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UNIVERSOS PARALELOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un “Vinilo” rayado

Diego A. Manrique

Debo disculparme. Quería evitar escribir sobre Vinyl hasta que se anunciara su estreno en España. Pero solo escuchaba fechas nebulosas (¿finales de año?) hasta que cayó la bomba: HBO ha cancelado la segunda temporada, para la que habían prometido cambios sustanciales.

Habría que aplicar a HBO aquel lema del insecticida: “Los mata bien muertos”. Sabíamos que Vinyl costaba un potosí y que los resultados de audiencia habían sido flojos. De ninguna manera hacía honor al dream team de pesos pesados que firmaban como autores: Martin Scorsese, Mick Jagger, Terence Winter. Pero liquidarla ahora equivale a reconocer la incapacidad de HBO para ejercer de productora creativa.

Vinyl era una criatura bifronte. Cara: una carta de amor a la música de los cincuenta/sesenta, con esos flashbacks en los que actores, cuidadosamente difuminados por la iluminación, escenifican temas clásicos de Buddy Holly, Bo Diddley o Otis Redding. Y cruz: un retrato extremadamente cruel de todos los que prosperaban en el mundo de la música en 1973, tanto disqueros como artistas. Asistimos a un desfile de mafiosos, trepas, vampiros, egomaniacos, drogadictos, manipuladores, cínicos, depravados.

Atención: no digo que esa fauna no existiera (seguramente, todavía existe, agazapada entre las ruinas). Pero quedan reducidos a caricaturas desde el inicio. Debemos creer que Ritchie Finestra renuncia al pelotazo de su vida -la venta de su endeble discográfica, American Century Records, a los forrados alemanes de Polygram- para redimirse buscando algún nuevo sonido que devuelva la energía al negocio. ¡Por favor! Es como lanzar un corderito a la jaula de los leones y descubrir que, por orden de los guionistas, las fieras se han hecho vegetarianas.

No es el único sapo que tienes que tragar: aparecen trasuntos de Robert Plant, Alice Cooper, John Lennon o Andy Warhol que darían el cante incluso en una película de serie B. Vinyl aspira a una verosimilitud que no se trabaja: una exquisita banda sonora y unos personajes tomando rayas de cocaína no bastan para convencernos de estar “viviendo” los setenta.

En verdad, Vinyl debería haber acentuado la fantasía. Un servidor la daba por perdida hasta llegar al capítulo 7, donde Finestra y su socio principal toman al asalto Las Vegas: aparte de un intento grotesco de fichar a Elvis Presley, contemplamos una jugada muy sucia que nos sugiere la verdadera dimensión moral, el espíritu aventurero, del protagonista principal.

Así que realmente había materia en Vinyl. Pero en la primera temporada se desaprovechó. Jagger, el único de los creadores que chapoteó en aquel universo de excesos, prefirió la parodia a los matices. Y sus compañeros de proyecto añadieron un drama muy HBO: presentan a Finestra viviendo la crisis de los cuarenta, destrozando su matrimonio en un quijotesco empeño de dar sentido a su vida profesional.

Finestra apuesta el futuro de American Century con los Nasty Bits, un grupo anacrónico: en términos estéticos, se adelantan en tres o cuatro años al punk rock londinense; su cantante está encarnado por James Jagger, hijo de Mick. Mejores subtramas no llegan a desarrollarse. Ritchie tropieza casi por casualidad con la disco music, que efectivamente sería el sonido dominante durante buena parte de los setenta. Y también detecta la revolución musical de Kool Herc en el Bronx: el pinchadiscos jamaicano está construyendo los collages que proporcionaran base instrumental al rap. Son los territorios no estrictamente rockeros que hubieran dado sentido a la segunda temporada de Vinyl. Lástima.

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