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Donde escuchar jazz es (todavía) un placer

Durante dos semanas, entre julio y agosto, un grupo seleccionado de 119 jóvenes ha compartido la experiencia vivificadora de este estilo musical en Siena

Los Maestros, con Aaron Parks, al piano, y Jeff Ballard, al piano, en la Plaza de Provenzano
Los Maestros, con Aaron Parks, al piano, y Jeff Ballard, al piano, en la Plaza de ProvenzanoCaterina Diperri

En pocos días volverá el crepitar de los cascos sobre el empedrado de la venerable Piazza del Campo, en Siena, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Será el gran momento, el que todo Siena espera. Y es que el Palio es mucho más que una mera carrera de caballos; un ejercicio de psicoanálisis colectivo para los habitantes de ésta ciudad, agrupados en torno a las diferentes contradas representativas de cada uno de los distritos. “Para los sieneses”, comenta Francesco Martinelli, director del Centro de Estudios Siena Jazz, “sólo hay un acontecimiento que pueda comparase siquiera lejanamente al Palio, y ese es el Seminario de Jazz”.

Durante dos semanas, entre julio y agosto, un grupo seleccionado de 119 jóvenes llegados desde los Estados Unidos, Argentina o Australia ha compartido la experiencia vivificadora del jazz, teoría y práctica. “Tendrían que haber sido 120”, aclara Martinelli, “pero la turca se quedó bloqueada en el aeropuerto a causa del golpe de estado y no ha podido venir”. Más allá de las aulas, la experiencia del jazz involucra a la ciudad toda: “se trata de llevar el jazz al último rincón utilizando los recursos que la misma ciudad nos proporciona”.

A un extremo de la villa antigua, la contrada del Valle del Carnero despliega sus enseñas rojas y amarillas en señal de bienvenida. “Para nosotros, formar parte de Siena Jazz constituye un motivo de orgullo”, comenta ufano su máximo responsable, o priore, miembro del ejército italiano en sus ratos libres con grado de capitán. Puestos en fila tras de los mostradores, los miembros de más edad sirven generosas raciones de tortellinis con ragú a los recién llegados. Lo recaudado, se nos dice, servirá para sufragar los gastos de la organización. Aficionados y artistas comparten mesa y jazz en el más cinematográfico de los escenarios al aire libre. Al fondo, el jardín dieciochesco con el escenario y algunas sillas de madera que nadie utiliza. Más al fondo, la silueta de la ciudad de Francesco di Giorgio envuelta en la negrura de la noche toscana. Aquí, el personal escucha jazz según le viene en gana, tumbado sobre el césped o sobre la piedra, sin apreturas ni nadie que venga a decirle dónde debe situarse y dónde no. Allá, un grupo de alumnos aventajados prueba por vez primera el sabor del escenario. Hay quien señala a Lorenzo Sansoni –pantalones roídos hasta la rodilla, coleta hasta media espalda- como la nueva posible estrella del jazz transalpino: “es como escuchar a Bobby McFerrin cuando todavía no era famoso”, comenta entre sí la pareja situada al fondo, a la derecha. Junto a ellos, Marta, “carnerista” de carnet y corazón, echa una mano a sus compañeros de contrada con los restos de la pitanza. Su pronóstico para el próximo Palio es rotundo: “me da igual quien gane, mientras no sean esos de la concha”. Por suerte, Siena Jazz no conoce de cuestiones de rivalidad entre contradas. Cada una tiene su noche de jam session y si hay alguna que pasa del tema, es porque sus integrantes quieren.

La cosa, que cuando no es una contrada, son los profesores quienes asoman el careto por alguno de los rincones significativos con que cuenta la ciudad, adonde no llegan las hordas de japoneses que atestan las calles y plazas de la región. Así, la recoleta plaza Di Provenzano, conocida por la iglesia de perfiles neoclásicos dedicada a Santa María. La carnalidad de la piedra y el calor del jazz mano a mano, o sea.

Las 3 noches dedicadas a los maestros –1 al 3 de agosto- nos permitieron disfrutar con el jazz de alto voltaje de Aaron Parks, Shande Endsley, Jeff Ballard, Miguel Zenón, Stefano Battaglia y Logan Richardson, saxofonista, en quien se pretender ver al “nuevo” Kamasi Wasington, lo que no deja de resultar sorprendente teniendo en cuenta la edad del “viejo” Kamasi (35 años). “Buscamos el perfil del profesor entre los músicos jóvenes más avanzados”, puntualiza Martinelli, “gente con una mentalidad diferente que habla a los alumnos en su propio idioma”. Y como ejemplo Paolo Fresu, quien dio sus primeros pasos como trompetista en Siena. Hoy es profesor del seminario, así como los componentes de su quinteto, todos ellos antiguos alumnos del mismo. “El que viene a Siena no busca un diploma”, sentencian a dúo Catalina y Victoria, de 24 años, con una carrera incipiente como cantantes de jazz en su Buenos Aires, querido. “Esto no tiene nada que ver con ninguna otra escuela de jazz del mundo. En Siena, sobre todo, aprendes a aprender”.

Lo más esperado: el encuentro entre el jazz y la música klezmer a cargo del trompetista Avishai Cohen y el clarinetista David Krakauer. Constatación: del Cohen “libre y salvaje” –“apasionado y fogoso”, escribí entonces- que hace 3 años ponía al rojo vivo el madrileño Café Berlín apenas queda algún rescoldo. Puede que fuera cosa del repertorio o que el joven astro israelita del jazz se nos ha vuelto prudente. Dejarse la vida sobre el escenario o no dejársela, that´s the question.

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