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‘Goodbye’, Lenin; ‘goodbye’, Gorby

'Seis años que cambiaron el mundo', de Hélène Carrère d’Encausse, es un apasionante libro sobre el proceso que llevó a Rusia a deshacerse en 1991 de su gran reformador

Monika Zgustova
Mijaíl Gorbachov, visto por Sciammarella.
Mijaíl Gorbachov, visto por Sciammarella.

El 22 de agosto de 1991, tras el golpe de Estado en la Unión Soviética, el pueblo ruso tomó en sus manos algunas decisiones importantes. Obligó a Gorbachov a firmar varios decretos e hizo que la bandera histórica de Rusia ondeara sobre los edificios públicos de Moscú: la Rusia histórica había vuelto. Por la noche la multitud atacó la abominada estatua de Félix Dzerzhinski, fundador de la policía secreta y todo un símbolo de las persecuciones soviéticas. La estatua que se erigía en la plaza Lubianka, dominada por la temida sede del KGB, fue derrocada en un ambiente de frenético júbilo. Los canales televisivos mostraron al mundo que lo increíble se había hecho realidad: tras siete décadas de totalitarismo, el pueblo había tomado su destino en sus manos. Esta es una de las escenas que podemos haber olvidado y que Carrère d’Encausse nos recuerda con vivacidad.

En su apasionante libro Seis años que cambiaron el mundo, la historiadora Hélène Carrère d’Encausse, biógrafa de los Romanov, de Lenin y Stalin, además de secretaria perpetua de la Académie française, describe con todo lujo de detalles cómo se llegó hasta ese día histórico desde que Gorbachov llegó al poder en la URSS y de qué manera Rusia, finalmente, se deshizo de su gran reformador. Los seis años que van desde 1985 hasta 1991 empezaron en plena Guerra Fría, con la Unión Soviética siendo una temida superpotencia que no tenía otro rival que Estados Unidos. Gorbachov subió al más alto peldaño del poder soviético cuando el PCUS tomó la iniciativa de rejuvenecer la imagen de su líder y escogió a Gorbachov para desempeñar este papel.

Gorbachov se puso a hacer cosas inauditas: la primera fue que, en vez de esconderla como sus predecesores, dio a conocer la catástrofe de Chernóbil. Además, al saberse que la tragedia ocurrió en parte por culpa del alcohol, el premier estableció la ley seca, que resultó ser tan antipopular que, unos años más tarde, llegó a convertirse en una de las causas de su caída. La democratización del régimen soviético, impulsada por Gorby, provocó que los satélites de la URSS se emanciparan y rápidamente abrazaran un sistema democrático y la economía de mercado; otro tanto sucedió con las repúblicas secesionistas, como las bálticas, Georgia y Ucrania, entre otras muchas que acabaron independizándose. Los rusos no soportaron perder su imperio y tras el golpe de Estado destronaron a Gorbachov en favor de Borís Yeltsin.

Ese libro, el mejor entre la docena de volúmenes de ensayo destacables sobre esta época porque ofrece una visión de conjunto completa e imparcial, además de viva y bien documentada, acaba cuando Yeltsin abandona el Kremlin y lega el país a su sucesor, Vladímir Putin, con un último deseo: “Cuide bien de Rusia”.

Aquellos seis años milagrosos prácticamente acabaron con el comunismo mundial. Sin embargo, recalca Carrère, un cuarto de siglo más tarde, la memoria colectiva continúa subestimando, cuando no olvidando, esa extraordinaria serie de acontecimientos, la desaparición pacífica de un sistema todopoderoso que se creía eterno. Este libro, magistralmente narrado, lo deberían leer todos los que desean conservar y defender la memoria histórica.

Seis años que cambiaron el mundo. Helene Carrère d’Encausse. Traducción de Ana Herrera. Ariel. Barcelona, 2016. 384 páginas. 23,90 euros

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