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La Sagrada Familia trepa por el cielo de Barcelona

El templo que ideó Gaudí a finales del XIX dominará el ‘skyline’ de la ciudad y en cuatro años se encaramará a los 172 metros de altura

La Sagrada Familia de Barcelona, fotografiada desde el barrio de El Carmelo.Vídeo: C. Ribas / EL PAÍS
Blanca Cia

Como un gran mecano, grandes bloques de piedra de cuatro por cinco metros se ensamblarán formando anillos en las seis torres centrales de la Sagrada Familia que tiene otras 12 en sus tres fachadas. Desde este año y hasta 2020 las cuatro torres de los Evangelistas (135 metros), la de María (140) y la mayor de 172,5 metros de altura, la de Jesús, se irán encaramando al cielo barcelonés. El templo que ideó Gaudí transformará el skyline de Barcelona, donde todos los edificios de altura nunca han osado subir más allá de lo que estaba ya previsto para la Sagrada Familia. Hubo un intento, el hotel W de Ricard Bofill que proyectó una estilizada vela de 179 metros y que se quedó recortada a una silueta más bien regordeta de 99 metros por imperativo municipal. La basílica se va a imponer en el cielo de Barcelona sin que el Ayuntamiento diga nada. La “singularidad” de la Sagrada Familia es tal que se está construyendo desde hace 134 años sin licencia ni permiso de obras del consistorio barcelonés. Cuando se puso la primera piedra, en 1882, los terrenos sobre los que se asentaba eran del municipio de Sant Martí de Provençals. Y allí presentó los planos un joven Antoni Gaudí. Un simple “tramítese” de aquel ayuntamiento es el amparo urbanístico que tiene.

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Ahora, el gobierno de Ada Colau quiere fiscalizar la obra y plantear al templo que debe normalizar la situación constructiva, algo que podría suponer el pago de licencias de obra. Hasta ahora no han abonado ningún tipo de tasa, salvo cuando coloca grúas. El ayuntamiento también impulsará una Comisión Arquitectónica específica para la Sagrada Familia que presidirá el regidor de Arquitectura, Daniel Mòdol. Arquitecto de profesión, Mòdol afirma rotundamente que la Sagrada Familia “es un proyecto sin planos en nombre de Gaudí” y dice que lo que la junta constructora está haciendo es “una mona de Pascua gigante” por la similitud del conjunto con los pasteles tradicionales en Cataluña los lunes de Pascua. Los responsables de la obra, empezando por el arquitecto jefe, Jordi Faulí, y el Patronato se muestran dispuestos a sentarse con el Ayuntamiento. Será en esa comisión donde se volverá a discutir sobre uno de los temas más polémicos: qué es patrimonio y qué no lo es. Para la junta constructora, “todo” lo que ejecutan es fidedigno al proyecto de Gaudí —aunque los planos originales solo son tres de 1916—, pero patrimonialmente lo único que está reconocido como Bien Cultural de Interés Nacional (BCIN) es exclusivamente lo que hizo Gaudí: la fachada del Nacimiento y la cripta.

Con el paso de los años, la Sagrada Familia ha pasado de ser algo que no se acabaría nunca a transformarse en un agente incómodo para el Ayuntamiento —el Patronato intentó parar el túnel del AVE que pasa junto al templo recurriendo a la Audiencia Nacional— y lo es, especialmente, para los vecinos de ese barrio que están literalmente invadidos por millones de turistas. Durante un siglo, la financiación de las obras dependía de las colectas, la primera se hizo en 1955. La otra fuente de ingresos eran las visitas expiatorias, de los creyentes que pagando creían saldar sus cuentas con su Dios. De ahí que el ritmo constructivo fuera lento. Todo cambió a partir de los Juegos Olímpicos de Barcelona: las torres aparecían en cientos de imágenes que dieron la vuelta al mundo. Ese año la Sagrada Familia tuvo 658.000 visitas. En 2002, ya pasaron de los dos millones. La consagración de la basílica por el Papa Benedicto XVI en 2010 supuso otro tirón turístico y colocó las visitas en más de tres millones. Ahora se acerca a los 4: en 2015 fueron 3,7. A más visitas, más recaudación: de los 16 millones de 2005 se ha llegado a los 25 del año pasado. Y a más dinero, más rapidez en la construcción. De ahí que la junta del templo tenga ya dos fechas en rojo: 2020 fin de las torres y 2026 todo el proyecto arquitectónico.

No todo acabará ahí. Cuando la manzana que ocupa esté terminada se planteará proseguir con la idea de Gaudí de crear una gran avenida de acceso por la fachada de la Glòria desde la Diagonal. Un paseo que culminaría en una escalinata y que se llevaría por delante viviendas y negocios de dos manzanas del Eixample. En otras palabras, una operación urbanística de gran calado con no menos de 150 viviendas afectadas que deberían ser realojadas en otro lugar, además de negocios y actividades que copan los bajos. Una operación que fue sondeada por dos gobiernos municipales: el del socialista Jordi Hereu y el del convergente Xavier Trias. Ninguno de los dos llegó a puerto porque la cuestión de fondo es quién paga las expropiaciones o el coste del realojamiento: ¿el erario público o la Sagrada Familia?

Mientras, la junta constructora sigue imponiendo la política de hechos consumados y las ocho columnas que deben aguantar la losa del paseo de acceso ya están construidas sobre la acera de la calle de Mallorca. Lo hacen saltándose ligeramente el alineamiento de la fachada, una anomalía que se ejecutó sin control del ayuntamiento. Será por la “singularidad” del templo.

El templo ha provocado la transformación de un barrio

Todo edificio singular y potente genera una transformación de su entorno. La Sagrada Familia no es una excepción y lo que hace años era un barrio tranquilo de un extremo del Eixample barcelonés se ha tornado en manzanas tomadas por millones de turistas. Los que la visitan y los que se plantan en la calle para hacerse una selfiey subir corriendo al autocar.

La Sagrada Familia atrae a turistas y expulsa a los vecinos: en los últimos cinco años ha perdido población y la renta ha caído ocho puntos. Más datos: esa área concentra 2.540 apartamentos turísticos legales de la ciudad —el 20%— además de otros 500 ilegales, según un estudio municipal.

El comercio también ha sufrido una importante transformación. Han cerrado 362, el 15% de los 2.400. Y se ha sustituido el comercio de proximidad por un monocultivo de souvenirs, bares y restaurantes que están controlados por sociedades de capital extranjero.

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Blanca Cia
Redactora de la edición de EL PAÍS de Cataluña, en la que ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en diferentes secciones, entre ellas información judicial, local, cultural y política. Licenciada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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