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ARQUITECTURA

Cinco lecciones para la ciudad del futuro

Las urbes acogerán a 2.000 millones de personas más en 2036. El premio Pritzker 2016 ofrece una guía para afrontar el desafío

Viviendas sociales del proyecto Villa Verde de Elemental, de Alejandro Aravena, en Constitución (Chile).
Viviendas sociales del proyecto Villa Verde de Elemental, de Alejandro Aravena, en Constitución (Chile).

La semana pasada en Quito (Ecuador) unas 45.000 personas se dieron cita en UN Habitat III, la cumbre global en la que cada 20 años se fija la agenda urbana del planeta. ¿Por qué tendría que importarnos? Porque en las próximas dos décadas más de dos mil millones de personas se moverán hacia las ciudades, lo que en principio son buenas noticias; las ciudades ofrecen más oportunidades tanto a los pobres como a la clase media y las élites.

Pero hay un problema: la amenaza de lo que en inglés llamamos las 3S: la escala (scale), velocidad (speed) y escasez de recursos (scarcity) con la que deberemos responder a la urbanización no tiene precedentes en la historia de la humanidad. De los 3.000 millones de personas que viven hoy en ciudades, 1.000 millones están bajo el umbral de la pobreza; de los 5.000 millones que habrá en las próximas décadas, 2.000 millones estarán en esa situación. Eso significa que deberíamos construir una ciudad de un millón de habitantes por semana con 10.000 dólares por familia. Si no resolvemos esta ecuación, vivirán en condiciones inaceptables, la inequidad será una realidad y el resentimiento y la rabia se instalarán como una bomba de tiempo social en las periferias urbanas.

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Y, además, si por alguna feliz circunstancia encontráramos la forma de construir esa ciudad de un millón de habitantes, nos enfrentaríamos a una crisis ambiental y de seguridad de grandes proporciones. Según el Departamento de Defensa norteamericano, los próximos conflictos, guerras y amenazas terroristas van a ser gatillados por el cambio climático (hay por ejemplo una correlación entre las zonas de conflicto bélico y el mapa de sequía y escasez de agua en el mundo).

Esta encrucijada es la que se debatió en Quito. Afortunadamente, la convocatoria hecha por Joan Clos, director ejecutivo de UN Habitat, ha ordenado el debate en una dirección esperanzadora: necesitamos invertir la manera de ver la relación entre buenas ciudades y desarrollo. Su desafío es convencer a alcaldes, expertos y ministros de Finanzas y Economía que buenas ciudades pueden ser el detonante de la creación de valor y no el resultado pasivo del crecimiento económico.

Lección 1. Buenas ciudades pueden ser la causa y no la consecuencia del desarrollo.

Para que esto ocurra, se debe seguir una triple aproximación: un buen Estado de derecho, un buen plan de financiamiento y un buen diseño. Imaginemos al alcalde de Ciudad X, en un país pobre que desde su oficina ve cómo los asentamientos informales se multiplican a una velocidad vertiginosa. Las chabolas no tienen derechos de propiedad claros, por tanto, no pueden tener una vida paralela como capital (como plantea Hernando de Soto). Están financiadas, además, por una sola fuente: las familias. Tampoco tienen acceso a servicios sanitarios básicos. No hay creación de valor; sólo gasto. En un asentamiento informal, la proporción entre espacio público y espacio privado es inferior a 1:10. La evidencia muestra que sólo cuando tal relación es cercana a 1:1 se puede esperar aumento de valor, siendo Manhattan la prueba arquetípica. Sólo en casos así, cada acción individual aporta valor al bien común.

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Lección 2. El recurso más escaso no es el dinero, sino la coordinación.

Sin embargo, hay un aspecto positivo en la informalidad. Dado que no hay regulación, en el espacio urbano se mezclan usos residenciales, con comercio, talleres productivos y servicios.

Lección 3. Más que densidad, lo deseable es una cierta “intensidad”.

