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Nostalgia de la autenticidad

La brecha abierta en el pacto social ha marcado la política española de la última década

José Luis Pardo
Concentración ante la sede del PP en Madrid, durante la jornada de reflexión previa a las elecciones del 14 de Marzo de 2004.
Concentración ante la sede del PP en Madrid, durante la jornada de reflexión previa a las elecciones del 14 de Marzo de 2004.Gorka Lejarcegi

Aunque la historia mundial haya perdido en grandeza lo que ha ganado en audiencia, y aunque ahora llamemos “global” a lo que antes era mundial (weltliche), el caso es que al reiniciar la historia se activó de nuevo la leva forzosa, y las naciones fueron llamadas a la guerra, incluso aquellas que, pequeñitas y disimuladas como la nuestra, pudiera parecer que “no tenían nada que ver” con ella (pero, ya se sabe, en un mundo global —que es otro pleonasmo, como decir “un mundo mundial”— todo el mundo tiene algo que ver con todo el mundo, todo está conectado con todo y nadie es inocente). Quien en aquella fecha presidía el Gobierno de España, que se había dado a sí mismo un máximo de ocho años para inscribir su nombre en la historia mundial, tras ser llamado a ella se apuntó a la guerra, al menos aparentemente, con bastante entusiasmo, y colaboró con el Ejército de Estados Unidos en la llamada II Guerra del Golfo contra el Irak de Sadam Husein. Tal y como él interpretó el “mapa inteligente” de la situación internacional, aquella era nuestra guerra, y en ella teníamos que combatir por la humanidad y contra la barbarie. El entonces líder de la oposición se puso a la cabeza de los manifestantes que inundaron las calles gritando “¡no a la guerra!”, y el 12 de octubre de 2003 se negó a saludar a la bandera estadounidense en el tradicional desfile de las Fuerzas Armadas. Así se abrió en la forma que en ese momento revestía el pacto social (y el pacto político que había superado la Guerra Civil), que era lo que tanto hemos llamado “consenso”, si no la primera brecha, sí la más palmaria, sin que tenga el menor interés para el que esto escribe “echar las cuentas” de cuál de los dos que forcejeaban (uno hacia el derechismo y otro hacia el izquierdismo) tuvo más “culpa” en ello.

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Probablemente algunos de los que gritaban “¡no a la guerra!” creían que eran John y Yoko, pero había también otros que nada tenían de pacifistas, sino que se oponían precisamente a esa guerra porque, como diría Julien Salingue, no era su guerra. Desde luego, nadie en aquellas manifestaciones —que fueron el primer germen del (así llamado) 15-M— era partidario de los métodos o de los objetivos de Al Qaeda, pero muchos pensaban que el terrorismo ­yihadista era la expresión (errónea y sanguinaria) de un “problema real” (los desequilibrios económicos entre el Norte y el Sur) al que la política exterior occidental no era capaz de dar más respuesta que los bombardeos. Un discurso que volvió a escucharse con ocasión de los atentados de París y de Bruselas en 2015 y 2016.

Unos meses antes del 11 de septiembre de 2001, Salomé Zourabichvili lo había advertido en Toledo: “Cuanto más fácil sea para un contendiente intervenir militarmente sin que él o su población corran riesgo alguno, y causando al mismo tiempo un gran daño al enemigo, éste, sintiéndose totalmente inerme, tenderá a recurrir a todos los medios a su alcance (…); es la respuesta del débil, que busca los medios más sucios para, a pesar de todo, poder hacer daño de algún modo. Así que esta relación entre guerra limpia y terrorismo sucio es una reflexión que Europa no puede permitirse no hacer”. Los auténticos lo interpretaron en el mismo sentido en el que los comunistas del siglo XIX y del XX habían interpretado los atentados revolucionarios, y en el mismo quedaba a la voluntad islámica de sacrificio, es decir, en el de que el terrorismo es la forma que adopta la guerra justa (“la única guerra justa de toda la historia de la humanidad”) en condiciones de inferioridad militar.

