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'Juego de tronos'
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Quién mató al chófer en ‘Juego de tronos’

Los personajes llevan tanto tiempo dando vueltas por los Siete Reinos que resulta imposible no perderse

Guillermo Altares
Joe Naufahu y Emilia Clarke en la sexta temporada de 'Juego de Tronos'
Joe Naufahu y Emilia Clarke en la sexta temporada de 'Juego de Tronos'Macall B. Polay (AP)

El gran novelista estadounidense William Faulkner trabajó durante casi dos décadas en Los Ángeles, aunque nunca tuvo una opinión muy positiva del cine. De su etapa como guionista y experto en arreglar escritos ajenos, surgieron dos grandes anécdotas. Una de ellas tuvo lugar durante el rodaje de El sueño eterno, en cuyo guion colaboró. La trama es tan enrevesada que tuvo que llamar al autor de la novela, Raymond Chandler, para tratar de descubrir quién había matado a un chófer, asesinado durante el filme. Ni el propio creador de Philip Marlowe tenía la más leve idea. Al final, quedó una película brillante, con grandes diálogos pero con una trama laberíntica e incomprensible. En 1950, ya había ganado el premio Nobel y abandonado el cine. Pero su viejo amigo Howard Hawks quería lucir su nombre en los títulos de su nueva superproducción, Tierra de faraones. Faulkner aceptó pero, nada más ponerse con el guion, llamó a Hawks: “No sé cómo hablan los faraones. ¿Estás de acuerdo en que se expresen como un coronel de Kentucky?”. La leyenda dice que sólo escribió la primera frase: Faraón: “Eh, ¿cómo va el trabajo?”.

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La historia de Faulkner en Hollywood puede servir para ilustrar lo que está ocurriendo con Juego de tronos: a estas alturas casi nadie sabe muy bien quién mató al chófer, pero es un producto brillante. Sus guionistas saben desde luego como hablan los faraones o, por lo menos, los habitantes de los Siete Reinos. La pregunta es si Juego de tronos, cuya sexta temporada se estrenó el pasado domingo, puede sobrevivir a su propio éxito. La serie basada en las novelas de George R.R. Martin, aunque ya la trama televisiva ha adelantado a los libros, se ha convertido en un fenómeno tan global como el fútbol, que prácticamente se emite en todos los países del planeta que disponen de televisión y el estreno de una nueva temporada rivaliza con una final de la Copa de Europa o un Mundial.

La historia resulta tan enrevesada y compleja, los personajes son tan diversos y se encuentran en situaciones tan diferentes, que los creadores de la serie, David Benioff y D.B. Weiss, han tenido que dedicar el primer capítulo a situar a los espectadores. Eso plantea dos problemas: si los guionistas necesitan 50 minutos para que la audiencia se sitúe, incluso cuando el estreno ha sido anunciado hace semanas y circulan todo tipo de resúmenes, en cierta medida están reconociendo un fracaso argumental. Por otro lado, pese a todo lo que ha ocurrido en las cinco temporadas anteriores y a las diversas escabechinas de protagonistas, en realidad la mayoría de los personajes supervivientes han avanzado poco y se encuentran dando vueltas a situaciones similares.

Esa circularidad es lo que hace que la serie sea tan difícil de seguir: las hermanas Stark llevan tanto tiempo dando tumbos por el mundo, Cersei ejerciendo de malvada oficial o la Madre de Dragones cruzando océanos y desiertos en busca de su reino que es casi imposible no perderse. Si Frodo tardase 50 capítulos en llegar a Mordor, el público necesitaría no un mapa, sino un GPS de la Tierra Media.

El otro problema tiene que ver con las presuntas lecturas políticas de Juego de tronos. ¿Realmente tenemos tanto que aprender de los gobernantes de los Siete Reinos? Aunque es una evidente fantasía de dragones y mazmorras, Martin se inspiró en las guerras civiles romanas, en la Guerra de las Dos Rosas y, sobre todo, en la Europa de la Edad Media, un conflicto de todos contra todas marcado por la brutalidad. Una sola frase resume la forma en la que se hacían las cosas entonces. Durante la cruzada albigense, cuando los cruzados asaltaron la ciudad de Beziers en manos de los herejes, el lema fue: “Matadlos a todos, que luego Dios reconocerá a los suyos”. Todo tipo de príncipes y nobles se disputaban el poder, para crear unidades territoriales más amplias, con la amenaza constante de invasiones desde cualquiera de los puntos cardinales. Así nacieron los Estados nacionales: del ruido y la furia de miles de reinos.

El profesor de Harvard Steven Pinker escribió en su influyente ensayo Los ángeles que llevamos dentro que Europa tenía 5.000 unidades políticas en el siglo XV, 500 en la época de la guerra de los 30 años en el siglo XVII, 200 en los tiempos de Napoleón en el XIX y menos de 30 en 1953. La política consistía básicamente en mantener la cabeza sobre los hombros, en el sentido literal de la expresión, y en procurar cortársela al rival. Lecturas contemporáneas de la política romana como Yo, Claudio o, naturalmente, El príncipe –todavía no se ha hecho una serie sobre Maquiavelo, pero todo se andará– resultan mucho más útiles que todas las temporadas de Juego de tronos.

Dicho esto, como tantos millones de espectadores en todo el planeta, estaré sentado frente al televisor en la madrugada del domingo por mucho que no entienda nada hace tiempo, salvo que alguien va a morir y alguien va a seguir dando vueltas.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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