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Cristina Iglesias: “Mi realidad es un espejo múltiple”

La escultora analiza la explosión del arte en estas décadas. “Hay mayor entendimiento, hay 'performance', nos acercamos al teatro, al cine. Hay una mayor libertad”

Juan Cruz
La escultora Cristina Iglesias en su estudio de Torrelodones (Madrid).
La escultora Cristina Iglesias en su estudio de Torrelodones (Madrid).Gorka Lejarcegi

Dos toneladas de hierro suspendidas en el aire pesan como los sueños. La escultura la imaginó Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956); la tituló Los Sueños, precisamente, y será el alma de la representación con la que EL PAÍS acude a Arco. Es el cuarenta cumpleaños del periódico, los 35 de la feria más importante de la España de la democracia. El periódico se junta con una de las escultoras que mejor simboliza la complicidad de todas las artes; desde la poesía ha buscado la metáfora de las pesadillas contemporáneas, y entre sueños y versos ha creado un mundo lleno de puertas, de vegetación y de hallazgos que ella cuenta con sutileza, como si esculpiera (o dibujara) también mientras habla. Es sutil como su voz, duda, expresa su timidez como si viniera del viento de la infancia en Donostia, la tierra de su colega Eduardo Chillida. A éste le encargo EL PAÍS precisamente el emblema escultórico de su vigésimo aniversario. El azar ha completado su arco y veinte años más tarde esta donostiarra situará en el cielo de Arco esta mole oscura que, como escribiera Jorge Guillén, tan querido para Chillida, pesa como el aire.

Es oscura esa mole, sí, pero cobija en su seno colores muy concretos, juguetes con los que Cristina Iglesias convoca la poesía. “Sí, parece oscura, pero ya ves qué concretos colores la animan luego: el magenta, el azul…, y el amarillo dorado”. Ella misma cierra los ojos para ver por dentro lo que esculpió, y lo que va diciendo. “Si cierras los ojos ves colores, porque la luz te atraviesa. Pero si en plena oscuridad te concentras también ves colores. Y son colores muy básicos: esos que van saliendo de la escultura. Quizá esos colores se superponen al negro creando una luz extraña. El magenta, el azul…, el amarillo dorado”.

“Es una luz extraña que te reconforta o te perturba; va contigo más allá de la realidad, no te deja indiferente”. Borges buscaba en Madrid la cúpula del Palace para sentir el color amarillo. “¿No será que ese color estaba en su imaginación cuando sentía bienestar?... Es lo que buscamos, sueños, alegría. Precisamente porque la realidad es muy diferente para mucha gente. Y hay gente que encuentra más que otra”.

"Al leer poesía me traslado a un estado en el que soy más sensible hacia mí y eso afecta a la mirada con la que veo mi obra"

Sus esculturas son contundentes, pero dejan pasar la luz, se convierten en puertas, son horizontes a veces, o taladran la tierra para inventar otro suelo. En su concepto esa contundencia viene reclamada por la poesía. “Las artes confluyen aquí, inspiran, pero no de una manera concreta. Hay textos que pueden llevarte a sentir que estás rodeada de metáforas… Cuando leo poesía me traslado a un estado en el que soy más sensible hacia mí misma, y eso afecta a la mirada con la que atiendo mi obra”. Los pasos siguientes se parecen a la poesía y también a la música. “Se produce una reflexión consciente, mental, analítica, veo lo que hago y avanzo con variaciones, como en la música… El cine también me sirve a la hora de construir mi obra: una imagen puede crearte esa extrañeza; también pueden sobrevenir incomodidades que pueden resultar inspiradoras”.

—Su escultura es de ideas, de conceptos: los sueños, la realidad, el horizonte, la puerta. La puerta quizá es todas las cosas, ¿cree usted?

—¡Es que la puerta puede ser todas las cosas!

