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LIBROS

Memorable revelación

El autor hace que el amor, el deseo sexual y la moral aparezcan bajo una luz nueva que a todos nos concierne

Siempre me pregunto cómo puede explicarse que el amor, una experiencia decisiva para el individuo, no sea objeto de conocimiento y de estudio en la escuela: su historia, sus batallas, la naturaleza de su dominio, su retórica, sus juegos de acercamiento y de seducción, la diplomacia que requiere, las miserias del abandono, la hipocresía de los intereses que cubre, la necesidad infatigable que tenemos de él. Se habla del amor como de un hecho misterioso cuando se trata de una poderosa maquinaria, tal vez el único refugio que nos queda como especie, donde una persona puede percibir la aprobación de otra sosteniéndola frente a las dudas que alberga sobre sí misma. Pese a la magnitud de su importancia, seguimos cultivando su aura enigmática y cada generación queda al albur de sus propias experiencias como si se tratara de una vivencia impenetrable. Sin embargo, los seres humanos hemos sido menos inermes a la pasión de lo que creemos, aun desdeñándola de nuestros esquemas formativos. La educación sentimental en el presente, más libre y tolerante, poco tiene que ver con los prejuicios que la emponzoñaron en el pasado. Y a ella hemos incorporado nuevos significados y nuevas formas de amar. Es una de las lecciones que nos brinda el novelista Luisgé Martín con su memorable autobiografía sentimental, El amor del revés, en la que exhuma valientemente su trayectoria homosexual, desde la represión psicológica experimentada en la adolescencia hasta la plenitud de una madurez en la que ya no hay motivos para esconderse y la homosexualidad es una opción más.

Recuerdo el impacto de la lectura del primer volumen de las memorias de Terenci Moix, El cine de los sábados. ¿Qué sabíamos entonces del sufrimiento moral que la represión nacionalcatólica impuso a los homosexuales tratándolos como enfermos o delincuentes? Moix, no exento de melodramatismo, clamaba contra aquella injusta marginación que a él le partió la vida. Ahora Luisgé Martín, con una franqueza admirable que dice mucho de él y de su ética literaria, se ha dispuesto a sondear sus sentimientos más profundos, explorados en libros anteriores (Los amores confiados, por ejemplo) si bien en una clave ficcional que los distingue claramente de esas “memorias sodomitas”, como el autor las define en algún momento. En efecto, esta es la línea de fuerza que vertebra y da sentido al luminoso relato, a pesar de la oscuridad que cruza la mayoría de sus páginas, fruto de la soledad y el dolor por saberse diferente, extraño, despreciable. El escritor traza un relato veraz y exhaustivo, hasta donde es posible hacerlo, de su lucha por ser, siendo diferente. Y para ello emplea un yo medido y convincente: no es narcisista, ni cínico, ni enfático y mucho menos vulgar. Es un yo que sabe, además, cómo enfrentarse al secretismo que ha rodeado siempre la vida homosexual, desvelando sus actitudes y sus modos de operar. No sorprende, pues, en este contexto, el pormenor con que Martín analiza la falsa ciencia de los textos teológicos que fundaron su sufrimiento; su sensibilidad al evocar el cortejo de los hombres entre sí o el papel jugado por los guetos gais donde los homosexuales encontraron en el pasado protección y libertad. O cómo el sida transformó el mundo de las relaciones personales. Luisgé Martín escribe sobre lo que ha vivido, sentido e imaginado y sobre cómo ha logrado, pese a las dificultades, restituirse a sí mismo. Si en la adolescencia su frágil identidad vivió abrumada por los determinismos procedentes de la brutalidad del mundo y todo hace pensar al lector que el resultado será, finalmente, una identidad fallida, inacabada, crítica y amarga, ocurre lo contrario. De una sociedad que destruye a un individuo llegamos a un individuo que construye sociedad. Es decir, que el resultado va mucho más allá de unas “memorias sodomitas”; la historia que cuenta Luisgé Martín hace que el amor, el deseo sexual y la moral aparezcan a una luz nueva que a todos nos concierne. El mejor libro que he leído en mucho tiempo.

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