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Juanjo Mena debuta al frente de la Filarmónica de Berlín

El director vasco se estrena en un podio por el que han pasado sólo ocho españoles, con Falla, Debussy y Ginastera en el programa

Jesús Ruiz Mantilla
Juan José Mena, en el Auditorio Nacional, en junio de 2015.
Juan José Mena, en el Auditorio Nacional, en junio de 2015. SAMUEL SÁNCHEZ

Dentro de dos días, la carrera de Juanjo Mena (Vitoria, 1965) andará varios peldaños más arriba. El jueves debuta con la Filarmónica de Berlín, un podio al que solo ocho directores españoles se han subido hasta la fecha. Pero la cita le llega en plena madurez, como premio a una intensa y paciente carrera de fondo. “Con 50 años y suficientemente escarmentado como para abordar el compromiso”, asegura el maestro.

Lo afirma en plenitud y antes de plantarse delante de una formación que el británico Simon Rattle, ya de salida, ha transformado profundamente. Durante su efervescente y carismática etapa como maestro titular, el británico ha trasladado a la orquesta de sus esencias alemanas y su eje europeo hacia una sofisticada frescura global.

Pero la leyenda de otros tiempos aún pesa. En el caso de Mena, mucho. “Cuando era chaval, la Filarmónica de Berlín respondía a un nombre: Karajan”. Le impresionaba su porte, su severidad, el aura que desprendía aquella figura portentosa pero de estatura pequeña, confiesa el director vasco. “Avanzaron los años y llega Claudio Abbado. Otra personalidad arrolladora. Con la edad, ya empiezas a reparar en el sonido. En el equilibrio, en la ductilidad, en la majestuosidad y en el ADN que llevaba toda la formación a cuestas”.

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Además, para Mena, hoy, la Filarmónica de Berlín, aparte de todo esto, representa también vanguardia: “En el buen uso de las nuevas tecnologías, por ejemplo. Así que hablamos de una orquesta que ha sabido armonizar como nadie la tradición y la modernidad. El pasado y un presente en permanente cambio. Ahí radica la fórmula de su éxito”.

Un éxito que en el futuro, él espera compartir: “Mi deseo es que esta colaboración tenga continuidad en el tiempo. Sin embargo, sé que para conseguir el objetivo, un concierto bueno no es suficiente. Hará falta algo más”. Así que tampoco afronta el reto demasiado relajado. “Resulta evidente que está prohibido fallar en Berlín. Por tanto, en las horas previas al concierto, toca lo que toca. Trabajar, estudiar y ser capaz de plantear una propuesta artística que seduzca a los músicos y me ayude a crecer a mí al tiempo”. No espera hitos fuera de lo común, sino una natural compenetración. “Trabajar bien, que todo el mundo se muestre receptivo. Y que la música fluya”.

La Filarmónica de Berlín se ha impuesto en todo el mundo como sinónimo de prestigio, excelencia, versatilidad, en su opinión. “Una marca conocida incluso en territorios profanos. Mi modesta contribución debiera servir para poner en valor todas esas virtudes y añadir, si es posible, detalles que conforman mi personalidad como músico”.

A eso va a contribuir un programa que domina plenamente, compuesto por la Iberia de Debussy —perteneciente a la serie Images—, El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla y el Concierto para arpa, de Ginastera. “Es impresionante descubrir la intensa relación, influencia y comunicación entre Falla y Debussy. Se percibe un intercambio de ideas, colores, texturas e impresiones que hacen de este programa una unidad de belleza en la que destaca la riqueza orquestal e inventiva del andaluz junto a la genialidad maestra del francés. Sin haber pisado casi nuestro territorio (salvo unas breves horas) fue capaz de describir a la perfección, con una orquestación sublime, una jornada festiva en nuestro país”, añade Mena.

A esta fiesta latina se une Ginastera (en el centenario de su nacimiento). Lo hace con una obra también muy colorista y rica con elementos entresacados del folclore argentino: “Así construye, desde mi punto de vista, el mejor concierto para arpa de la historia”.

Es el aporte de un músico formado, entre otros, con Sergiu Celibidache a una formación que no han dirigido más que ocho batutas españolas. La primera fue la de Joan Lamote de Grignon, en 1913, seguido de figuras como Ataúlfo Argenta, Frhübeck de Burgos, Cristóbal Halffter, Jesús López Cobos, Antoni Ros-Marbà, Plácido Domingo o, más recientemente, Pablo Heras-Casado.

Las carreras internacionales de varios colegas suyos —como la suya al frente de la Filarmónica de la BBC— se van consolidando a nivel global. Aunque Mena desea apartar el foco de un contexto sin duda alentador: “Prefiero hablar no de brechas, sino de una sucesión de casos que nos permite consolidar una narrativa común, con muchos protagonistas. El legado recibido es muy importante y vamos a ver si nosotros somos capaces de poner nuestro conocimiento y nuestra experiencia al alcance de las generaciones futuras o al servicio de una sociedad con una pulsación muy particular”.

Todavía es pronto, a su juicio, para tratar de una consolidada escuela de dirección hispánica con figuras nacidas a partir de mediados de los cincuenta, en la que destacan él, Josep Pons, Pablo Heras-Casado o Gustavo Gimeno. “Me dan mucha pereza los clichés y los grandes titulares que pretenden buscar rupturas entre generaciones de directores o entre diferentes escuelas. Nadie piensa en esto cuando nos enfrentamos a una partitura o cuando subimos al podio de una orquesta. Lo importante es convencer a esos señores que tienes delante, en la certeza de que vas a exhibir todas tus miserias y que de su ponderación va a depender que vuelvas o no”.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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