos corroídos por la envidia mutua; quizá también por la admiración, pero ésta andaba escondida en el fondo de su vanidad: Oasis: Supersonic.

Con estilo, estructura, ritmo de montaje y tipo de material videográfico casi exacto al de Amy (la chica detrás del nombre), el también excelente documental sobre el ascenso y caída de Amy Winehouse, Oasis: Supersonic está producido por el mismo equipo, esta vez al mando de Mat Whitecross, ya bregado tanto en el documental (Camino a Guantánamo, La doctrina del shock) como en el musical (Sex & drugs & rock & roll, biopic de Ian Dury). Y la película, aunque apoyada por los Gallagher, entra a todas: a los múltiples problemas entre los hermanos, la escalada de drogas, alcohol y destrucción de hoteles, el abandono temporal de Noel, los conciertos de mierda, el despido del baterista Tony McCarroll, el padre maltratador que regresa del infierno para sacar tajada en la prensa sensacionalista... Jóvenes airados que, además, como buenos arrogantes, dedicaron parte de su tiempo a grabarse en ensayos y camerinos, infinidad de vídeos caseros que encajan en el documental con precisión y complejidad: por haber, hay hasta una conversación (¡en sus inicios!) sobre el mito de Caín y Abel, o un juego ante la cámara en el que entierran a McCarroll, luego expulsado.

Sin bustos parlantes, solo con las voces en grabaciones del pasado o entrevistas del presente, perfectamente identificadas con su nombre en pantalla, letras subtituladas, bonitos acompañamientos animados y un espectacular vigor visual y sonoro, Oasis: Supersonic es un documento apasionante de música y vida, de metáforas de barrio construidas no a base de educación y cultura sino de algo casi congénito.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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