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PURO TEATRO

Príncipe Elejalde

Miguel del Arco aborda con 'Hamlet' su primer Shakespeare, en un montaje poderoso, de atmósfera onírica, donde el madrileño se consagra como actor descomunal

Marcos Ordóñez
Israel Elejalde, en un momento de 'Hamlet'.
Israel Elejalde, en un momento de 'Hamlet'.

Del Arco parte de una idea tan sencilla como brillante: toda la historia se desarrolla en la cabeza de Hamlet, como dicen que se despliega la vida, en convulso metraje, de quienes están al borde de la muerte. La función arranca con el príncipe semidesnudo y trémulo al final del túnel, para despertar en su cama, con ojos de pesadilla y la sensual Ofelia a su vera. Revividos por su febril memoria o narrados por su amante desfilan los flashbacks: la fiesta de esponsales de Claudio y Gertrudis, los consejos de Polonio a Ofelia y Reynaldo, el primer encuentro con el fantasma del padre.

Los seis intérpretes que rodean a Hamlet se desdoblan en fantasmas que invaden su habitación, y aunque la idea motora se abandona actoralmente a media función, sigue plasmándose en estampas memorables. Eduardo Moreno ha diseñado una decoración mínima, engañosamente sencilla (la cama omnipresente, las cortinas de gasa ondulando por el viento) que parece pensada para primar la palabra y buscar la funcionalidad de cara a una larga gira, pero que sumada a la luz umbría y casi expresionista de Juanjo Llorens, la música y el sonido, también cuidadísimos, de Arnau Vilà y Sandra Vicente, y las sofisticadas imágenes de Joan Rodón, levantan una atmósfera de gran potencia onírica.

Los seis intérpretes que rodean a Hamlet se desdoblan en fantasmas, una idea que se plasma en estampas memorables

Me vuelven ahora, en avalancha, las proyecciones de ese carrusel de sombras, nieve furiosa, árboles esqueléticos y amenazadores, o las aguas embravecidas que crecen y se desbordan, metáfora perfecta de la mente de Hamlet. Premio a la Filigrana Poética: los cómicos, apenas entrevistos tras los cortinajes, cantan la tonada de Feste en Noche de Reyes, casi como una nana para el príncipe. Premio al Mejor Juego de Dobles: no puedo revelar ni cuándo ni, sobre todo, cómo se produce. Si me lo llegan a contar antes hubiera dicho que no saldría bien. Pero sale: ya lo verán. Premio a la Mutación Pasmosa: el lecho que se convierte en amenaza y cementerio.

Israel Elejalde está descomunal en su cuarto (y culminante) tour de force tras La fiebre, Misántropo, y La clausura del amor. Es un atleta del sentimiento, claro, natural e intenso, que dibuja al protagonista con una enorme fuerza expresiva y una gama completísima: ingenioso, atormentado, sardónico, psicópata, melancólico y burlón. Subrayo esto último, porque es el Hamlet más doliente y a la vez más gracioso que he visto, con las frases irónicas mejor colocadas, muy en la línea de Benedict Cumberbacht, aunque el timing de Elejalde vacilando a Polonio (y luego a Rosencrantz & Guildernstern) en quien me hizo pensar fue en el gran Hugh Laurie. En el quinto acto regresa inmejorable: de qué modo está ya en la otra orilla, cómo vemos en sus ojos y leemos en sus frases que ha vuelto para morir, que está irremediablemente infectado por la enfermedad de la muerte.

También me gustó mucho el trabajo de José Luis Martínez, cada día mejor. Creo que Polonio tiene más matices, pero borda esa línea un tanto encanallada y lamebotas sin atontolinarlo, que es uno de los riesgos habituales. Está muy gracioso cuando les habla a los reyes de la locura del príncipe y la carta a Ofelia, y vuelve a mostrar su talento para la comedia en los roles del enterrador y de Osric, un fool tardío, tan salado como imprevisto, que suele suprimirse. Cosa triste, porque está claro que Shakespeare debió imaginarlo para aligerar un poco la irrespirable acumulación de culpas y negritudes del último tramo. Jorge Kent compone un Horacio sobrio, muy bien servido. Tiene una breve y eficaz escena como Reynaldo, es divertido y quizás algo alicorto como Guildernstern, y con José Luis Martínez torea ceñido y mano a mano en la escena de la fosa, un poco en la estela de Arroyito y Pozuelón aunque con acentos extremeño y murciano. Los dos clowns nos hacen reir con ingenio y humanidad y consiguen que entre chanzas pensemos en la parca como Hamlet y Horacio, que es de lo que se trata. Ángela Cremonte rebosa fuerza. Literalmente: se le sale por las costuras, como le sucedía en Antígona. Su Ofelia me gusta cuando, desolada, le cuenta a Polonio la visita de Hamlet, y la manera en que resuelve la laberíntica escena del careo y la ruptura, con silenciosa emoción al cierre, pero Del Arco la empuja a un salto sin red que acaba en morrón cantado, nunca mejor dicho: a mi juicio, la escena de la locura reggaetónica no monta ni para atrás.

También me gustó mucho el trabajo de José Luis Martínez, cada día mejor. Borda esa línea un tanto encanallada y lamebotas sin atontolinarlo

No veo a una dama demolida sino, ay, a una petarda de concurso televisivo, y por supuesto estoy hablando del personaje. La actriz defiende bravamente lo que le han marcado, pero lo tiene muy difícil para conmover: de hacerlo, el público no soltaría la carcajada cuando Claudio pregunta: ¿Y siempre está así? Y es imprescindible que la locura de Ofelia conmueva, digo yo. De Daniel Freire recuerdo su notable mano a mano con Miguel Angel Solá en El veneno del teatro, de Rodolf Sirera, dirigido por Gas, pero aquí, lástima, me pareció muy irregular. Me gusta como Espectro, a la cabecera de la cama de Hamlet, y cuando encarna al jefe de los actores con acento argentino. Me convence poco su Claudio: el monólogo de la culpa resulta altisonante, y tras la muerte de Polonio creo que histeriza a su personaje, acercándolo al melodrama desaforado. He visto a Ana Wagener saliendo airosa de papeles muy arduos, como la agente de la condicional en La anarquista, de Mamet, que dirigió José Pasqual. Tiene una voz preciosa y una naturalidad matizadísima. ¿Qué sucede, entonces, con su Gertrudis? Que no me conmueve realmente hasta su narración de la muerte de Ofelia.

La gran escena (por no decir la única) de la reina es, como se sabe, el careo con Hamlet, donde Wagener debería, porque puede, llegar a cotas más flamígeras. Siempre me gusta Cristóbal Suárez: compone un Rosencrantz casi de alegre pájaro de cine mudo, pero tiene poca tela como Fortimbrás y creo que Laertes no le acaba de ir. Es un actor que exhala bonhomía, y la furia de Laertes (cierto que muy recortado) no resulta del todo creíble, por mucho que amenace a Claudio pistola en mano. Esa fiereza brota más tarde, físicamente, en el espléndido duelo a espada con Hamlet, rebosante de nervio, peligro y locura: un aplauso también para el maestro Jesús Esperanza. Me dicen que las entradas se han agotado en la Comedia: atentos, pues, a las fechas de la gira, que comienza el 1 de abril en Sevilla.

Hamlet, de William Shakespeare. Dirección: Miguel del Arco. Intérpretes: Israel Elejalde, Ángela Cremonte, Cristóbal Suárez, José Luis Martínez, Daniel Freire, Jorge Kent, Ana Wagener. Coproducción: CNTC / Kamikaze. Teatro de la Comedia. Madrid. Hasta el 20 de marzo.

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