_
_
_
_
_

35 años de arte en diez polémicas

La religión, el sexo, la política y el Holocausto son los elementos recurrentes de las obras más controvertidas del arte de las últimas tres décadas

Miguel Ángel García Vega
'My bed' / 'Mi cama', de Tracey Emin.
'My bed' / 'Mi cama', de Tracey Emin.

1º Tracey Emin. My bed / Mi cama (1998)

El retrato de una voladura personal. Una autobiografía escrita en un polvorín con fuego. El descenso a la noche más oscura del alma. My bed (Mí cama) exhibe la sinceridad de la vida. La instalación es lo que se ve. Una colcha desecha, condones usados, compresas con orina, tampones, un test de embarazo, botellas vacías de vodka, pantalones manchados de sangre… Tracey Emin (Reino Unido, 1963) es la artista que mejor ha sobrevivido al fulgor y la moda de los Young British Artists (Damien Hirst, Chris Ofili, Jenny Saville…). Y su cama, que Christie’s vendió hace un par de años por cuatro millones de euros, es arte. Pónganle las mayúsculas. Porque ese lecho es el recuerdo del alcoholismo, varias rupturas de pareja, dos abortos, el incesto con su hermano mellizo, una violación a los 13 años; la derrota. Una vida tan dura que ni siquiera la alivia la cama más blanda.

2º Damien Hirst. 'The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living'/ 'La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo'. (1991)

Decía el pintor Lucian Freud que el problema de Damien Hirst (Reino Unido, 1965) era que había empezado su carrera por el final. Se refería a que sus obras más rotundas las había creado muy joven. Esas piezas rastreaban la violencia, el dolor, el poder, la muerte. A partir de aquí estaba condenado a repetirse y banalizar el trabajo. Acertó. Pero en 1991, cuando acababa de cumplir 25 años, a Hirst se le ocurrió conservar un tiburón tigre en un tanque de cristal de cinco metros de longitud repleto de formaldehído. La extravagante idea se la financió el magnate de la publicidad y coleccionista Charles Saatchi. Pescar el escualo en Australia, trasladarlo y conservarlo costó más de 50.000 libras de la época y el periódico británico The Sun ironizó: “£50.000 for fish without chips”. Una pequeña fortuna para una obra en la que lo mejor es el título: “La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo”. Y eso representa el tiburón. El espacio suspendido entre la vida y el fin. A medio camino, el discurrir del tiempo. En 2006 el escualo se pudre y hay que cambiarlo. Dos años antes Saatchi se lo vende al gestor de fondos especulativos Steven A. Cohen por 12 millones de dólares. Otra obra de arte, pero conservada en dinero y no en formaldehído. Pues transformado Damien Hirst en un blockbuster, su tiburón nada más cerca de la orilla de Steven Spielberg que de Rothko.

3º Andrés Serrano. 'Immersion (Piss Christ)' (1987)

Pocas obras de arte han sido destruidas o atacadas tantas veces como esta fotografía de Andrés Serrano (Nueva York, 1950). La imagen representa un pequeño crucifijo de madera y plástico sumergido en la orina del propio artista. La toma está saturada, los colores sobreexpuestos y ascienden por los márgenes unas finas burbujas. Pero desde su creación, en 1987, esta foto de metro y medio no ha hallado la paz. En 1989 los senadores republicanos estadounidenses Al D’Amato y Jesse Helms criticaron al artista por recibir dinero público para crear la pieza. Ante las amenazas de muerte, el fotógrafo se vio obligado a cambiar de correo electrónico. Años después, en 1997, la iglesia católica de Melbourne (Australia) pidió retirar la imagen de una exposición. Al poco, unos chicos la emprendían a martillazos con el crucifijo. Casi la misma historia que vivirá en 2011 cuando se exhiba como parte de la colección Lambert en Avignon (Francia).

4º Chris Ofili. 'The Holy Virgin of Mary' / 'La santa Virgen María' (1996)

“Algo enfermizo”. Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, dejó muy clara la repulsión que le producía la obra. Una Virgen María negra de más de dos metros de altura que, bajo una túnica azul, descubre uno de sus pechos. Nada demasiado irreverente. Hasta que el espectador atiende a los detalles. El seno es una bola de excrementos de elefante lacada y adornada con purpurina. A su alrededor, como si se tratase de un Maestro Antiguo, unas imágenes de genitales, recortadas de revistas pornográficas, parecen putti contra un fondo naranja chillón. El cuadro de Chris Ofili (Reino Unido, 1968) escandaliza en su momento. Tanto que Giuliani trata, inútilmente, de clausurar la exhibición de la que forma parte en el Brooklyn Museum. Bajo una fuerte contestación social, un anciano de 72 años la embadurna de pintura blanca. Es 1999 y la ciudad estadounidense recibe a un grupo de jóvenes artistas británicos. Su impulsor, el magnate de la publicidad Charles Saatchi, bautiza la muestra: Sensation. Un sustantivo con el que estaría de acuerdo el coleccionista que el año pasado pagó cuatro millones de euros en Christie’s por una Virgen en su día repudiada.

