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EN PORTADA / ENTREVISTA

Gonçalo Tavares: “Ni siquiera tengo Facebook. El email ya es demasiado para mí”

El escritor portugués se esconde en su "búnker, una habitación del siglo XIX" para resistir en la era de Internet. Ahora publica 'Una niña está perdida en el siglo XX'

Tavares camina sobre la muralla de Cartagena de Indias durante el Hay Festival.
Tavares camina sobre la muralla de Cartagena de Indias durante el Hay Festival.Daniel Mordzinski
Berna González Harbour

Gonçalo M. Tavares es un autor de doble velocidad: se puede leer deprisa, a buen ritmo, y disfrutar de su escritura aparentemente sencilla con inmediatez. O se puede uno detener en frases, palabras y construcciones de las que activan las neuronas necesarias para saborear o asociar pensamientos que parecían (en el mejor de los casos) larvados.

Y debe de ser complicado avanzar como escritor con pulso firme, el ego prieto y la respiración contenida cuando voces como José Saramago, por ejemplo, han declarado demasiado pronto que un día recibirás el premio Nobel. Pero Gonçalo M. Tavares (Luanda, 1970) parece haber logrado cerrar los ojos, taparse los oídos y encerrarse con tranquilidad en el búnker en el que trabaja como en “una habitación del siglo XIX”, cuenta: un viejo estudio sin móvil y sin Internet. “Es mucho más difícil ser un gran lector y un gran escritor en el siglo XXI”.

De carácter reservado, pero siempre alegre y más deseoso de preguntar que de responder, Tavares es un escritor peculiar, no solo por su estilo original y sorprendente sino también porque enmarca sus libros en proyectos ambiciosos y de largo recorrido como quien forja una gran genealogía de troncos y ramas importantes: está su serie El barrio, en la que va alojando a sus escritores favoritos y que Seix Barral ha reunido en un libro de igual nombre; El reino, en la que bucea en la naturaleza más profunda del mal; su epopeya Viaje a la India, una odisea inteligente, divertida, rica y placenteramente densa sobre las andanzas de un tal Bloom; su serie Enciclopedia; y Canciones; hace poesía, ensayo, teatro, enseña Cultura y Pensamiento Contemporáneo en la Universidad de Lisboa y acumula premios importantes como el de mejor libro extranjero en Francia con Aprender a rezar en la era de la técnica (Mondadori), una contundente novela sobre los mecanismos perversos del poder. Cada uno es diferente de los demás, pero en todos ellos las palabras parecen suspendidas en tiempo y espacio, sin más agarres, bisagras, marco o patas que su propia lógica interior, su musicalidad, su aire de cuento o leyenda, de quien sabe manejar una materia volátil y sólida a la vez.

Pronto publica en España Una niña está perdida en el siglo XX, del que habla con Babelia en Cartagena de Indias durante el Hay Festival de Colombia.

Tavares posa en un vano de la muralla de Cartagena de Indias durante el Hay Festival.
Tavares posa en un vano de la muralla de Cartagena de Indias durante el Hay Festival.Daniel Mordzinski

“Intento respetar al lector. Los humanos somos seres mortales y los escritores solemos olvidarnos de ello. Si puedo decir algo en menos palabras intento decirlo en menos que en más”, responde Tavares. El portugués cita a su compatriota Antonio Viera, que tras dirigir una larga carta a un interlocutor añadió: “disculpa que sea tan larga pero no tuve tiempo de hacerla más corta”. Así que Tavares suele escribir la “materia bruta” con rapidez -“empiezo a diez por hora sin erratas y acabo tres horas después a cien por hora y con un texto machacado de erratas”-, después guardarlo y volver a ello solamente varios años después. Es la hora de quitar, pelar, corregir, resumir.

PREGUNTA. Hay un personaje en su novela que mide la inteligencia de las personas por su capacidad de disminuir el peso de las cosas materiales que acumulan. ¿Usted también?

RESPUESTA. El libro habla de ese microsegundo decisivo en el que te la juegas como si fueran los cien metros de sprint. Lo siento mucho en las cosas, si hay una urgencia en nuestra vida cotidiana, si tienes un peso y tienes que salir, si en un momento dudas entre llevarlo o no puede significar la vida o la muerte. Hay que entrenarse todos los días para saber que lo esencial es tu cuerpo.

P. ¡O la absenta! En El barrio (Seix Barral), uno de sus personajes acaba llegando a la conclusión de que en el bar será mejor renunciar a todas las conversaciones que intenta para quedarse con lo esencial: la bebida. Lo esencial es una constante para usted.

