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MÚSICA

10’s | La gran depresión

Las canciones pop de tres minutos empezaron a parecer fuera de lugar. Incluso en España

El francés David Guetta, en la Gala en Madrid de los 40 Principales, en 2013.
El francés David Guetta, en la Gala en Madrid de los 40 Principales, en 2013.

Rara vez las décadas advierten de que han empezado, pero esta llegó con fuegos artificiales. El 15 de septiembre de 2008 cayó Lehman Brothers y acabó con los años en los que nos endeudamos como millonarios. Al fin y al cabo, ¿de qué preocuparse? Todo el mundo sabe que los ciclos de subida económica son infinitos. Sí, 2010 empezó en 2008. Y no solo por Lehman. Tres semanas después daba sus primeros pasos Spotify. Intenten imaginar en 2016 un mundo sin música en streaming.

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Como rockstars trasnochadas, nos resistimos a bajarnos del carro de la alegría. Pero, poco a poco, las canciones pop de tres minutos empezaron a parecer fuera de lugar. Incluso en España. En 2011 se suspendía Operación Triunfo, el concurso en los que una versión a coro de Obladi Oblada vendía millones en pocas horas. Proliferaron talent shows cada vez más patéticos que recordaban esos maratones de baile que narraba Danzad, danzad, malditos.

La electrónica nos metió de cabeza en el presente. Se llamó dubstep y al principio parecía la música que imaginas en el piso de un camello en un edificio de protección oficial de Londres. Un apartamento muy oscuro, con las persianas bajadas, que huele a marihuana. Sí, Burial debuta en 2006, pero la capacidad de mutación y ramificación del dubstep ha marcado la década. A todo lo posterior se le llamó post-dubstep. Cabe todo: James Blake, inspiración de la realeza negra, de Beyoncé a Kendrick Lamar, pero también la electronic dance music (EDM) que conquistó EE UU. En 2010, David Guetta, un DJ francés de 43 años, es la estrella mejor pagada del mundo. El triunfo de la EDM coincidió con que Miley Cyrus le cantara a molly, el MDMA. Casualidad, claro.

En Latinoamérica, el reinado del reguetón se convertía en dictadura. Con los años se convertiría en electro latino, al que se apuntaron hasta baladistas raciales como Enrique Iglesias. Y en España, el indie menos osado protagonizaba el más tardío de los triunfos, gracias a un circuito de festivales en auge al que, por culpa de la subida del IVA, se le hacía cada vez más caro traer grupos extranjeros. En la otra esquina, el trap, rap emparentado con el espíritu del quinqui de los setenta, pero con aspiraciones de bling yanqui, se hacía fuerte entre los adolescentes de las grandes ciudades españolas. Mientras, un pequeño sello de Barcelona, Hivern, infiltraba a nombres como Talabot entre la élite del floreciente circuito electrónico. Porque esta década es la de la electrónica. Hay quien dice que Kraftwerk son más influyentes que los Beatles y el rock hace años que entró en una espiral de tedio. AC/DC fueron los heraldos de la muerte. “Las cosas deben de estar realmente mal, AC/DC son número uno otra vez”, escribía Alexis Petridis en octubre de 2008. La tesis: sus número uno en Reino Unido coinciden con las crisis. En 2016 trajeron de cantante a Axl Rose. Si algo hemos aprendido esta década es que todo es susceptible de empeorar. Siempre.

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