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CRÍTICA | EL LIBRO DE LA SELVA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mowgli y la extraña familia

No es tanto una adaptación de las fuentes literarias de Rudyard Kipling como una muy particular reescritura del filme de Disney

Fotograma de 'El libro de la selva'Foto: atlas | Vídeo: ATLAS

Estrenada diez meses después del fallecimiento de Walt Disney, El libro de la selva (1967) de Wolfgang Reitherman fue la última película de animación concebida por el padre de Mickey Mouse. En ella pervivían las esencias de la animación disneyana –el arte animado como ilusión de vida; el personaje como ente dotado de alma- y se consolidaban elementos de renovación estética abiertos en 101 dálmatas (1961) –la posibilidad de preservar la energía gráfica de los esbozos gracias al sistema Xerox-. Era una película cargada de encanto, con personajes carismáticos –Baloo, el rey Louie, Ka- y canciones muy seductoras –debidas a los imbatibles hermanos Sherman, a excepción de la nominada al Oscar The Bare Necessities de Terry Gilkison, uno de los coautores de “Memories Are Made of This-. La película fue un hito –comercial y crítico- y marcó el fin de la primera edad de oro en Disney: las inmediatas películas animadas tras la muerte del fundador estuvieron marcadas por un empeño poco fértil en no arriesgar más allá de lo ya probado.

EL LIBRO DE LA SELVA

Dirección: Jon Favreau.

Intérpretes: Neel Sethi, Bill Murray, Ben Kingsley, Scarlett Johansson, Idris Elba.

Género: aventuras. Estados Unidos, 2016.

Duración: 105 minutos.

El libro de la selva de Jon Favreau no es tanto una nueva adaptación de las fuentes literarias de Rudyard Kipling como una muy particular reescritura de la película del 67. No hay que considerarla como su versión en imagen real, pues aquí lo único real es el niño que encarna a Mowgli y el resto, animación hiperrealista que sólo recurre al atajo técnico de la captura de movimiento de manera muy ocasional. Así, la película no sólo parece dialogar con el clásico de Reitherman, sino también con la serie de las True-Life Adventures, que, entre 1948 y 1960, aplicó una óptica disneyana al género del documental naturalista a través de locuciones que suavizaban, y bañaban con aire de fábula, virtuosas imágenes de la vida natural.

Favreau renuncia a las ideas más locas del original –la militarización de los elefantes, los buitres con peinado Beatle-, pero hay novedades muy afortunadas: convertir el rey Louie en una suerte de simiesco coronel Kurtz y canalizar con precisión las interpretaciones vocales de Bill Murray y Scarlett Johansson en la meditada gestualidad de los personajes de Baloo y Ka, respectivamente. La figuración –el puercoespín, los ratones- compone un efervescente recital de ideas cómicas y un Shere Khan con voz de Idris Elba se convierte en el corazón negro de esta película tan enérgica, efervescente, eficaz e imaginativa como respetuosa con sus fuentes.

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