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ENTREVISTA

Terry Eagleton: “El fundamentalismo no es odio, es miedo”

El materialismo irónico de Terry Eagleton ha sacado el ensayo del desierto de afectación en el que había caído. Ahora publica 'Esperanza sin optimismo' y 'Cómo leer literatura'

Rafael Gumucio
El escritor y profesor Terry Eagleton.
El escritor y profesor Terry Eagleton.Steffan Hill

Terry Eagleton (Salfold, Reino Unido, 1943) no ha dejado un minuto en paz tanta comodidad posmoderna. Antes que Zizek o Badiou se convirtieran en inevitable moda contracultural, se dedicó desde la literatura, su especialidad primera, a señalar uno por uno los lugares comunes de los biempensantes de turno. Sucesor del crítico literario y cultural marxista Raymond Williams, ha unido a esa disconformidad militante una sólida educación católica que las lecturas y los años, en vez de aplacar, han profundizado. “Como dice el Nuevo Testamento, reconocerás a Dios cuando ves a los pobres llenarse de cosas buenas y los ricos siendo despachados sin nada”, cuenta por correo electrónico. “El cristianismo y el marxismo tienen un víncu­lo obvio en que los dos quieren ver a los pobres lograr el poder. La diferencia es que esto, para la fe cristiana, es un asunto escatológico, es decir, uno que va más allá de la historia, mientras que el marxismo espera verlo realizarse dentro de la historia de la humanidad”.

“Cuando la gente escucha la palabra revolución piensa en sangre, pero algunas reformas han sido más sangrientas”

Esta adhesión doble al cambio social y la fe católica lo ha llevado a polemizar una y otra con un extraño ser que él llama Ditchkens, que no es otra cosa que la mezcla perfecta del biólogo Richard Darkwkins y el fallecido polemista Christopher Hitchens, portavoces a la vez de la intervención americana en Irak y nuevo ateísmo militante. Ese tipo de juegos de palabras son la sorpresa perpetua de quienes se aventuran en libros tan concienzudos y despiadados como¿Por qué Marx tenía razón? (Península), Ideología (Paidós) o Después de la teoría (Debate). Por no hablar de sus imprescindibles memorias, El portero (Debate), emocionantes y desternillantes. “El humor para mí está íntimamente ligado al sinsentido”, dice. “Las actividades más valiosas no tienen ningún propósito o función más allá de sí mismos: tocar música, hacer el amor, tomar vino, jugar con los hijos. Lo mismo se podría decir de los chistes. Es compartir la vida porque sí”.

El poder de las palabras

‘Comienzos’, ‘El personaje’, ‘Narrativa’, ‘Interpretación’ y ‘Valor’ son los cinco capítulos en que se divide Cómo leer literatura. Lo que sigue son tres fragmentos del libro de Terry Eagleton.

Lenguaje. "En El corazón de las tinieblas, de Conrad [traducción de Miguel Temprano], se nos cuenta que el rostro de una mujer 'tenía un feroz y trágico aspecto en el que se mezclaban un enorme pesar y un sordo dolor con el temor hacia alguna decisión a medio formular que luchaba por abrirse paso'. Esa expresión facial imposible solo existe a nivel de lenguaje. Dudo que ni siquiera la actriz de más talento fuera capaz de aparecer feroz, trágica, apesadumbrada, herida, temerosa y decidida al mismo tiempo. Un Oscar se quedaría corto para premiar una actuación semejante".

Doctrina. "Los cambios de las circunstancias históricas pueden tener como resultado que algunas obras dejen de gustar. No había ni un solo escrito judío valioso para los nazis. Un cambio de sensibilidad general ha implicado que ya no apreciamos los escritos didácticos, a pesar de que el sermón fue un género mayor en otros tiempos. De hecho, no existe motivo alguno para suponer, como suelen hacer los lectores modernos, que la literatura que intenta enseñarnos algo ha de ser aburrida. En la modernidad tendemos a mostrar cierta aversión por la literatura 'doctrinaria', pero la Divina comedia es exactamente eso. La necesidad doctrinaria no tiene por qué ser dogmática".

Público y privado. "Uno de los logros de la gran novela realista europea, desde Stendhal y Balzac hasta Tolstói y Thomas Mann, consiste en ilustrar la interconexión entre personaje y contexto. En palabras de George Eliot, no hay vida privada que no haya sido influida por una vida pública mucho más amplia".

