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Envueltos por ‘El (infinito) jardín de las delicias’

El Museo del Prado presenta una videoinstalación en la que el visitante se adentra en el tríptico de El Bosco

Rut de las Heras Bretín

El Bosco ha conseguido algo excepcional: que los visitantes al Museo del Prado se sienten o recuesten en el suelo para contemplarle; que las salas pierdan su carácter sagrado cuasimonacal de silencio y observación; que el espectador deje de ser un sujeto pasivo para formar parte activa de la obra de arte y hasta que se pueda grabar y fotografiar lo que allí está ocurriendo. Y lo que está ocurriendo es que desde el lunes por la tarde El jardín de las delicias ha ocupado la sala C del museo. Un espacio que gracias a la videoinstalación Jardín infinito ha dejado de ser el cubo contenedor de obras de arte para formar parte de la pieza creada por el artista Álvaro Perdices, el cineasta Andrés Sanz y los músicos Javier Adán y Santiago Rapallo.

Perdices y Sanz han leído El jardín de las delicias como si fuera un mapa, lo han diseccionado y le han dado una nueva y diferente lectura. No se parece ni a las repetidas versiones y animaciones que hay sobre este tríptico. Se cambia el punto de vista y la dimensión, el visitante no observa desde fuera, pasea –físicamente- por dentro de la obra y su multitud de personajes a escala gigante le rodean. Una sensación envolvente que no se conseguiría sin la música: sonidos ambiguos, sugerentes. “Que no se parezcan a nada real para que no te lleve a sitios conocidos, que esté en el filo de algo que parece pero no es”, explica Rapallo.

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El camino para llegar a este Jardín infinito comenzó en noviembre cuando Miguel Zugaza, el director del Prado, encargó a Perdices unos vídeos para la exposición El Bosco. La exposición del V centenario (que durante su primer mes ha recibido 150.790 visitantes). Su intención era que fueran una extensión, una proyección de la muestra, y nunca mejor dicho: 18 proyectores de 9.000 lúmenes cada uno, 16 pistas de sonido y 75 minutos de imágenes sobre las paredes de la sala que actúan como pantalla de 20 metros de largo por casi seis de alto. Los pequeños detalles de la obra toman un tamaño gigantesco, tanto que rozan la abstracción. En esas dimensiones el craquelado y las pequeñas faltas de pintura (chispitas que salpican toda la obra, inapreciables a simple vista) se hacen omnipresentes. “Es una oda a la capa pictórica, a la materialidad de la obra”, dicen los artistas, que en cuanto se pusieron a trabajar en este proyecto vieron claro que no querían quedarse en una simple imagen bidimensional, serían las tablas con su marco dentro de otro marco: la pantalla. A partir de ahí se han pasado horas frente a la reproducción casi a escala real de El jardín de las delicias que Perdices colgó en una de las paredes de sus estudio, leyendo cada imagen, cada pájaro, cada fruto rojo, cada rostro, sacándolos del contexto y llevándolo a otra parte del cuadro, fabricando nuevas historias dentro de las historias que el pintor quiso crear, releyendo la pieza. Marcando con post-its los temas, los símbolos que han utilizado. En el Prado han jugado con ellos, como el Dios creador que aparece en la grisalla los han conjugado a su antojo -“de manera intuitiva”, confiesan- para llegar a esta experiencia sensorial.

Sucesión de escenas sin descanso

Del vuelo de multitud de pájaros —que bien podrían haber sido inspiradores de Hitchcock— al aleteo multiplicado de una oscura y colosal mariposa en las paredes de la sala C del Museo del Prado. Del tapiz que forman los dibujos de las alas de esta polilla pasa, sin descanso, a la repetición de ojos de los protagonistas de 'El jardín de las delicias': peces, pájaros, Dios padre, Adán, Eva, el hombre árbol. Y este último se acerca tanto al visitante que parece que su vientre y la taberna que El Bosco representó dentro va a engullir al espectador, que en ocasiones puede sentirse apabullado, incluso con la sensación de que es el suelo enmoquetado de negro (por primera vez en el museo) el que se mueve. Una experiencia única.

La videoinstalación es un hito en el museo, es el arte contemporáneo invadiendo las salas del Prado. Se sale de sus formas convencionales y aunque no es la primera vez que los vídeos forman parte de una muestra en esta institución, nunca fue tan inmersivo y con tanta importancia como en esta ocasión. Prueba de ello fue el “¡qué original!” que una vigilante de sala comentó con su compañero en los primeros minutos de proyección. Y son uno de los mejores termómetros de lo que ocurre en el museo, ya que lo viven a diario.

Alude Perdices a Ingres que decía que el detalle es la pequeñez importante que te lleva al mundo y que te aisla del mundo. De ese aislamiento, del que se produce durante el tiempo que dura la proyección —de la que cada uno puede entrar y salir cuando quiera— se sale a través de una imagen poco reconocible del tríptico, el engatillado de la trasera de la tabla central, una retícula que se repite y acompañada de la música transforma la sala C del Prado en un chill out.

Álvaro Perdices (izquierda) y Andrés Sanz, en el estudio del primero observando la reproducción de 'El jardín de las delicias'.
Álvaro Perdices (izquierda) y Andrés Sanz, en el estudio del primero observando la reproducción de 'El jardín de las delicias'.Samuel Sanchez
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