—Sin embargo, para esta escultura usted ha elegido como arranque la narrativa, Stanislaw Lem y su Solaris…

 “Exploro el mundo: los materiales vienen detrás…"

—Sí, es la idea de crear una celosía, que es una pared translúcida, un velo tras el cual puedes esconderte o taparte. Pero también mirar tras una puerta. Eso está en nuestra cultura, mirar a través de una pantalla. Somos una mezcla de culturas, cristiana, judía, árabe, pero esa manera de construir también está en la cultura china. Es una metáfora de la visión y de la percepción, del esconderse y el revelarse…

—Y con ese concepto crea usted un mundo, como una isla oscura (y de colores) pendiendo del cielo de Arco…

—Quiero crear lugares. Lugares donde se puedan encontrar los extraños. Creo un pabellón y sus paredes entretejidas pueden ser sólo un dibujo geométrico. Pero desde el principio pensé que ese dibujo fuera un texto, una narrativa, similar a un jeroglífico. Es un dibujo, pero me interesa la mirada que lo ve de lejos y la mirada que lo acerca. Cuando te acercas se te abren diferentes puertas. La mirada lejana es un dibujo geométrico; mucha gente no verá el texto, pero está ahí y forma la estructura de la escultura. Es su columna vertebral. Una escultura es un camino y un tiempo, el que se requiere para recorrerla y pensar sin necesidad de descifrarla del todo...

Ella es, y así se llama su escultura, además, forjadora de sueños. Una contradicción, el sueño y el hierro. Lo que no tiene entidad y lo que pesa, y también lo que hiere, porque el hierro es un arma, un material contundente. “Sí, pero es una contradicción que me interesa. El sueño, el hierro. He estudiado la escultura clásica, he mirado la fuente de los cuatro ríos de Bernini, pero a mi me interesaba crear un lugar, hacer una escultura con esos elementos, el sueño, el hierro. Y al mismo tiempo alejarme de premisas impuestas que no me interesan de la escultura.

"Una escultura es un camino y un tiempo, el que se requiere para recorrerla y pensar sin necesidad de descifrarla del todo"

—¿Cómo alivia usted esa imposición?

—Con esa transparencia que le comentaba hablando de la luz, puede ser un texto que conjuga un recorrido, con la complejidad de diferentes capas de visión, con la densidad, que forma otra pantalla...

—A lo mejor la literatura le ayuda a diluir el hierro…

—Sí. La literatura es constructiva; en esta pieza el texto es la estructura misma de la obra. Me interesa como concepto…

Desde muy joven Cristina Iglesias ha estado interesada en todos los elementos de la naturaleza: el fuego, el hierro, la tierra propiamente dicha… Ha horadado la tierra para hallar lo freático, tan trascendental entre sus descubrimientos estéticos, esas puertas en la tierra. Es una exploradora. “En realidad exploro el mundo: los materiales vienen detrás… El agua atraviesa el mundo y se almacena en bolsas bajo la superficie de lo que vemos y de pronto sale por algún orificio. A veces violentamente... Antes hablábamos del color. Pero si hablamos de la luz trato de hacerla visible a través de materiales contundentes. Para sentir lo liviano prefiero el hierro dulce, trenzado, que el esparto…, aunque he hecho esos techos de esparto que parecen estar tejidos con miles de trenzas, como volando por encima de nosotros.

—¿Y en esta escultura tan contundente también hay juego, vuelo?

—Creo que sí. Es un laberinto y el laberinto siempre tiene algo de enigma y de juego. Siempre puedes salir, no te atrapa nunca del todo. Puedes sentirte libre pero tiene algo de juego porque hay opciones, puedes verlo todo desde fuera o entrar dentro y leer (o no leer). Todo eso es un juego; la escultura tiene mucho de experiencia perceptiva, como la pintura…

"En mi escultura está implícita la idea de caminar. Y este camino me ha llevado a poder comunicar mundos"

—¿En esta qué papel juega la sombra?

—Es muy importante. En una escultura como esta la sombra es un material más, que compone y construye la obra. Es una sombra que se desparrama alrededor de ella. En la escultura no puedes evitar la sombra, pero aquí está provocada exageradamente para que esté presente, para hacerte consciente de ella, para que bañe tu cuerpo y proyecte en el suelo ese texto, aunque tú no lo vayas a entender. Es una manera de extenderte en el espacio. En esta obra el texto es la propia esencia. Es el texto el que lo dibuja todo.

—¿Qué ha encontrado explorando?

—En mi escultura está implícita la idea de caminar. Es algo que he entendido caminando, valga la redundancia. A medida que tienes más obra ésta constituye ya la totalidad de su lenguaje. Y este camino me ha llevado a poder comunicar mundos y a sentirme más curiosa y con más ganas.

—¿Qué dice de usted la obra?

