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Existió una edad de oro en las series

La creación televisiva norteamericana hizo cumbre con producciones como 'The Wire'. ¿Ha llegado el ocaso?

Carlos Boyero
A la derecha, Clive Owen en The Knick.
A la derecha, Clive Owen en The Knick.

Es transparente el tufo a modernidad de la revista cinematográfica francesa (con franquicia española) Sofilm, pero sería absurdo negar que entre esa raza afiliada a la impostura, sofisticados apologistas de efímeras tonterías que ellos definen como propuestas radicales, el malditismo de serie Z, existen listos y tontos, profesionales imaginativos y que pueden otorgar brillantez al tratamiento de sus filias y truños patéticos e ilegibles, incapaces de dotar de un mínimo atractivo a sus esforzados y militantes textos. Aunque frecuentemente no compartas sus amores, sería de miopes o de necios no percibir la solidez y el encanto de determinadas entrevistas, reportajes y artículos de la sabrosa revista francesa Los Inrockup­tibles. Y me ocurre algo parecido con Sofilm. Hasta los cotilleos están bien escritos. Y en medio de su fervoroso interés por ¿artistas? a los que uno ignora, desprecia, compadece o le resultan insoportables, de la previsible y cargante dedicación de sus críticas a películas que no se atreven a comprar ni a estrenar ni los distribuidores y exhibidores más ardorosamente posmodernos, siempre me encuentro con algún texto que merece la pena, que no vas a encontrar en las revistas especializadas.

En el editorial del último número de Sofilm (dedicado, entre otras heterodoxas y volcánicas perlas, a los trascendentales Bruce Lee y Michael Bay) citan las presuntamente proféticas y apocalípticas convicciones de John Landgraf, presidente de la cadena FX Network. Dice así: “Desde mi punto de vista, los años 2015 y 2016 habrán significado la cumbre creativa de la televisión americana. Una vez pasemos esa etapa, vamos a notar un claro declive”. Sabe Dios cuáles son pruebas concluyentes e irrefutables de este mecenas de las series para asegurar esto. Pero luego me informan los sagaces editorialistas de que gracias a este hombre han sido posibles las mejores series. Estas son, según su docto criterio, Louie, Justified, Sons of Anarchy y The Americans. Y digo: que os den, chicos modernos. Si esta predicción saliese de la boquita de aquellos que se inventaron la ya mitológica HBO, podría hacerles razonable caso. Pero el currículum artístico del tal Landgraf no le permite afirmar que gracias a él fue posible el esplendor en la hierba. A mí me parecen sus criaturas como una especie de Estrenos TV con pretensiones. Pueden aguantar razonablemente una temporada; el resto es rutina, convenciones, mediocridad satisfecha.

¿Qué me queda, algo bueno de verdad? La  magnífica temporada de 'The Knick', dirigida por Soderbergh

Se puede comprobar lo que expongo anteriormente viendo una y otra vez las obras maestras que a partir del cambio de siglo empieza a parir la televisión norteamericana. Y que no me cambien la nacionalidad por lo de estadounidense. ¿Algún cinéfilo de verdad denomina cine estadounidense al gran cine norteamericano de los años cuarenta, cincuenta y setenta, probablemente el mejor que ha existido y dirigido mayoritariamente por europeos? En el año 2000 comienza la relación entre el boss de la mafia de Nueva Jersey y su voluptuosa y asustada psiquiatra, experta en el cruce de piernas, que escucha estupefacta la depresión del gran macho alfa porque los patos han emigrado de su piscina. Han llegado Los Soprano. Existe un arte progresivo y mayúsculo en esta serie desde que irrumpen en sus guiones Matthew Weiner y Terence Winter. Y, paradójicamente, los peores episodios son aquellos que firma el creador de la serie, especializado en sueños y en psicoanálisis, un valioso y sobrevalorado David Chase. Y a Alan Ball, corrosivo y magnífico guionista de American Beauty, inventor de un clásico tragicómico y profundo, perturbador y complejo como A dos metros bajo tierra, solo se le ocurre, instalado en el éxito, montar una serie tan estúpida, inútilmente homosexual, fluctuando entre el terror vampírico y el guiño a los amiguetes titulada True Blood. Y entre los ilustres guionistas de la magistralThe Wireestán varios escritores excelentes como Dennis Lehane, Richard Price y George Pelecanos. Pero alguno de ellos, en un exceso de honradez, ha declarado que, por el bien de The Wire, esta podía haberse acabado antes. No estoy de acuerdo, aunque comprendo lo de intentar estirar algo que había sido perfecto. La última temporada, centrada en la miseria periodística, la bastarda adaptación de los medios a los nuevos tiempos, la seguridad de que el sistema y su mierda congénita siempre vencerán aunque los antihéroes inventen trucos desesperados e ilegales para impedirlo (pobre y tramposo McNulty, pobre y cerebral Lester Freamon), también es magistral. Y después el maravilloso David Simon, arquitecto de The Wire, ha seguido contando su visión de las personas y las cosas. Y Tremé está rodada con un cariño y una comprensión hacia los personajes auténticamente conmovedores. Y existe conocimiento y amor hacia la música. Pero The Wire es Shakespeare, es insuperable.

Veo las series con infinito retraso, cuando salen en DVD o en Blu-ray, en ese mercado dirigido por idiotas o delincuentes. Pero constato que muchos de los que las ven puntualmente no poseen criterio o me hablan admirativamente de productos que son mierda. Y pago muchos euros por comprar la segunda e infame temporada de Fargo, una imbecilidad hipermoderna con la pantalla caprichosamente dividida en dos planos, en tres, en cuatro, y en la que aparecen platillos volantes en medio de un hiperrealismo de provincias; una serie en la que el único interrogante es qué memez aún superior se le puede ocurrir al guionista o al creador en el capítulo siguiente. Y los primeros capítulos de la sofisticada ­Better Call Saul, del creador de Breaking Bad, son para meterse los dedos en la garganta y vomitar. Por pretenciosa, por boba. Luego se arregla un poco. O después del éxito de la danesa y encomiable Borgen, animarme a comprar, siguiendo las opiniones que declaran excelsas las series escandinavas, un tostón que no avanza como The Killing. ¿Y qué me queda, algo que sea bueno de verdad, sin necesitar promoción ni elogios críticos? Pues la tenebrosa y magnífica temporada de The Knick, dirigida enteramente por Soder­bergh. Con el final más triste y consecuente que recuerdo, con el caballo como cura para la farlopa. Y no es una tontería lo de que el mismo tío dirija toda la serie. Acuérdense de la primera temporada de True Detective. Intenten olvidarse de la segunda.

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