5º Anish Kapoor. 'Dirty Corner' / 'Esquina sucia' (2011-2015)

El sexo, como la provocación, es uno de los materiales con los se crea el arte. Pero, a veces, también es una forma de detectar la salud de una sociedad. Ante la fachada del palacio de Versalles (Francia), la escultura Dirty Corner es una monumental embocadura de acero corten de diez metros de altura y 60 metros de largo. A su lado, la escoltan más de una veintena de rocas de enormes proporciones. “La vagina de la reina tomando el poder”. De esta forma la ha definido su creador, el escultor británico de origen indio Anish Kapoor (India, 1959). La pieza es atacada dos veces durante al verano pasado. Sobre ella, con pintura blanca, los vándalos escriben mensajes antisemitas. El artista estalla y responde al destrozo. “Estoy sorprendido de que una obra pueda desencadenar tal violencia; es un ataque contra el espíritu humano”. Kapoor decidió, inicialmente, tras la segunda profanación, dejar las marcas del odio sobre el metal. Sin embargo, obligado por la justicia gala, al final las cubre. Quizá porque es imposible borrar las huellas en el acero de la ignorancia.

6º Maurizio Cattelan. 'La Nona Ora' / 'La novena hora' (1999)

'La Nona Ora' / 'La novena hora' (1999), de Maurizio Cattelan.
'La Nona Ora' / 'La novena hora' (1999), de Maurizio Cattelan.

Un meteorito atraviesa un lucernario, lo desmigaja en cristales y aplasta al Papa Juan Pablo II. El Pontífice, derribado sobre una alfombra roja, con la roca incrustada en la cadera, tiene los ojos cerrados y el rostro tranquilo, sin sufrimiento, mientras sostiene con las dos manos la cruz del pescador. Este es el extravagante suceso que el artista italiano Maurizio Cattelan (Italia, 1960) recrea de forma muy realista en su instalación La Nona Ora. Un trampantojo de imágenes y semática. El título remite a la hora novena (las tres de la tarde) en la que la tradición cristiana sitúa la muerte de Jesús en la cruz. Este tableau vivant con un solo personaje hace sonreír y después pensar. “La superficie irónica es solo el primer nivel de interpretación”, describe Cattelan. “Un envoltorio acogedor que hace que el público se sienta seguro cuando se aproxima al trabajo. Pero después es golpeado en el estómago por un segundo nivel, que es terriblemente serio”.

Ese mismo sentido de la provocación le lleva a colocar en 2012 una estatua de Hitler orante en el antiguo gueto de Varsovia (Polonia). La titula, con mayúsculas, HIM (ÉL). Sin embargo el centro cultural judío Simon Wiesenthal rechaza la ironía: “Es una provocación sin sentido que insulta la memoria de las víctimas judías del nazismo”. ¿Es así?

 7º Félix González-Torres. 'Sin título. '(Portrait of Ross en L.A)' / 'Retrato de Ross en Los Ángeles'. 1991

“Cubano en Nueva York, marxista y gay, latinoamericano y conceptual-minimalista, González Torres tenía una capacidad singular: esa aguzada ‘potencia visual’ que Brecht reconocía en los exiliados, quienes, forzados a la extraterritorialidad, siempre ‘tienen buen ojo para las contradicciones”. El escritor argentino Alan Pauls relató muy bien el empeño creativo de Félix González-Torres (Cuba, 1957-Florida, 1996) a través de ese diálogo de conceptos. Porque toda su fuerza procede del brillante manejo de las contradicciones, pues entendía que la verdadera debilidad llega de la confusión. En esa paradoja su trabajo cuestiona, con materiales inusuales, como los caramelos, el mercado del arte y su sentido de propiedad privada y autoría. Pero también habla de la vida o la pérdida.