—Que estoy ahí, que tengo una voz y que es la mía. Una voz que se compone de lecturas de todo lo que vemos. Esto te ayuda a completar miradas: nunca terminas de hacerlo. Es un mundo sin fin. Mi realidad es un espejo múltiple.

—¿Cuáles son los magisterios que subyacen?

—No puedo definir maestros claros, pero sí obras que me han hecho entender cosas e interesarme por este mundo en el que estoy metida. Pasa por obras clásicas, como la capilla Brancacci (Florencia), por cómo la pintura puede ser un cuento en su ocupación del espacio, una capacidad espacial además de la ilusión de representar aquello que no es nunca representable del todo. Puede ser una escalera, un dibujo de Leonardo, una espiral en un mar de sal, el pabellón Mies van der Rohe, en Barcelona… ¡Un montón de cosas!

—Esta exposición de sus sueños coincide con los 35 años de ARCO y con los 40 de EL PAÍS. En estos años el arte ha conocido una evolución eléctrica.

—Han sido años en los que han pasado muchísimas cosas, empezando por el cambio de la realidad en nuestro país y que yo viví en un momento crucial en mi vida, cuando me fui a Londres, a principios de los 80. He vivido una explosión, un mayor entendimiento, una mayor libertad en la expresión de la escultura, que es donde yo me he movido. Y hoy en día ya se ha incluido la performance, se acerca al teatro, al cine…, todos los lenguajes se cruzan en el arte. Ahora la Academia solo puede ser abierta. Todo ello ya estaba ahí desde los 70 pero en estos años se ha proyectado en la vida cotidiana. Hemos vivido y conocemos todos los cambios rapidísimamente. Esto tiene su parte buena y su parte mala. La parte mala es la que perturba y enloquece, pero creo que tengo capacidad para abstraerme. En la parte buena: sabes de otras voces, lo que se hace en otros lugares, conoces el imparable avance de la ciencia, que hace real lo que parecía ficción…

—Quizá lo moderno y lo clásico se dan la mano y usted es un ejemplo de ello…

—Ha pasado siempre, pero quizás la Academia pesaba más. Ahora también hay gente con discursos muy nuevos que utilizan formas de hacer muy clásicas.

—Hace veinte años EL PAÍS le pidió a Eduardo Chillida que fuera el emblema de su aniversario. Ahora le ha pedido a usted que nos acompañe en este aniversario, el 40. ¿Qué supone para usted esta coincidencia con otro donostiarra en un propósito tan parecido?

—Fue un maestro, sin duda. Es un honor hacer este homenaje a EL PAÍS. Cuarenta años, nada menos. Apareció en un momento de cambio y estamos en otro. A Eduardo lo sentí como un maestro, pero sobre todo porque aprendí de él una naturalidad en el lenguaje de la escultura… A la vez que ocurría esto, tener a alguien tan grande y tan importante tan cerca, en la misma ciudad (lo conocí, además), me provocó el irme más lejos. Eso también debo agradecérselo, como el bagaje de poder mirar y construir con un lenguaje tan abstracto para comunicarse como la escultura.

Lo profundo es el aire

J. C.

A Eduardo Chillida, que hizo la escultura con la que EL PAÍS conmemoró sus veinte años de vida, le fascinaba el aire, la ventolera, lo que cabía entre sus manos grandes, de portero de fútbol, de hombre que peinaba el viento. Aquella expresión de Jorge Guillén, su poeta, sobre el peso del aire, le llevó a convertir el hierro en una parte de lo que vuela. Lo profundo es el aire. Dice Cristina Iglesias de esta coincidencia donostiarra sobre su escultura de hierro que ahora penderá del cielo de ARCO: "Sí, es cierto. Una escultura de esta envergadura, suspendida, te puede llevar a decir que en efecto lo que pesa es el aire y, a la vez, el texto que forma la maraña habla de una estación espacial que orbita alrededor de un océano misterioso. La escultura habla de la memoria y del tiempo". Como los periódicos. Esta mujer está habitada como Chillida por la poesía, de Paz, de Góngora, de Valente. Cuando se le evoca lo que Andrè Breton decía sobre el peso de una isla ("es un puñetazo en el aire"), ella se fija en la maraña y en su sombra. Estos hierros, dice, "son una isla en medio del aire".

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