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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nunca positivo, siempre negativo

Rajoy, en plan Van Gaal, sobrevive a Jordi Évole en una entrevista evasiva y amnésica, prometiendo de paso dos millones de puestos de trabajo

Jordi Évole y Mariano Rajoy, en 'Salvados'.
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A Mariano Rajoy le faltó pedir la dimisión de Jordi Évole. No parecía el presidente del Gobierno, sino Van Gaal en aquella rueda de prensa que ha pasado a la historia del despecho periodístico: “Nunca positivo, siempre negativo”, sobrentendía Rajoy en su cuerpo a cuerpo de La Sexta.

Y se refería al énfasis con que los medios se recreaban en “el detalle, la anécdota, la cosa mala”. Y señalaba a Évole con el dedo pese a la estrechez de las distancias, como si la corrupción fuera anecdótica. Y como si la honradez generalizada de la clase política, argumento exculpatorio absoluto de Rajoy en la entrevista, pudiera encubrir los escándalos del PP.

El líder popular se abstrajo de todos ellos concluyendo que la corrupción, amén de aislada, se atiene a la responsabilidad individual, así es que Rajoy no responde ni como presidente del Gobierno ni como presidente del partido. Se desvincula de su posición jerárquica. Y reconoce que se equivocó en confortar a Bárcenas —”sé fuerte”—, a Fabra —”político ejemplar”—, a Rus —”yo te quiero coño”—, pero no como argumento vinculante ni condicionante.

Mariano Rajoy garantizó que será el candidato. Mariano Rajoy prometió incluso dos millones de puestos de trabajo en la próxima legislatura, de forma que su entrevista en la Moncloa, relajada al principio, nerviosa en el meollo, se atuvo a un peligro controlado de la campaña electoral.

El control estuvo en la primera parte, cuando mantuvieron una conversación desenfadada en los jardines de Palacio. Debía pensar Rajoy que trataba con el jardinero. Y debía sentirse cómodo con su altura, con el alegre trinar de los pajarillos, incluso con la confesión de los detalles personales: “Hay veces que todo esto se te cae encima”, señalaba en alusión a la fortaleza monclovita.

El peligro estuvo en el despacho, como si la mesa presidencial, bastante espartana, hubiera arrebatado a Rajoy su bonhomía. Empezó entonces a fruncir el ceño como si quisiera estrangular en el entrecejo las preguntas incómodas de Évole —y al propio Évole—, y se apreció el nerviosismo de su piernas, que no encontraron sosiego hasta el desenlace.

Sufría Rajoy. Le perjudicaba la crueldad del primer plano, acaso como contrapeso vengativo de Évole a una entrevista que se había pactado sin edición. Y que Rajoy “adulteró” con su inventario de lugares comunes, “como todo en la vida”, “nadie es perfecto”, “las cosas son así”.

Y podría haber dicho “a mí que me registren”, exégesis de unas respuestas evasivas que Rajoy compaginó con la amnesia y con el oficio. Porque el marianismo es el arte de la supervivencia. Y vivo está Rajoy después de haber recibido al diablo en casa. Évole es la contrafigura perfecta de Bertín Osborne, pero Rajoy es la copia exacta de sí mismo.

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