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Manic Street Preachers vuelven al disco que les salvó la vida

La banda galesa recupera hoy en el festival SOS 4.8 la obra con la que resucitaron tras la misteriosa desaparición de su emblemático guitarrista

Es la noche del 17 de noviembre de 1994. Los Manic Street Preachers están terminando el segundo de sus tres conciertos en suelo español, y su guitarrista Richey Manic remata You Love Us escenificando el acostumbrado ritual nihilista: destrozar su instrumento a base de estentóreos golpes sobre el suelo, con algún ampli como víctima colateral. El gesto es acogido con descreída chanza por parte del público, que intercambia caras de póker. El concierto, además, ha sido breve. No mucho más de tres cuartos de hora, porque al fin y al cabo las estrellas de la noche son unos Suede en estado de gracia, con el imponente Dog Man Star calentito y las proyecciones de Derek Jarman a punto para realzar -sobre el escenario del Arena Auditorium de Valencia -su romanticismo decadente y sombrío. Pero Richard James Edwards, letrista, emblema visual e ideólogo de una banda que orbita en torno a la imaginería punk y esgrime un izquierdismo de manual, es completamente ajeno a la jerarquía que brindaría la noche. Ajeno también al alud brit pop que se cernía sobre ellos en cuestión de meses. En realidad, es ajeno a casi todo. Quién sabe la multitud de cosas que se agolpaban en la cabeza de un músico con querencia a autolesionarse en público con una cuchilla mientras era entrevistado, o a hacer con frecuencia mutis por el foro en situaciones comprometidas para su propia banda.

Un mes más tarde, el 21 de diciembre, es la última vez que se le ve sobre un escenario. Es al final de la manga británica de la gira. Y unas semanas después, a Richey se lo traga la tierra. Su coche es encontrado, abandonado. Pero de él no hay ni rastro. El 1 de febrero de 1995 se denuncia oficialmente su desaparición. Su cuerpo nunca aparece, y se le termina de dar por muerto 13 años después, en noviembre de 2008.

Volviendo la vista atrás, a aquella turbulenta época de mediados de los 90, pocos hubieran podido predecir no solo la continuidad de la banda, sino su reconversión -de hecho- en una factoría de discos más que apreciables, que prorrogaba la estimable trayectoria acumulada con una sucesión de trabajos en los que lucía distinta sin renunciar a sus principios. La culpa la tuvo Everything Must Go (Epic), el álbum editado en mayo de 1996 y que les cambió la cara cuando más miedo tenían. Cuando más nubarrones se cernían sobre su futuro. Gracias a unos imponentes arreglos de cuerda y a unos sintetizadores puestos en primer plano, ornamentaron un puñado de orgullosas canciones con inclinación épica y una profundidad de sonido en cuya factura tuvo mucho que ver la producción del veterano Mike Hedges, quien lucía los nombres de U2, The Cure, Siouxsie & The Banshees o The Beautiful South en el currículo.

James Dean Bradfield, Nicky Wire y Sean Moore, el trío resultante, hizo de la necesidad virtud. Por eso buscaron subterfugios literarios, éticos y estéticos para honrar la memoria de su compañero sin que la elegía descarrilase por obvia, en una maniobra similar a la que Joy Division tramaron para mutar en New Order sin negar el duelo por Ian Curtis. Las coartadas fueron la literatura de Patrick Jones (hermano de Wire: el título lo extraen de una obra teatral suya), la fotografía de Kevin Carter (que dio título a otro tema), la pintura de Willem de Kooning (Interiors), el mito de Elvis visto desde el Reino Unido (Elvis Impersonator: Blackpool Pier) o el maltrato animal (Small Flowers That Grow In The Sky), entre otras cuestiones que revolotean en torno al hueco dejado por el compañero ausente, cuyos textos aún priman en cinco de sus composiciones (no volverían a hacerlo hasta el rotundo Journal For Plague Lovers, que en 2009 recuperó antiguas letras suyas).

El disco se convierte en un éxito inapelable. Es el trabajo más vendido de toda su carrera y el más aclamado por la crítica. Despachan más de dos millones de copias y sacan pecho entre el marasmo brit pop, cuando nadie auguraba que su voz pudiera alzarse entre las voces de aquel gallinero rebosante de orgullo patrio. Y el single A Design For Life forma parte de la banda sonora de la temporada. Un tema grandilocuente y radiante, repleto de vida. Como las mejores melodías que surgen cuando la muerte es vista a tiro de piedra. Como trasunto de esa angustia.

Para no faltar a los requerimientos del bucle nostálgico en el que vivimos instalados, los Manic Street Preachers lo reeditan en marzo de este año ante la cercanía de su 20 aniversario. Con la consabida ristra de tomas alternativas, textos e imágenes inéditas, señuelo para el fan completista en una época en la que el desembolso por esta clase de extras alivia el lucro cesante por esas novedades que se quedan en las cubetas. La gira comenzó hace unas semanas, y antes de finalizar por todo lo alto -en el estadio de Swansea, jugando en casa, con los Super Furry Animals el próximo 28 de mayo- , llega este mismo viernes por la noche al recinto ferial de la Fica de Murcia, como principal reclamo de la novena edición del SOS 4.8. Hace algo más de 20 años, muy pocos hubieran podido pronosticar que estarían ahora conmemorando la edición de un disco que les insufló una nueva vida.

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