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Terry Gilliam, una vida para hacer reír

El Monty Python publica un libro de memorias, ‘Gilliamismos’, que recorre su pasión por “hacer cosas” y sus ansias de libertad

Gregorio Belinchón
Terry Gilliam, durante el pasado Festival de Venecia.
Terry Gilliam, durante el pasado Festival de Venecia.Franco Origlia (Getty Images)

Para ser alguien que siempre dijo que no le gustaba tener un trabajo, a sus 75 años Terry Gilliam (Minneapolis, 1940) no ha parado ni un segundo. El aludido estalla en carcajadas por teléfono. “Es que me gusta trabajar, aunque a mi aire. En mi caso ha dado sentido a mi vida. También se debe a una confusión: yo llamo trabajar a hacer cosas: espectáculos, dibujos, películas... En definitiva hacer reír a la gente”. El (pen)último producto de su desaforada producción es el libro Gilliamismos (memorias prepóstumas) (Malpaso ediciones), una recopilación de su vida y su obra que avanza a trompicones en 300 apretadas páginas con fotografías y dibujos, todo un material abigarrado, pantagruélico, exacerbado, que juguetea con lo que es interesante o no para el lector. El único Monty Python que nació en Estados Unidos —actualmente es ciudadano británico, decisión que tomó para preservar su herencia— es capaz de confesar las miserias de un grupo que elevó al reino de los cielos artísticos el humor absurdo para birlar a continuación otras anécdotas más banales... o que incluso no entra en materia montypythoniana hasta el capítulo 8, página 132. Como excusa, suelta en el prólogo: “Al ponerse en marcha la grabadora empecé a parlotear sin descanso, y hemos acabado [...]en una especie de persecución automovilística de mi vida hecha a todo trapo”. Puede que como él mismo escribe al inicio, “al no poder discernir entre sueño y realidad se me ha dispensado de la desilusión que supone despertarse por haber caído de la cama y comprobar de ese modo tan brusco que mis recurrentes sueños no han ocurrido de verdad”. Ahí queda eso.

Porque en Gilliam todo se entremezcla. Y todo cambia en su torbellino. Hace dos años, cuando charló en el Festival de Cine de Gijón con otro gran animador como Bill Plympton para EL PAÍS, aseguraba: “La animación es parte del corazón de mi arte”. “Va, eso era entonces. yo cambio mucho [vuelve a reír, algo que realiza casi a cada frase]. Llevo años sin hacer animación. Amo ese mundo, y ese cine. Aunque hoy en día, esas películas de superhéroes de DC Cómics y de Marvel tienen más animación que realidad. Muy raro, ¿no? En Hollywood triunfa la falsa realidad. Lo único que puedo decir es que la animación es peligrosa”. Y retorno a la risa.

Cabalgando contra los molinos

"Hacer mi versión de Don Quijote es una obligación médica. Es un tumor cerebral que tengo que extirpar como sea", cuenta Terry Gilliam sobre un proyecto que arrastra desde hace dos décadas y que le pondrá otra vez detrás de las cámaras a mediados de septiembre en España. "Don Quijote es peligrosísimo para cualquier adaptador porque acabas convertido en el personaje. Y vives en un mundo que no es el tuyo. Se ha vuelto en algo obsesivo, enfermizo y es lo más que voy a contar".

Miente, porque a continuación explica que hoy en día "las películas pueden desempeñar el mismo efecto en la gente" que los libros en aquel hidalgo de La Mancha. "Eso es fascinante. El cine da un alivio a la vida de los espectadores". El hombre que mató a Don Quijote será producido por el portugués Paulo Branco, que ha reunido los 16 millones de euros, y Gerardo Herrero. Adam Driver suplirá a Johnny Depp y Michael Palin a Jean Rochefort, quienes dieron vida a los protagonistas durante seis días de octubre de 2.000, en el primer intento frustrado de filmar el proyecto. ¿Le deseo mucha suerte o mucha mierda (en inglés, break a leg)? "Dígame 'break my neck' (que se rompa mi cuello)".

Si algo vertebra Gilliamismos es la lucha del cómico por mantener su libertad artística. Se fue de Estados Unidos muy harto a finales de los sesenta. “Estaba furioso con lo que me rodeaba y me parecía que me quedaba poco para pasar a otras acciones. De ilustrador hubiera pasado a terrorista, a poner bombas”, asegura. Solo algo le ha atado en corto, y no para de mencionarlo en Gilliamismos: los libros. “Son muy peligrosos, porque te dan ideas, un motor muy poderoso. Cuando creces, gracias a ellos descubres mundos y quieres vivir aventuras. Y ese ha sido uno de mis problemas en la vida”.

La realidad le ha golpeado con seca contundencia a lo largo de su carrera. El libro no contiene muchos lloros ni se solaza en los lamentos. Y eso que ha batallado contra los Weinstein —que le torpedearon el rodaje de El secreto de los hermanos Grimm—, se le han ido cayendo proyectos. Es terrorífica su descripción de las reuniones con ejecutivos de Hollywood. “Absolutamente deprimente. Para esos encuentros se creó la expresión kafkiano, como triunfo del mundo burocrático sobre el resto de los mortales”.

¿Por esa huida solo El rey pescador y parte de El hombre que mató a Don Quijote de entre toda su filmografía se desarrollan en la actualidad? “Haciendo el libro me di cuenta de ese detalle”. En esas páginas recuerda su reveladora visita adolescente a Stoney Point, en Los Ángeles, un lugar donde se rodaron muchísimos de los primeros westerns del cine. “Efectivamente, el lugar me pareció mucho más dramático en pantalla, luego reflexioné y entendí que solo cuando tu imaginación arranca las cosas se ponen interesantes”.

Un hombre con suerte

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Más allá de su primer viaje por España, donde le confundieron con El Cordobés, su relación con un esquizofrénico Robert de Niro para que participara en Brazil o el infructuoso intento de contratar a Marlon Brando para Las aventuras del barón Munchausen, en Gilliamismos el cómico defiende el poder de la educación: en su caso sus profesores le empujaron a llevar hasta el límite su imaginación. “En realidad, como todo en mi vida, fue cuestión de suerte. Siempre me he considerado un afortunado. En mis estudios pude mezclar drama, arte, económicas, ciencias políticas, filosofía...”.

Hoy en día no ocurre lo mismo, cree. Y así se remonta al efecto que tuvo en él jugar al videojuego Grand Theft Auto que le impulsó a no montar en un tiempo en un coche. “Lo que ocurre en pantalla afecta a la gente. La violencia afecta a la gente. Fíjate en cómo jóvenes británicos se van a Siria a unirse al ISIS pensando que la vida es como un videojuego”.

El futuro que imaginó en Brazil, Doce monos o Teorema Zero ya está aquí. ¿Le asusta? ¿Es su gran momento como visionario? “Ni idea. Pero no voy a tirar fuegos artificiales por ello”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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