De ahí que en una de sus propuestas más lúcidas, Retrato de Ross en L.A, coloque una montaña de caramelos envueltos en papel celofán en la esquina de una habitación. Los dulces pesan 175 libras (79 kilos). El peso exacto de Ross Laycock —el amante del artista durante ocho años—, quien morirá de Sida en 1991. El público va cogiendo los dulces. La obra pierde peso, sufre, al igual que Ross durante la enfermedad. El dulce de la golosina frente al amargor de la vida. Al final las chucherías desaparecen, pero la sala de exposiciones las vuelve a reponer. Es el “retorno a la vida” de Ross. Mera ilusión. Porque González-Torres, como sus caramelos, desaparecerá, enfermo de Sida, solo cinco años después que su amante.

8º Santiago Sierra. '245 metros cúbicos'. 2006

Hay dos materiales artísticos que son muy frágiles: la memoria y el Holocausto. Trabajar con ellos exige saber distinguir entre las ocurrencias y las obras de arte. Santiago Sierra (Madrid, 1966) lo entendió tarde. En marzo de 2006 introdujo seis tubos de escape en el interior de la antigua sinagoga de Pulheim-Stommeln (Alemania). Los visitantes debían acceder al templo con máscara protectora y acompañados de un bombero. El vapor resulta intenso y lo único nítido era la semenjanza con las cámaras de gas nazi. El artista quería que se experimentara “un encuentro con la propia muerte”. Pero halló otra cosa: el rechazo profundo. El periodista alemán Ralph Giordano, quien sobrevivió al Exterminio, lo dejó claro en declaraciones a Der Spiegel: “Es de una bajeza sin igual”. Poco pudo hacer Sierra. Trato de calmar, en vano, a la comunidad local. Ocho días después de inaugurarse, la exposición se cancelaba. “No quise crear una cámara de gas, sino una obra de arte sobre las cámaras de gas, que es diferente”, se defendió el artista en la revista germana. Tarde para distinguir entre arte y ocurrencia.

9º Richard Serra. 'Equal Parallel / Guernica-Bengasi'/ 'Igual-paralelo: Guernica-Bengasi' (1986)

¿Puede desaparecer un horizonte de acero de 38 toneladas de peso? ¿Puede perderse el rastro a una escultura de cuatro bloques creada por uno de los mejores artistas de la segunda mitad del siglo XX? ¿Puede volatilizarse de un museo público? En España, sí.

La desaparición de la escultura monumental Equal-Parallel / Guernica-Bengasi de Richard Serra (Estados Unidos, 1939) propiedad del Reina Sofía forma parte de la nave del misterio. Cultura la compró durante 1987 y estaba en depósito desde 1990 en la empresa Macarrón, que quebró en 1998. Poco más se sabe. El propio Serra sospecha que el boom del ladrillo podría haberla transformado en una autopista o un edificio. Y el elevado precio del metal durante la última década la convierte, además, en candidata a la venta al peso. Pero el caso es que durante años nadie la echó en falta. Hasta que en 2006 se conoció su ausencia. El escultor se comprometió entonces a crear gratis una réplica de Equal Parallel. Hubo que desembolsar, eso sí, 85.000 euros para cubrir gastos de mano de obra, montaje, transporte y material. Hoy habita en la sala 102 del museo madrileño. Toneladas de acero corten que plantean una pregunta igual y paralela: ¿es la misma obra su original que su copia?

10º Ines Doujak. 'Haute couture 04. Transport' / 'Alta costura 04. Transporte'. 2010

Una obra de arte no tiene el poder de cambiar el mundo, pero sí el de hacer saltar por los aires la cúpula directiva de unos de los museos más importantes de Europa. Y eso que vista de cerca, la verdad, no es para tanto. Ni formal ni conceptualmente. Por muy sensacionalista que sea su descripción. Haute couture 04. Transport (Alta costura 04. Transporte) representa al exrey Juan Carlos I montado por una mujer cuyos rasgos indígenas semejan los de la activista boliviana Domitila Barrios, quien a su vez parece ser sodomizada por un perro. La obra de la artista austriaca Ines Doujak (Klagenfurt, 1959) formaba parte de la exposición La bestia y el soberano que planteó el año pasado el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba). Pues bien, en un hecho insólito, y equivocado, el director de la institución, Bartomeu Marí, decidió retirar la pieza. El desatino le costó el puesto a él y también a dos de los comisarios de la muestra. Quizá porque la venganza se sirve fría y en Alemania, la asociación de críticos de ese país le otorgó a La bestia y el soberano el premio a la mejor exposición de 2015.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_