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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Final triste y solitario

Prince fue un genio musical pero un desastroso gestor de su carrera y, tal vez, de su propia vida

Prince actúa durante el intermedio de la XLI edición de la Super Bowl, en Miami.Foto: reuters_live | Vídeo: MIKE BLAKE
Diego A. Manrique

Sabor a ceniza. Cuesta asimilar la muerte de Prince y —esto duele— lo que percibo como tibieza en algunas reacciones. Sospecho que su figura se iba desvaneciendo en estos últimos veinte años. Por lo menos, en España. Solo un ejemplo: en Radio 3, el jueves interrumpieron la programación para dedicarle un especial, un buen trabajo que duró… ¡59 minutos! Tras tratamiento tan tacaño. siguieron con un ciclo sobre la historia del calipso. ¿Anecdótico? No: revelador.

Tampoco debemos culpar a nadie. Permítanme ejercer de abogado del diablo: con una rara perversidad, el mismo Prince ayudó a cargarse su carrera. Rodeado de aduladores y empleados aterrados, se desentendió de mantener su visibilidad en un mercado saturado. Desde la óptica económica, resulta perfectamente comprensible que sacara su música de YouTube y de los servicios gratuitos de streaming aunque, de rebote, se distanciaba del público más joven, que podría haberle descubierto en aquellos vídeos rebosantes de baile y hedonismo.

En estos días, también se ha celebrado que tuviera el valor de enfrentarse con las grandes discográficas. Pero fue una jugada miope, que le empujaba a los márgenes. Luego tentaba a las multinacionales con la posibilidad de ficharle: cedía un disco, se embolsaba un sustancioso adelanto, y hasta la próxima. No colaboraba en la promoción y el entusiasmo de la compañía se desinflaba.

Era más pícaro que inteligente. Buscaba nuevos canales para sus lanzamientos: repartía Musicology a los que compraban entradas para una gira, regalaba sus novedades (Planet earth, 20ten) con periódicos de gran tirada. Irritaba así a las tiendas y también a las compañías que habían pagado su buen dinero por distribuir esos discos, que se devaluaban por su gratuidad.

Nunca entendió que un artista del siglo XXI necesita potenciar su legado, mediante reediciones remasterizadas o expandidas. En 2014, cuando hizo las paces con Warner, anunció que saldría una versión deluxe de Purple rain, para coincidir con los 30 años de su lanzamiento (1984). Nada hemos vuelto a saber.

Alguien dirá que quería evitar que sus logros pasados obscurecieran su música del presente. En realidad, no tenía alma de disquero: también maltrató los títulos que editó por su cuenta. El viernes quise regalar One Nite Alone... Live!, una extraordinaria caja con tres CD con grabaciones en directo que sacó en 2002. Descubro que ya no está en catálogo y se ha convertido en pieza de coleccionistas: una copia usada puede costar 475 euros (y ni hablar de las nuevas: piden 1.800 euros). En mi ingenuidad, creía que NPG Records era un sello al viejo estilo: que conservaba todas sus referencias en stock.

Los fans alegarán que el verdadero Prince estaba en sus conciertos. Fuera de Estados Unidos, tampoco se prodigaba. En 2014, podía montar una tanda de actuaciones improvisadas en Inglaterra con 3rd Eye Girl y abrir el apetito: se rumoreó que encabezaría el festival de Glastonbury. Era una oportunidad extraordinaria pero se echó atrás, tal vez por el hecho de que la BBC tiene los derechos de transmisión y, oiga, cualquiera hubiera podido verle en acción.

Tras el atentado del Bataclan parisiense, anuló el tramo europeo de su gira con piano. El miedo es libre, pero las protegidas superestrellas no suelen verse afectadas por actos terroristas. Y menos en su caso: declaró a The Guardian que se sentía cómodo en los países islámicos; disculpaba incluso la obligatoriedad del burka. Hablemos de religión. Se especula que la causa de su muerte fue el abuso de Percocet, medicamento que tomaba para paliar sus dolencias. Le habían recomendado una artoplastia de cadera; devoto testigo de Jehová, rechazó un procedimiento quirúrgico que implicaba transfusión de sangre.

Vale, cada uno se construye su propio infierno. Su muerte me ha recordado aquellas palabras de Philip Marlowe en El largo adiós: “Hasta la vista amigo. No te digo adiós. Te lo dije cuando tenía algún significado. Te lo dije cuando era triste, solitario y final".

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