R. (Ríe) Cuando tenía tres años monté con mis hermanos en un barco, se empezó a alejar de la orilla y en segundos había que decidir si tirarse a nadar o dejarse llevar hasta que lográramos controlarlo. Recuerdo la angustia de la decisión porque cada uno decía una cosa, el barco se alejaba y cada microsegundo la hipótesis de nadar se hacía más difícil. En mi personaje de La niña... se habla mucho de cómo no perder el microsegundo fatal en el momento decisivo.

P. Su estilo también es esencial, parece que quita más de lo que ha puesto.

R. Mi idea es que una frase es un espacio entre dos puntos y a la vez es una responsabilidad. Hay que ocupar ese espacio de forma responsable. Yo solo abro una frase si tengo algo que decir y si es así intento decirlo lo más rápidamente posible y callarme. Si digo algo en 20 palabras y consigo dejarlas en 10, mejor. Si logras la misma idea en menos espacio la frase adquiere una potencia que permite la interpretación, permite respetar al lector como persona inteligente, que imagina y construye su propio mundo. La lectura no consiste solo en leer un texto, sino en levantar la cabeza, ahí empieza realmente buena parte de la creación. Si el libro es muy exhaustivo, didáctico, explicativo, no queda nada para el lector. Pero si una frase tiene una intensidad que nos hace levantar la cabeza, empieza algo que te lleva a imaginar, a asociar. La potencia de la frase depende de concentrar lo esencial.

P. No le gustan los adjetivos.

"Buena parte de la creación comienza cuando el lector se para, levanta la cabeza y empieza a imaginar, a asociar. La potencia de la frase depende de concentrar lo esencial"

R. Borges decía que son para usar con parsimonia, y es que son un juicio de valor. No me gusta dar juicios de valor. Marius, por ejemplo, personaje de La niña... ¿es bueno o malo? No lo sé. Una persona puede vivir 80 años de bondad y tener un día de maldad, matar a alguien.

P. Su padre era ingeniero y su madre matemática y hay mucho de ello en su literatura.

R. Y parte loca también, imaginativa. De sorpresa. De incertidumbre. Yo escribo sin saber lo que voy a escribir. En La niña... empecé con la idea de un hombre y una niña perdida sin saber nada más, empiezo a veces con una palabra, de una forma alucinada, rápida, cuando hago la materia bruta, que no es nada matemática. Luego intento tirar lo que no necesito.

P. En la forma sí, pero el contenido tiene muchísima lógica, en cada escena hay un método. El barrio, por ejemplo, es muy matemático.

R. El señor Valéry (que forma parte de El barrio) fue un ejemplo de mezcla entre la filosofía y la matemática. Jerusalén y Aprender a rezar... son distintos. Para mí el orden interno es importante, cómo mantener el orden interno en medio del caos. De mi padre, ingeniero, me marcó cómo al construir casas pasaba varios meses excavando para fijar los cimientos, y me parecía absurdo, porque en lugar de levantar un edificio hacia arriba trabajaba hacia abajo, en sentido contrario al objetivo. Solo cuatro meses después llegaba al piso 0 y aquello empezaba a subir. Y es que primero hacen falta los cimientos.

P. ¿Por qué escribió desde los 20 y solo decidió publicar desde los 30? ¿Inseguridad?

R. Al contrario, tenía la seguridad suficiente para decir: no, solo más tarde. Se trataba de hacer los cimientos, fijar las raíces.

P. Uno de los personajes de Una niña..., el anticuario, continúa una serie matemática que ha heredado de su abuelo. ¿Por qué?

R. Él continúa haya un terremoto, un atentado, una revolución, él sigue. El orden le sostiene, no cambia. La revolución ha estallado pero los números continúan. Mi padre ha muerto o mi amor me ha dejado, pero los números siguen. Es el valor de la continuidad, la constancia.

P. Sus personajes de Una niña... viajan por el siglo XX y se ven conectados con la revolución. ¿Cree en la revolución?

R. Depende de qué tipo. Me gustaban algunas utopías del siglo XX que pretendían cambiar la vida, pero no el hombre. Las revoluciones que pretenden cambiar el hombre, como el estalinismo, son peligrosas y disparatadas porque el hombre es un animal muy antiguo, podemos cambiar los artefactos técnicos a su alrededor, pero el deseo, la violencia, la excitación, el organismo, las bondades, el instinto, no. Una revolución que quiere cambiar la vida es distinta: cambiar las relaciones, el dinero, lo material, los objetos. Muchas personas están haciendo pequeñas revoluciones.

Tavares escribió una obra de teatro en la que el protagonista vivía en una planta 0 donde no había nada. Si quería conseguir algo debía subir una escalera de 70 grados: una para comer, otra para beber, otra para la televisión y así hasta un centenar de escaleras. Acabó utilizando tres o cuatro. “La arquitectura le estaba diciendo: haz apenas lo esencial. En el siglo XXI las cosas son fáciles de hacer, pero esa facilidad puede ser peligrosa”.