Nuestro alcalde se dirá: me gustaría hacer algo, pero ¿qué hacer con un presupuesto de seis dólares por habitante al año? Lo más probable es que se vea obligado a transformar suelo agrícola en urbano —aumentando aún más la periferia sin servicios— y que dedique la menor área posible a espacio público para resolver la enorme demanda de vivienda. Si bien tanto el derecho de propiedad como el acceso a saneamiento básico quedarán garantizados, la fuente de financiación única, la estatal, no será capaz de entregar viviendas estándar de clase media. Por otro lado, las regulaciones típicas de segregación de usos generarán una zona de baja intensidad urbana.

Es probable entonces que un desarrollador inmobiliario se acerque a ese alcalde y le proponga hacerse cargo. Solicitará, digamos, 20 hectáreas de terreno. El alcalde, anticipando algunos ingresos para las arcas municipales y viendo, además, la oportunidad de deshacerse de un problema, aceptará con la condición de que asuma 40. Los resultados no serán tan distintos a los de la operación estatal: los derechos de propiedad y el saneamiento estarán garantizados, la zonificación llevará a una baja intensidad urbana y el plan de financiamiento, al tener una sola fuente, hará imposible entregar a cada familia una vivienda de tipo residencial de clase media. El inmobiliario buscará maximizar el beneficio en el menor plazo posible, pero buscará ocultar su mezquindad por medio del diseño: las calles se curvarán para “animar” el barrio y se llamará a un arquitecto para aportar color a las casas. Dado el tamaño de las unidades, la autoconstrucción, que llegará a un 50% de área total, hará desaparecer al poco tal “aporte” estético.

chabolas de la favela Rocinha de Río de Janeiro.
chabolas de la favela Rocinha de Río de Janeiro.Robert Harding World Imagery

¿Qué hacer entonces? Sería deseable que UN Habitat III aportara algunas ideas: por ejemplo, asociar al Estado y al mercado, tal que el plan de financiamiento contara con dos fuentes. En vez de entregar las 20 hectáreas de tierra como paquete cerrado, el alcalde podría dejar unas reservas de espacio público como si se tratara de “corredores cívicos”. Los lotes resultantes los podría abordar el privado siguiendo incluso la lógica convencional. Tendrá una intensidad urbana baja y mucha autoconstrucción, pero la mayor proporción de espacio público podría sumar valor en el futuro.

Lección 4. Más importante que lo que construyamos va a ser lo que no construyamos.

La verdadera innovación ocurriría si tanto el Estado como el mercado unieran fuerzas con los recursos de las propias personas. El punto de partida serían también reservas de espacio público donde el mercado opere de manera convencional. Al desarrollador, eso sí, se le deberá pedir que deje un 50% del espacio sin construir. Un sistema abierto, “poroso”, sería la manera de canalizar la iniciativa individual y los recursos de cada familia. Los derechos de propiedad estarían garantizados y resultaría una zona de mayor intensidad. Al haber tres fuentes de financiamiento y dos de ellas dedicadas exclusivamente al espacio privado, el alcance de la operación residencial al menos se duplicaría. Y se alcanzaría el estándar de clase media gracias y no a pesar del diseño.

La amenaza es la escala, velocidad y escasez de recursos con la que deberemos responder a una urbanización sin precedentes

Lección 5. La autoconstrucción es parte de la solución, no del problema.

Será interesante ver en 2036, en UN Habitat IV, si los políticos habrán entendido que las buenas ciudades pueden ser la fuente y no la consecuencia del desarrollo, si el mundo inmobiliario y el capital privado habrán entendido que en un buen negocio en el sentido amplio de la palabra se debe pasar de los dos dígitos a un dígito de retorno de la inversión, y si habremos sido capaces de movernos de las 3P (public-private-partnership) a las 4P (public-private-people-partnership).

Alejandro Aravena es premio Pritzker 2016 y comisario de la Bienal de Arquitectura de Venecia 2016.

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