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Macchi y la imagen como territorio

La muestra del Malba apuesta a una tesis fuerte: contradecir con fundamento la vulgata conceptualista que envuelve al artista argentino desde siempre

'Accidente en Rotterdam', (1996/98), obra de Jorge Macchi.
'Accidente en Rotterdam', (1996/98), obra de Jorge Macchi.

Perspectiva, la obra que da título a la muestra antológica de Jorge Macchi, es de 1991, y es una de las más antiguas de las cerca de sesenta que curó Agustín Pérez Rubio en el Malba. Está compuesta por dos grupos de siete sogas que caen sobre una pared en sentido vertical, muy rectas, gracias a las pesas que cuelgan de su extremo inferior. Como el largo de las sogas y la distancia entre soga y soga tienden a acortarse a medida que nos acercamos al espacio en blanco que separa los dos grupos, tenemos la impresión de estar frente a una perspectiva en fuga: un pasillo abriéndose hacia el fondo de la pared. En la versión de la pieza que reproduce el catálogo, el espejismo se reforzaba con dos pesas suplementarias posadas directamente en el piso, sin soga, que parecían salirse de la pared y perpetuar el diseño de la perspectiva en el espacio real de la sala. La versión del Malba, más decididamente pictórica, prescinde de ese agregado.

'Perspectiva' puede que sea una escultura histérica: juega a ser plana, a gozar de los privilegios del cuadro, pero sólo para volver a su tridimensionalidad

Es una obra ejemplar, no sólo de la vocación cien por ciento ilusionista del arte de Macchi sino de la lectura (la “perspectiva”) que la muestra y el curador proponen de ella. Por un lado es de una inmovilidad ancestral, casi etnográfica, como un ready-made de algún arte criollo de medir, cercar, ponderar. Pero basta entrar en ella para descubrir hasta qué punto esa quietud es apenas un espejismo, y qué extraña es la dinámica que la compromete. Puede que sea una escultura histérica: juega a ser plana, a gozar de los privilegios del cuadro, pero sólo para volver a su tridimensionalidad original, aunque el efecto que produzca sobre la marcha (la ilusión de perspectiva) sólo tenga sentido en el espacio plano de un cuadro, justamente el modo de ser del que acaba de renegar. Hay algo muy de Macchi —una especie de picardía severa, el rigor de un artista entusiasmado con tender trampas— en ese vaivén desconcertante que atraviesa la obra y la experiencia de contemplarla. Sin dimensión propia, es como si la obra se jugara entre las dimensiones con las que coquetea, en una suerte de vacilación embriagadora, a la vez abierta y cuidadosamente controlada.

Pero el título (de la obra y de la muestra) es Perspectiva, y la perspectiva, como sabemos, al menos en Occidente y desde el Renacimiento, es la Ley suprema de la imagen. Las pesas, las sogas, los clavos de los que cuelgan las sogas: todo en esta escultura-trompe l'oeil es material y existe y podría usarse para fines prácticos inconfesables, pero al mismo tiempo todo en ella tiende a la imagen, y es en la imagen (patria de la perspectiva) donde la idea y los efectos de la obra parecen sentirse más cómodos, poderosos y soberanos. En ese sentido, la muestra de Malba apuesta a una tesis fuerte: contradecir —con fundamento, elegancia y cortesía— la vulgata conceptualista que envuelve a Macchi desde siempre y repatriar su arte al país de la imagen.

'Cuerpos sin vida' (2003) obra de Jorge Macchi.
'Cuerpos sin vida' (2003) obra de Jorge Macchi.

Es un país bien conocido, naturalmente, y hasta teñido —cuando no esterilizado— por los clichés. Del surrealismo a la publicidad, ¿qué alarmas, qué sospechas le quedan todavía a la imagen por desencadenar? La muestra de Macchi —como su obra en general, se diría— se permite ser optimista, incluso entusiasta, sin renunciar al sensor analítico-crítico que siempre la mantuvo en vilo, a cubierto de todas las seducciones e ingenuidades de la plástica. Esencialmente porque Macchi no piensa la imagen como una entidad sino como un territorio, un campo de pruebas, un organismo ideal para experimentar con todo lo que no es imagen —empezando, desde luego, por las ideas.

Hay muchas ideas en Perspectiva, cientos, todas absolutamente en forma, lúcidas, pura fibra y músculo. Pero en Macchi no hay idea que no sea una idea-de-imagen, ni “concepto” que no sea de entrada, y para siempre, eminentemente retiniano. Si Macchi es conceptual o posconceptual, en todo caso, es en la medida en que se interesa ante todo por las aventuras que la imagen vive fuera de la imagen: cómo destiñe, cómo se mezcla, cómo afecta a las cosas del mundo, convirtiendo al mundo en una suerte de teatro (otra de las pasiones de Macchi) de la desorientación.

La muestra se permite ser optimista, incluso entusiasta, sin renunciar al sensor analítico-crítico 

Los relojes proyectados, por ejemplo. El célebre reblandecido de Dalí ha sido reemplazado por una especie de plegado, una refracción tajante, pero lo que importa aquí es el modo en que esas piezas de tiempo registrado en vídeo encajan o tropiezan, alterando su funcionamiento, con el espacio físico contra el que se proyectan. Si el viejo trompe l'oeil es una figura clave de Perspectiva, lo es al precio de sufrir una inversión radical: ya no es un artificio retórico que nos implica en un mundo virtual, sino una fuerza pragmática que inyecta hechizo en un mundo real. Los trompe l'oeil, las paradojas óptico-temporales (Match, el fósforo virgen cuya sombra es el fósforo ya consumido), las imágenes-chiste (el ventilador descontrolado de Fan, tan Cattelaniano), los formidables calados (Speaker's corner, Monoblock, donde Macchi, trabajando con páginas de periódicos, recorta y elimina el “contenido” —textos, fotos— y deja el marco de papel, que cede, se vence y cae), el uso irónico de la literalidad: todas las operaciones que reaparecen en Macchi tienden a dramatizar esas salidas de quicio en las que la imagen salta al vacío, volviéndose material, objeto, experiencia, e interviene en su contexto inmediato. Prodigio de literalidad invertida, la bola de espejos de Still song pende inmóvil en una habitación iluminada a pleno, pero los cientos de impactos que horadan el techo, el piso y las paredes, ametralladas como en un banquete de gánsteres, no hacen sino traducir al idioma de la violencia material los reflejos de luz que escupiría si girara en la oscuridad.

Si Macchi es conceptual o posconceptual es en la medida en que se interesa ante todo por las aventuras que la imagen vive fuera

¿Macchi posconceptual? Tal vez —siempre y cuando se entienda que posconceptual es el arte que opera sobre el efecto de ficción que produce la imagen cuando entra en contacto con el mundo (y se convierte en teatro). En ese sentido, es como si la práctica de Macchi hubiera elegido instalarse en el hueco del diferendo —todavía en carne viva— entre el Duchamp surrealista y el Duchamp conceptual, no para dirimirlo (Macchi no es un artista de la reconciliación), pero sí para mostrar hasta qué punto es un hueco habitable y fértil y, last but not least, capaz de producir ese tipo de destello analítico, disciplinado, de una precisión fulminante, que el señor Teste tenía el valor o la arrogancia de llamar belleza.

Perspectiva, Jorge Macchi. Malba, Buenos Aires. Hasta el 23 de mayo

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