Tavares posa en un vano de la muralla de Cartagena de Indias durante el Hay Festival.
Tavares posa en un vano de la muralla de Cartagena de Indias durante el Hay Festival.Daniel Mordzinski

P. ¿Es la revolución que defiende?

R. Podemos cambiar la vida si tenemos una especie de arquitectura filosófica en nuestra cabeza. Yo tengo claro por ejemplo que tenemos que decir dos o tres síes y muchos noes. Esto es decisivo porque nos hemos transformado en seres humanos disponibles, seres humanos sin, siempre disponibles para hacer, recibir, responder a un estímulo, y siempre respondemos.Yo no tengo Facebook ni nada. Un mail ¡y ya es un poco demasiado para mí! Si estás siempre diciendo sí a cualquier estímulo exterior estás poniendo todas las cosas al mismo nivel: la comida, el amor... lo conviertes todo en un paisaje plano y es peligroso. Puedes estar haciendo algo esencial y un minuto después estar contestando a un email muy periférico.

P. Para eso hace falta una gran fortaleza.

R. Es mucho más difícil ser un gran lector y un gran escritor en el siglo XXI. Yo intento resistir. No tengo nada, solo un email con respuesta automática que dice: “Pido disculpas pero en los próximas semanas no podré contestar” (ríe). Es un sistema de defensa. Porque no sé cómo es posible estar escribiendo y viendo Internet. Para mí la creación es como una burbuja y una noticia de la realidad es como un alfiler que termina explotando tu burbuja. En el siglo XXI la teconología acaba siempre pinchando y si no tienes un bunker... Kierkegaard decía que quien no tiene un buen escondite, no tiene una buena vida. De eso se trata.

P. Usted escribe y después deja reposar las obras. ¿Cuándo escribió Una niña...?

R. Yo escribo la materia bruta muy concentrado y luego lo olvido por completo. Tres o cuatro años después vuelvo al libro a cortar, limpiar, reescribir y ahí me demoro mucho. La niña... fue hace cinco o seis años, para mí es como un cazador y un animal, siento los libros como animales, como cosas orgánicas que tienes que cerrar. Y ese sistema de vigilancia de mis escritos me permite no tener piedad de ellos.

P. ¿Una niña perdida... no nos dice realmente que quienes estamos perdidos somos los demás?

Es mucho más difícil ser un gran lector y un gran escritor en el siglo XXI. Yo intento resistir

R. Me gusta mucho esa interpretación, es como si fueran los demás los que no están en su lugar, desasosegados, inquietos, mientras ella está tranquila. La idea es que están perdidos en el tiempo, en el siglo XX, en lugar de en el espacio.

P. En uno de los escenarios del libro, en el hotel, se pierden mientras buscan su habitación llamada Auschwitz...

R. Cuando los protagonistas llegan al hotel, todo está a oscuras y la única luz es la que ilumina los nombres de las habitaciones con los nombres de los campos de exterminio. Están perdidos y cuando tiempo después encuentran su habitación tienen una sensación de alegría y alivio, para mí es una imagen decisiva del libro. Cuando estamos en la oscuridad, la primera luz que surge si ha sido prolongada es una alegría, parece una salvación, y sin embargo era la luz terrible de Auschwitz. Cuando estamos a oscuras tenemos que tener tranquilidad cuando surge una luz porque la luz que parece salvadora puede ser perfectamente terrible y mucho de lo que ha ocurrido en el siglo XX tiene que ver con eso. Esa oscuridad puede ser el desempleo prolongado, la guerra, la pobreza. Es importante no permitir que se prolongue la oscuridad porque puede aparecer una luz que puede ser peor que ella.

P. ¿Se siente representante de la literatura portuguesa o europea?

R. ¡No soy representante de nada! (ríe) Solo intento hacer mi camino. Mis Canciones mexicanas o El barrio son como un corderito y un lobo, y los escritores en general están en un camino o en otro. Yo no me siento representante de ninguno.

P. ¿Qué significa El barrio, el barrio que ha creado para que habiten sus escritores favoritos?

R. Como no soy alcalde no puedo dar nombres de autores a las calles, pero sí nombre a mis personajes. Son ficciones nada biográficas, aunque siempre tienen una conexión.

P. Dígame: ¿Cómo se puede vivir con tranquilidad si Saramago ha declarado que van a darle el Nobel?

R. Tengo una relación muy tranquila con todo eso, porque lo exterior a la escritura no depende de mí. A mí me interesa la escritura y todo lo que pueda suceder de bueno y de menos bueno no es mi responsabilidad. Hay que mantener una distancia.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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