Pero el habitualmente sarcástico e implacable Eagleton, para sorpresa de todos, incluido él mismo, parece querer pasar de la crítica a la propuesta. No es cuestión de optimismo, explica una y otra vez en su último libro —titulado justamente Esperanza sin optimismo—, porque el optimismo es para él “una forma de desesperación”, sino de una vieja virtud teologal reactivada por el historiador marxista Ernst Bloch: la esperanza: “La esperanza es un tipo de deseo, pero uno que lo vincula con un tipo de expectativa. La esperanza debe ser, de alguna forma, factible; tiene que ser posible de ser realizada, mientras que el deseo puede no serlo. Puedes desear ser Mick ­Jagger pero no puedes esperar serlo”.

Pero ¿qué podemos esperar de la esperanza en una Europa en crisis que sólo parece estar de acuerdo en estar en desa­cuerdo? “Continuamos esperando conseguir las cosas que tradicionalmente hemos querido: justicia, igualdad, fraternidad, ausencia de pobreza y de violencia, igualdad, etcétera. Es poco probable que exista jamás una sociedad de seres humanos sin violencia o injusticia de algún tipo, pero, dados los recursos globales que poseemos, está totalmente dentro de nuestras posibilidades acabar con la pobreza. Nuestro sistema de propiedad es lo que impide que esto pase, y claramente se podría cambiar”.

Resuena entonces inevitable la palabra revolución, que no es del todo extraña en ese pertinaz militante del Partido Socialista de los Trabajadores. “Cuando la gente escucha la palabra revolución, piensa inmediatamente en sangre y barricadas. Pero ha habido revoluciones de terciopelo, igual que revoluciones violentas. La revolución bolchevique estuvo bastante libre de violencia. Algunos procesos de reforma han sido mucho más sangrientos que algunas revoluciones. En todo caso, las revoluciones no se producen de un día para otro. Las revoluciones que dieron lugar a las sociedades modernas de clase media tardaron siglos en evolucionarse. Marx alaba las clases medias como la fuerza más revolucionaria jamás vista en la historia de la humanidad. Supongo que un revolucionario es alguien que cree que no es posible tener el tipo de justicia y bienestar que necesitamos sin una transformación completa. Eso, para mí, sería un punto de vista realista, no extremista. La caída del apartheid en Sudáfrica también fue una revolución (política, no económica), y nadie considera fanático o extremista haberlo apoyado. Todo el que cree que fue correcto que Estados Unidos dejara de ser una colonia es un defensor de la revolución. Es decir, más o menos todo el mundo lo es”.

“El fundamentalismo es un error sobre la naturaleza de la lectura, que no existe sin interpretación. Es la otra cara del posmodernismo”

Eagleton se defiende a lo largo del libro de ser un optimista, pero está muy lejos de ser un pesimista. Al preguntarse si el mundo está peor o mejor que hace 50 años, no duda en responder que ha mejorado en aspectos fundamentales. Su querella con el optimismo como ideología se basa justamente en su falta de fe en que el mundo podría aún mejorar mucho más: “La pregunta es si es factible emprender cambios que podrían modificar nuestro mundo de manera significativa. Y la respuesta realista a esta pregunta es, sin duda, sí. En este sentido, los realistas son aquellos que creen en la posibilidad de tal transformación, y los que tienen la cabeza en las nubes son los que piensan que las cosas siempre seguirán más o menos como siempre han sido. Allá por el año 2000, los teóricos hablaban de la supuesta muerte de la historia. Según ellos la historia, efectivamente, estaba acabada, el capitalismo era la única opción a nuestro alcance, y nada dramático podía ya pasar. Luego dos aviones se estrellaron contra el World Trade Center. De ahí tuvimos la supuesta guerra contra el terror, luego uno de los mayores colapsos de la historia del capitalismo, luego las primaveras árabes, la crisis de la migración, etcétera”.

El auge del fundamentalismo islámico se conecta para Eagleton con otra de sus obsesiones: ¿cómo leer o cómo no leer ficción o poesía? “El fundamentalismo de cualquier tipo es, esencialmente, un error que se comete en torno a la naturaleza de la lectura. Imagina que el significado de los signos se fija, inmutablemente, por los tiempos de los tiempos. Pero el hecho es que una marca cuyo significado no pudiera cambiar de un contexto a otro simplemente no sería un signo. Los signos deben ser, por definición, portátiles: pueden ser transportados de una situación y acumular nuevos significados en colaboración con los signos que los rodean. Por eso no puede existir la lectura sin la interpretación.

Para Eagleton, “el fundamentalismo tiene sus raíces no en el odio, sino en el miedo, el miedo a un mundo moderno y siempre cambiante en que todo está en movimiento, donde la realidad es provisoria y con un final no definido y donde las certezas y los pilares más sólidos parecen haber desaparecido. En este sentido, es la otra cara del posmodernismo”.

O escritor e professor Terry Eagleton
O escritor e professor Terry EagletonGeraint Lewis

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