_
_
_
_
_

Eros, tánatos y choripán

El gancho de José Tomás llenó de vida el entorno de la plaza

Pablo de Llano Neira
Cartel con José Tomás y Joselito Adame.
Cartel con José Tomás y Joselito Adame.

Al salir, en la acera, quedaban solos, tristes, los restos de las batallas que se libraron con menos templanza: aquí una botella de tequila, allá otra de brandy, luego una de Buchanan's Deluxe. Las botellas que se bebieron cuando hacía sol y entorno de la Plaza México el circo bullía porque estaba a punto de empezar el espectáculo de los toros y los hombres.

Porque fundamentalmente de eso va. De toros y hombres. Aunque en un puesto de libros de la calle se ofrecía un título sobre el papel de las mujeres: Las señoritas toreras. Historia, erótica y política del toreo femenino. ¿Olé? Junto a ese título otros como el filosófico Juego y verdad (Divagaciones taurinas) y el tanático Imagen de la muerte y otros textos.

Había barullo en la calle a las tres de la tarde. Hora y media antes de José Tomás. "Yo llevo treinta años viniendo y nunca me tocó ver tanto ambiente", dijo Vicente Amado mientras sobrevolaba su cabeza el ruido del helicóptero de la policía. Con él, apoyado contra la pared, estaba un señor de 85 años de nombre Armando Ruvalcaba y Acevedo que había visto en la Ciudad de México al ídolo de José Tomás, Manuel Laureano Rodríguez Manolete, pero no en la Plaza México sino en la plaza de La Condesa, donde ahora hay un centro comercial fino: "Era un espectáculo como torero. Era el mismo tipo de fenómeno que pasaba con este muchacho... cómo se llamaba..., Juan Belmonte".

Este muchacho, Juan Belmonte (1892-1962), hoy tendría 124 años de edad.

[Por cierto, lean Juan Belmonte, matador de toros, de Manuel Chaves Nogales. Da igual que les guste el toreo o que lo odien. Sólo tiene que gustarles leer].

Entonces, decía Armando Ruvalcaba y Acevedo que Manolete era un fenómeno. Un día antes de la corrida, un taxista me contaba una anécdota sobre una vez que toreaba Manolete en La Condesa y que la expectación era tanta que no había entradas ni manera de conseguirlas. En eso que delante de la puerta principal llegó un reluciente Cadillac, frenó lentamente y se detuvo. La puerta del conductor se abrió. Bajó un hombre muy bien vestido, miró alrededor y dijo: "Ahí está este coche. Quien me dé un boleto para ver a Manolete, es suyo". Mitos y leyendas, hombres y toros. Taxis. Olé.

Para esta corrida de José Tomás también se montó el clásico rebumbio de la reventa y los miles de dólares que algunos estaban dispuestos por ver al matador de Galapagar. Sin embargo no debía de haber un interés exacerbado por todas las clases de boletos, porque a poquito ya de que empezara la función muchos reventas aún andaban rebuscando a quién venderle. Uno estaba particularmente molesto con lo mal que le estaba yendo el negocio. Me llevó a una esquina (para que no lo viesen los polis) y me enseñó las quince entradas que todavía no había podido despachar. "Ni regalados los quieren mi güero, de ese tamaño es mi problema...".

Poco antes dos tipos discutían. Uno dijo: "Me sobran entradas". El otro le respondió: "Pues si te sobran véndelas". Y el primero: "¿Pero a quién?". El segundo: "¡¡A quien sea, cabrón!!". Es probable que ellos fueran quienes consumieron la Buchanan's Deluxe.

Otro asunto. Algunas cosas que uno puede comprarse en los alrededores de la Plaza México antes de una faena. Sombreros marca El Forajido y marca Belri West. Boinas botas capas monteras y más sombreros. Pañuelos conmemorativos a veinte pesos. Y atención: una playera que pone por abajo en letras grandes José Tomás y por arriba, en letras pequeñas, "Che Guevara. Despasito, muy despasito". Una combinación desconcertante. ¿Acaso Guevara dijo alguna vez Despasito, muy despasito? Lo único cierto es que a José Tomás le interesa mucho la figura del guerrillero argentino. Se tiene constancia de que devoró la extensísima biografía escrita por Jon Lee Anderson.

–Nuestra especialidad son los choripanes  –le dijo luego un vendedor a un aficionado a los toros.

El aficionado se compró un choripán, se lo comió con una cerveza y al terminar le dio el dinero al vendedor, que a su vez derivó el capital a una abuela que estaba sentada en sandalias en una esquina del puesto callejero trayendo y llevando billetes y monedas de su mandil.

Después todo el barullo se metió dentro. A la plaza. Dentro del Embudo de Insurgentes. Y empezó el espectáculo del herededo de Manolete. Ya cuando terminaba todo, el subdirector de la banda de música que amenizó la tarde, Narciso Bautista, reconocía que no había sido un recital taurino como se esperaba pero resaltaba que lo importante es que José Tomás había llenado la plaza y avivado el ambiente "como hace muchos años que yo no veía". A su lado estaba la aficionada Graciela Hernández, una jubilada que achacaba la irregularidad del toreo de esta tarde a la "poca calidad" de los toros. "Ya son de menos bravura. ¿No has visto cómo les chiflaba la gente? Se han degradado los toros. Y no sólo los toros. Yo creo que todos nos hemos venido degradando". Una reflexión, para cerrar la tarde, que bien podría entrar en la próxima edición de Juego y verdad (Divagaciones taurinas).

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_