_
_
_
_
_

Hombres sin infancia

Alexiévich reproduce el dolor de los huérfanos bielorrusos de la guerra en 'Últimos testigos', por fin publicada en español

Ciudadanos bielorrusos en Belarus en 1941.
Ciudadanos bielorrusos en Belarus en 1941.Slava Katamidze

El periodista acostumbra rondar más los palacios que los barrios, por mucho que entre sus principales cometidos figure dar voz a quienes no la tienen. Eso es justamente lo que ha hecho Svetlana Alexiévich en toda su obra, en la que cientos de personas comunes narran sus vivencias íntimas de algunas catástrofes del siglo XX: el accidente nuclear de Chernóbil, la invasión de Bielorrusia por las tropas alemanas en 1941, la Gran Guerra Patriótica a través de los ojos de las mujeres rusas que decidieron ir al frente, las secuelas de la guerra de Afganistán… O el hundimiento de la URSS, que condujo al suicidio a cientos de comunistas desesperados.

En su obra no hay ninguna pretensión historicista, de apoyar tal o cual versión de los hechos. Lo que busca es aflorar las emociones de los supervivientes, con las que escribe una salmodia de gran intensidad. La autora se desvanece detrás de sus interlocutores y su experta batuta se intuye apenas en la melodía y en los títulos de los microrrelatos. Una y otra vez la guerra aparece como telón de fondo de ese bajorrelieve interminable que la periodista bielorrusa (premiada con el último Nobel de Literatura) ha tallado sobre la tragedia humana.

Más información
El periodismo como literatura
La bielorrusa Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura
“En la exURSS vivimos hoy con las ratas que salieron de nuestra alma”

Alexiévich ha proclamado que la atrae “ese espacio minúsculo que ocupa un solo ser humano”. Le interesa la voz individual, que le permite crear una densa polifonía de sus contemporáneos en situaciones trágicas. Para escribir Últimos testigos entrevistó a mediados de los ochenta a cientos de bielorrusos que habían quedado huérfanos. Escrita hace más de 30 años, acaba de publicarse su traducción al español.

En busca de sus fuentes rastreó los archivos de los orfanatos de Minsk, que al término de la Segunda Guerra Mundial habían registrado a más de 30.000 huérfanos. Gentes comunes, que rondaban los 50 años cuando les abordó la periodista bielorrusa y que aceptaron hurgar en su memoria aún dolorida en busca de la imagen del padre desaparecido en la guerra, cuando no también la madre.

No es un libro fácil de leer, a veces la acumulación de dolor de aquellos niños resulta aún hoy difícil de soportar. El penúltimo de los 100 testigos que comparecen en sus páginas es un electricista que tenía dos años cuando las tropas alemanas invadieron Minsk. Su relato tiene escasas 30 líneas y se titula: ‘Estuve esperando a mi padre mucho tiempo. Toda la vida…’. Una peluquera que tenía ocho años perdió a sus padres en un bombardeo: “Ya he cumplido 51 años, tengo mis propios hijos, y, sin embargo, todavía sigo queriendo que venga mamá”.

En medio de la catástrofe bélica, que tiene su representación más recurrente en las bombas que caen del cielo, en los aviones que siembran los pueblos de fuego, está el recuerdo de una hambruna permanente, de carácter bíblico: “En la cazuela no quedaba ni el olor a comida, hasta el olor lo habíamos lamido”; “nos convertimos en rumiantes, en primavera ni un solo árbol conseguía echar brotes en un radio de varios kilómetros alrededor del orfanato”; “en todas las casas había un puchero con caldo de ortigas”. Pero en medio de los relatos más sombríos y de una desolación constante surgen ocasionalmente ingenuos chispazos infantiles que provocan una sonrisa. Cuarenta años después de la tragedia, la periodista bielorrusa ha sabido activar en aquellos huérfanos algunas zonas mágicas de la memoria que sobrevivieron a la hecatombe.

Los relatos de aquellos niños, sin un solo subrayado ni una opinión personal de Alexiévich, componen una obra antibelicista de eficacia demoledora, con el hilo conductor de la insondable tristeza de un centenar de hombres y mujeres a los que la guerra amputó su infancia. Un arquitecto que tenía cuatro años lo expresa así: “Soy un hombre sin infancia. En vez de infancia tengo la guerra”.

Últimos testigos Svetlana Alexiévich Traducción de Yulia Dobrovolskaia / Zahara García González Debate Barcelona, 2016 336 páginas 22,90 euros

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_