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La locura épica de Oasis

Matt Whitecross estrena el 28 de octubre 'Supersonic', un documental sobre la etapa de esplendor de la banda de Manchester

Lucía Lijtmaer
En primer plano, Liam Gallagher junto al resto de integrantes de Oasis, en 1994.
En primer plano, Liam Gallagher junto al resto de integrantes de Oasis, en 1994.Michel Linssen (Redferns)

“Quiero la cabeza cercenada de Phil Collins en mi nevera o habré fracasado”, espeta Noel Gallagher entre bambalinas, a punto de salir a tocar y arrasar. Estamos entre 1994 y 1996, el reinado absolutista de Oasis en lo que fue conocido como el britpop,el fenómeno musical y político a mediados de los noventa que ahora recupera Matt Whitecross en su documental Supersonic y se estrena en el Festival InEdit el 28 de octubre. Bienvenidos, pues, al despiporre que fue la banda de Manchester en su etapa de esplendor, repletos de testosterona, peleas, fútbol y sobre todo música.

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Porque de eso trata el documental de Whitecross, un esforzado realizador conocido principalmente por Sex & Drugs & Rock & Roll, su retrato del punk Ian Dury. Supersonic documenta la ascensión de Oasis al limbo de las superestrellas a través de la música y parte del pináculo más absoluto: sus dos conciertos en Kneb­worth, donde se dieron cita 250.000 personas y quisieron comprar entradas 1,4 millones de británicos. Para tratar esa horquilla de apenas dos años y medio en la que los hermanos Gallagher formaron parte de, como definió el historiador punk Jon Savage, “la banda más famosa del mundo que fue también, durante un instante, la mejor banda del mundo”, White­cross echa mano de un archivo ingente de imágenes inéditas y que desgrana con mucho empeño y la ayuda de las voces en off de la propia banda y sus más allegados. Y ahí encontramos las razones del éxito: buenas canciones llamadas a la épica, un grupo de chicos de clase obrera sin nada que perder y una tensión arrasadora entre dos hermanos condenados a trabajar juntos.

No hay que olvidar un detalle: Noel Gallagher es productor ejecutivo del documental, lo que justifica ese material audiovisual que se remonta a los primeros ensayos, pero también deja en blanco una gran parte de la historia de Oasis. Y entre otras cosas, lo que borra es lo que pasaba mientras todo pasaba: a diferencia de la tradición documental británica, Supersonic se olvida del contexto histórico y social de una banda que no solo fue un grupo musical, sino que jugó un papel crucial en la década de los noventa en Reino Unido.

Supersonic habla de sonido, de fans y de estadios, y deja de lado el papel político de la banda en los medios. Documenta laboriosamente el triunfo de Oasis en los Premios Brit Awards, pero no trata, por ejemplo, que, tras llevarse los premios a mejor grupo, álbum y vídeo, Noel Gallagher espetó que “hay siete personas dando esperanza a la juventud en este país”. Después de enumerar a su banda y su productor, realizó un sorprendente respaldo político a Tony Blair y gritó: “¡Poder para el pueblo!”. Tanto él como su esposa, Meg Mathews —famosa también por su columna de moda en un periódico inglés, donde afirmaba teñirse el pelo para que hiciera juego con su Visa Platino—, acudieron a Downing Street en cuanto Blair se convirtió en el primer ministro del Nuevo Laborismo.

Otra de las omisiones más evidentes son las peleas mediáticas con el otro estandarte del momento, Blur. Oasis eran Manchester City, pintas en el pub, cocaína y cantos épicos. Blur simbolizaban a la clase media moderna: estudiantes de Londres, letras con referencias a André Gide, videoclips dirigidos por Damien Hirst y jugueteos con la bisexualidad. Las declaraciones de Noel en 1995: “Espero que el bajista [Alex James] y el cantante [Damon Albarn] pillen el sida y mueran”, forman parte de un torbellino que solamente terminó cuando ambas bandas hicieron coincidir las salidas de sus singles el mismo día, evidenciando así una rivalidad que a largo plazo ambos repudiaron.

El filme deja de lado la decadencia del grupo, algo impropio en los Gallagher, siempre cáusticos pero honestos sobre sus errores

Esa fecha, el 17 de agosto de 1995, da el pistoletazo de salida del barroquismo en el que entró el britpop en el momento en el que se endiosó y que fue bautizado como Cool Britannia: ya no se trataba de bandas indies —Pulp, Elastica y Supergrass acompañaban a las dos anteriores en el éxito mediático y de ventas—, sino de montañas ingentes de dinero y fama en, recordemos, una era del pop antes de Internet que aún facilitaba el éxito sin quemar a sus estrellas por un mal single. Es en este contexto que puede entenderse cómo Oasis, después de dos álbumes impolutos, Definitely Maybe y What’s the Story? Morning Glory, dejan caer Be Here Now, que fue tachado por los propios integrantes como “un elefante inmóvil”. El documental deja de lado la decadencia de la banda, algo impropio en los hermanos Gallagher, siempre cáusticos pero honestos con respecto a sus propios errores.

Supersonic brilla cuando deja claro por qué Oasis fueron la mejor banda del mundo entre 1994 y 1996: las canciones se les escapan incluso a sus creadores. “Oasis era el público”, explica Liam Gallagher frente a unas imágenes de 100.000 personas coreando Wonderwall y Live Forever. La épica del antagonismo de ser joven y no creer en el mañana conectó de una manera irreparable con toda una generación. Los creadores del documental consideran que no hace falta nada más. No es poco.

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Sobre la firma

Lucía Lijtmaer
Escritora y crítica cultural. Es autora de la crónica híbrida 'Casi nada que ponerte'; el ensayo 'Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta' y la novela 'Cauterio', traducida al inglés, francés, alemán e italiano. Codirige junto con Isa Calderón el podcast cultural 'Deforme Semanal', merecedor de dos Premios Ondas.

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