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MÚSICA

Y el mundo entero compraba discos

El actor Colin Hanks dirige un documental sobre la ascensión y caída de Tower Records

Diego A. Manrique
Sede de Tower Records en Los Ángeles.
Sede de Tower Records en Los Ángeles.Robert Landau

En 2006, Colin Hanks (sí, el hijo de Tom Hanks) se enteró que cerraba la cadena Tower Records, que llegó a tener casi 200 tiendas en todo el planeta. Le asombró enterarse de que el dueño, Russell Solomon, había comenzado vendiendo discos de pizarra en el drugstore familiar, en Sacramento (California), donde precisamente había nacido el actor: “Siempre había sido motivo de orgullo cívico que Tower mantuviera su central en Sacramento”.

Decidió que allí había una historia. Y se reafirmó en su voluntad de dirigir un documental al tratar a Solomon: “A primera vista, parece una biografía muy estadounidense: el emprendedor que triunfa y luego se arruina. Al mismo tiempo, se escapaba de los tópicos: Russell era un bon vivant que dejaba mucho margen de actuación a sus empleados, que ascendieron a su lado”.

"Terminaron liquidando los bienes de la empresa. No se dieron cuenta de que lo que realmente valía era el concepto”

Su concepto parece simple pero no había nada similar: funcionales almacenes de discos con un stock amplísimo, que abrían 365 días al año hasta las doce de la noche. Atendidos por unos dependientes que se parecían bastante a sus clientes. Colin menciona el entusiasmo con que le recibió Dave Grohl: “Había trabajado allí, antes de Nirvana. Y me dijo que Tower era el único sitio donde no le plantearon que se cortara el pelo o se vistiera de una forma determinada”.

No es la única estrella que desfila ante la cámara en All Things Must Pass. Está Bruce Springsteen, elocuente como siempre: “Springsteen dice algo muy agudo: ‘Durante los 20 minutos que pasabas en la Tower, todo el mundo parecía ser tu amigo’. Era un lugar informal y amistoso”. Hanks también ha localizado imágenes de las visitas de Elton John: “A Elton le abrían Tower cuando no había público, para que comprara sin que nadie le molestara. Era un buen cliente”.

Recuerda Colin que Tower también vendía vídeos, revistas y libros de culto. “En Estados Unidos, las cadenas tienden a la homogeneización: se considera una virtud que todos sus establecimientos sean iguales. Tower era todo lo contrario. En Nueva Orleans encontrabas discos locales que no se vendían en San Francisco, e imagino que también ocurría al revés”. Tower daba cancha a músicas minoritarias: generalmente, las secciones de jazz o música clásica apenas tenían clientes, pero se mantenían como parte del compromiso de la tienda con los melómanos.

En sus 46 años de vida, Tower vivió dos fiebres del oro. La primera, a mediados de los sesenta, cuando los compradores juveniles pasaron del disco sencillo al elepé. Y la más intoxicante, a mediados de los años ochenta, cuando el LP fue reemplazado por el CD. “Eso fue un boom tremendo, supuso doblar el precio de la misma cosa, aunque en realidad el CD era aún más barato de fabricar que el disco de vinilo. Un abuso que generaría una reacción en contra que, a la larga, resultaría fatal para Tower y para toda la industria del disco. Siempre se echa la culpa a la industria, pero se tiende a olvidar que el del disco era un negocio comparativamente joven”.

Colin cree que las descargas ilegales no acabaron directamente con Tower: “Fueron de los primeros en crear una tienda online y me parece que tenían recursos para haberse mantenido. Su problema fue financiero: se expandieron de forma temeraria por todo el mundo; al no poder devolver los préstamos, los acreedores quitaron el poder a Solomon y terminaron liquidando los bienes de la empresa. No se dieron cuenta de que lo que realmente valía era el concepto”.

Se demostró en Japón. Allí, compraron el nombre y hoy siguen funcionando las tiendas Tower. El documental termina con una visita de Russell Solomon a su retoño oriental, un edificio de nueve pisos en el distrito de Shibuya, en Tokio. La pregunta final a Colin Hanks es obvia: ¿Sigue acudiendo a tiendas físicas? “Tengo mis tiendas favoritas, claro. Allí conseguí mi disco preferido de ahora mismo, Post Pop Depression, de Iggy Pop. Pero me he descargado lo nuevo de Radiohead, tenía mucha curiosidad. También me he preguntado cómo es que ellos, que se lo podrían permitir, no dan prioridad a las tiendas que defienden la música”.

La excepción japonesa

No es casualidad que Tower Records sobreviva en Japón. El pequeño país asiático mantiene una fortísima industria musical, respaldada por una legislación extremadamente proteccionista. Así, los discos made in Japan tienen un precio fijo. Para competir con las ediciones importadas, los lanzamientos japoneses suelen contener extras atractivos: temas inéditos, las letras en dos idiomas, tal vez un DVD.

Debido al alto coste de los discos, funciona un activo mercado de segunda mano, aparte de bibliotecas que prestan música gratuitamente. Con todo, el consumidor local tiende al coleccionismo y no se contenta con copias caseras. Un alto porcentaje del mercado corresponde a músicas para adolescentes, desde el J-pop local al K-pop coreano; sus discos pueden incluir entradas para actos exclusivos o papeletas para participar en votaciones.

Ya saben, la zanahoria y el palo. Aparte de que las descargas ilegales sean contrarias a la ética nacional, se castigan severamente, incluyendo penas de cárcel.

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