‘ESTUDIOS DEL MALESTAR’

José luis pardo (Madrid, 1954) es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y colaborador de EL PAÍS. Es autor de una veintena de libros, como La regla del juego (Premio Nacional de Ensayo 2005), Palabras cruzadas (con Fernando Savater), Esto no es música, Nunca fue tan hermosa la basura o Estética de lo peor. En Estudios del malestar, Pardo habla de cuándo empezó a gestarse la crisis del Estado de bienestar.

Este diferendo con respecto al terrorismo yihadista se puso de manifiesto una vez más en los atentados contra los trenes de Atocha cometidos por Al Qaeda en Madrid en marzo de 2004. Estos atentados fueron los primeros en los cuales, desde la muerte del dictador, el centro-izquierda y el centro-derecha no pudieron, no supieron o no quisieron “cerrar filas” frente a las amenazas extrademocráticas contra el “bienestar”, escenificando de este modo no la “unidad” de la sociedad española en torno a las bases morales de la democracia, sino justamente su división. Es decir, que por primera vez se hizo patente con toda claridad la existencia de aquella brecha entre ambos por cuya abertura se pudo escuchar ese malestar “residual” de quienes habían quedado voluntariamente fuera del consenso en 1978, ese malestar que llevaba muchos años silenciado o confinado en guetos socialmente opacos. La manifestación “espontánea” (pero convocada por SMS) que se reunió el 13 de marzo frente a la sede del PP en la calle de Génova de Madrid, en plena “jornada de reflexión” de unas elecciones generales —y en la que la extrema izquierda política coincidió con la artístico-cultural y con la universitaria—, fue el segundo precedente de lo que luego sería el 15-M. Si entonces no estalló aún aquel movimiento fue porque en la manifestación también estaba (aunque no oficialmente) la socialdemocracia, que todavía era vista por parte de aquella multitud como una alternativa, y que después de ganar las elecciones gobernó siempre —hasta mayo de 2010— sin perder de vista a esa muchedumbre. La vieja “minoría residual”, a medida que el consenso constitucional se iba debilitando, se había vuelto electoralmente relevante. Y esto fue así porque se dio allí la convergencia entre dos clases de malestar: el de los “auténticos”, que se adaptan mal a los tiempos de paz y peor aún al Estado de bienestar jurídico, para quienes la abertura de grietas en ese Estado y en los consensos que lo sustentaban es la ocasión para recuperar el tiempo perdido y volver a la carga; y el malestar de quienes, partidarios honestos del Estado de bienestar, veían su estructura jurídica peligrar por la aparición de una gran franja mundial físico-virtual de alegalidad (y en la que precisamente por eso surgen muchos candidatos a llamarse “Estado”, aunque sólo retóricamente puedan usar esta denominación) por la que corren descontroladamente las bombas, los ejércitos irregulares, las masas de refugiados, el petróleo (y otras materias primas), el capital financiero, las armas, el dinero, las drogas y la propaganda, y que, aunque sólo en ocasiones impacta directamente sobre las democracias occidentales, es capaz, desde la distancia, de minar sus instituciones, vampirizar sus cuentas públicas, erosionar su legalidad y degradar su tejido civil.

Ganador del Premio Anagrama de Ensayo, el último libro del filósofo español reconstruye la ruptura del consenso constitucional

Todas las “novedades” que se han producido en la política española en la última década se relacionan con esa “brecha” abierta en el consenso constitucional, ese consenso que representaba el pacto social y el acuerdo político de base y que permitía que los diversos intereses en juego circulasen (según metáfora de Max Weber) sobre los raíles de un mismo relato de país que la inmensa mayoría de los ciudadanos compartían. El 15-M y el independentismo catalán, nacidos al calor de la crisis económica, fueron intentos de aumentar el tamaño de la brecha hasta partir en dos el tejido civil y organizar el panorama político en términos de un antagonismo irreconciliable entre las dos orillas que, en el caso del independentismo, les permitió a sus propagandistas “aliñarse un enemigo con todo el sabor y autoridad de 300 años de cocción” y, en el del indignacionismo, capacitó a sus dirigentes para resucitar la estantigua del “capitalismo” como el enemigo que no solamente hacía necesaria la reanudación de la lucha de clases, sino también de la búsqueda de la autenticidad política que la democracia burguesa y “representativa” había pervertido.

Extracto de Estudios del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas, de José Luis Pardo, que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo y saldrá la venta el 2 de noviembre.

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