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PURO TEATRO

Las razones del enemigo

'Tierra del Fuego', de Mario Diament, cuenta la historia de una ex azafata israelí, víctima de un atentado

Marcos Ordóñez
Alicia Borrachero, Malena Gutiérrez, Tristán Ulloa, Hamid Krim (detrás) y Abdelatif Hwidar.
Alicia Borrachero, Malena Gutiérrez, Tristán Ulloa, Hamid Krim (detrás) y Abdelatif Hwidar.

¿Cómo escapar del enfrentamiento perpetuo? Hace falta mucho coraje para escribir una función sobre el conflicto israelí-palestino tratando de ser ecuánime y propugnar la paz. Lo más suave que te pueden llamar unos y otros es ingenuo. El dramaturgo argentino Mario Diament no es ajeno a lo que cuenta en Tierra del fuego. Es judío y como soldado del ejército israelí combatió en 1967 en la guerra de los Seis días. Más tarde, en 1973, cubrió la guerra del Yom Kippur como corresponsal de La Opinión. “En Oriente Medio”, cuenta, “hay miedo de escuchar al otro, y esa es la única forma de romper un círculo vicioso. Quise escribir una obra que provocara la necesidad de reflexionar sobre cualquier conflicto”. No está muy lejos de Daniel Barenboim, otro gran defensor de la concordia, cuando dijo que “la responsabilidad máxima de Israel es aceptar el relato del otro, o al menos entenderlo”. Para Diament no ha de ser fácil decir, como parafraseará luego uno de los personajes de la función, “me duele sentir que hay gente que está padeciendo lo que en algún momento padecimos los judíos”.

Tierra del fuego surge de un hecho real. En 1978, la azafata israelí Yulie Cohen Gerstel fue herida en Londres, en un atentado del Frente Popular por la Liberación de Palestina. A su lado murió su mejor amiga. Veinte años después quiso conocer al terrorista Fahad Mihyi, que cumplía cadena perpetua en una cárcel británica, y averiguar por qué hizo lo que hizo. Acabó firmando una carta para pedir su libertad y contó la historia en el documental televisivo My terrorist. Yulie Cohen inspira el personaje de Yael Alon (Alicia Borrachero), protagonista de la función. Militante por la paz, su obstinación por escuchar a Hassan El-Fawzi (Abdelatif Hwidar), trasunto del encarcelado, le lleva al enfrentamiento con su esposo, Ilán (Tristán Ulloa), con su padre, Dan Alon (Juan Calot), con Gueula Golan (Malena Gutiérrez), la madre de Nirit, su amiga muerta en el atentado, y con su círculo social. Tierra del fuego se estrenó en Buenos Aires en 2013, en El Tinglado, dirigida por Daniel Marcove, y se repuso al año siguiente. Ahora está teniendo un éxito grande de público y crítica en la sala Max Aub, en las Naves del Matadero, en versión de David Serrano, a las órdenes de Claudio Tolcachir. Es, sin duda, de lo mejor que puede verse en la cartelera madrileña. La obra rebosa emoción porque está muy bien escrita, con nervio y concisión. Y, sobre todo, reparte muy bien el juego, como certeramente señala García Garzón: “Estremece pensar que esa suma de razones se amalgama en una sinrazón inacabable, y solo la predisposición a escuchar al otro aporta un resquicio de luz”.

La acción transcurre en Londres y Tel Aviv entre 2000 y 2005. Ilan y Yael son una pareja muy unida, tanto afectiva como ideológicamente. Se sumaron a la campaña “Paz Ahora” y se manifestaron contra la invasión del Líbano, las masacres de Sabra y Chatila y la política de asentamientos. “Pero esto”, dice Ilan, “es algo muy distinto”. “Esto”, claro, es el viaje de Yael a Londres, contra viento y marea. Alicia Borrachero, a la que descubrí en el rol de Ivy, la hermana sometida, en Agosto, de Tracy Letts, encarna con vehemencia a esa mujer que quiere atrapar la verdad de la historia, de las historias. Tristán Ulloa dibuja con naturalidad y sutileza a Ilan, un hombre afable, enamorado y comprensivo, pero que se topa con una decisión que no logra asumir.

A Abdelatif Hwidar le había visto en series (Isabel, El príncipe) pero nunca en teatro, y está impecable en el complejo personaje de Hassan. Nacido en un campo de refugiados en Ramala, la familia de Hassan lo perdió todo cuando llegaron los judíos en 1948. Lleva más de veinte años en la cárcel, cree profundamente que la violencia es un error (“es responder a la injusticia con injusticia”) y no pasa una sola noche en que no se arrepienta de lo que hizo: “Esa es mi cárcel”, dice. Y ha descubierto, para sorpresa de Yael, la historia judía leyendo El gueto lucha, de Marek Edelman, combatiente contra los nazis en Varsovia. El título de la función alude, en uno de sus más conmovedores pasajes, al lugar (“en el fin del mundo, donde el aire es tan limpio que marea”) que acogió al abuelo de Hassan en su juventud, y donde él sueña con vivir algún día.

Como Hwidar, Hamid Krim ha hecho también mucha televisión y cine. Leyendo su historial compruebo que le he visto en dos funciones: el lejano SuperRawal, de Eric Bogosian, dirigido por Marc Martínez, y Homebody Kabul, de Tony Kushner, que montó Mario Gas en el Español. Aquí intepreta a George Wallid, el abogado palestino, tan empecinado como Yael, que lleva años pidiendo la libertad condicional para Hassan.

A Malena Gutiérrez, impresionante Gueula, la recuerdo recientemente como la Dorina de Los hijos se han dormido, de Veronese, aunque tiene un larguísimo historial. Su mirada me atravesó. Y esa voz durísima, con furia enquistada, donde late la persecución secular, el Holocausto, la lucha por el territorio: “Tenemos un solo lugar en el mundo, un país del tamaño de un botón en el mapa de Oriente Medio ¿y hemos de pedir disculpas por nuestra existencia? Para ti”, le dice a Yael en un diálogo estremecedor, “todo fue más fácil: cuando naciste, Israel ya existía”. El no menos veterano Juan Calot interpreta a Dan, el padre de Yael. Lo que cuenta, y que ya verán en su momento, también es tremendo: lo que sucedió en Jaffa en 1948. Calot tiene sobriedad y fuerza, pero todavía no ha alcanzado, a mi juicio, el voltaje necesario: esa escena ha de clavarnos en la butaca.

Claudio Tolcachir firma aquí una de sus mejores puestas: clara, limpia, perfecta de ritmo, de fluidez, conduciendo grandes interpretaciones. La escenografía de Elisa Sanz es pura, despojada: la mesa central con su caja de arena, las mamparas del fondo, a ratos pétreas y a ratos aéreas. La iluminación de Gómez-Cornejo y Aníbal López es una filigrana. Ah, y las canciones que interpretan Hwidar y Krim son preciosas y suenan en los momentos justos. Tierra del fuego se sigue con tensión e interés constante, con un nudo en la garganta. Al acabar, el público aplaude largo rato, puesto en pie. Esto no se ve todos los días, señores. Corran a sumarse.

Tierra del fuego, de Mario Diament. Sala Max Aub/Naves del Matadero (Madrid). Dirección: Claudio Tolcachir. Intérpretes: Alicia Borrachero, Tristán Ulloa, Abdelatif Hwidar, Juan Calot, Malena Gutiérrez, Hamid Krim. Hasta el 5 de junio

Abdelatif Hwidar y Hamid Krim.
Abdelatif Hwidar y Hamid Krim.

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