_
_
_
_
_

Tocados por la gracia

'La respiración', la nueva comedia de Alfredo Sanzol en el Teatro de La Abadía de Madrid, es una joya brillante y divertidísima con actuaciones sobresalientes

Marcos Ordóñez
De izquierda a derecha, Pietro Olivera, Gloria Muñoz, Camila Viyuela, Martiño Rivas, Pau Durà y Nuria Mencía, durante un ensayo de 'La respiración'.
De izquierda a derecha, Pietro Olivera, Gloria Muñoz, Camila Viyuela, Martiño Rivas, Pau Durà y Nuria Mencía, durante un ensayo de 'La respiración'.Javier Nadal

A la salida de La Abadía un amigo me dijo que ojalá hubiera durado dos horas más: “Se está muy a gusto con esta gente”, y por esta gente no costaba entender que se refería a personas y personajes: las sensacionales criaturas imaginadas por Alfredo Sanzol en La respiración y sus no menos estupendos intérpretes. Como estaba yo igualmente encandilado con las actuaciones, peripecias y diálogos, tomé pocas notas. Apunté que el tono de Nagore se marca desde su monólogo inicial: lo que le pasa es muy doloroso, porque lleva un año padeciendo los zurriagazos de la separación, pero Nuria Mencía nos lo cuenta con tanta luz y sonrisa que vemos al mismo tiempo el malestar que le amarga la vida y su empuje para salir del pozo. O sea, que en su primera mitad es una obra sobre el abandono y la pérdida, pero no teman llantina ni reconcome: La respiración conmueve porque es vitalísima, porque la energía no permite ni un instante de bajón, y es divertida (mucho, mucho) porque su humor no busca la risa sino la verdad.

Ya estaba yo echando de menos a Nuria Mencía, que estuvo en Maridos y mujeres, de Allen/Rigola, y en otra de las joyas de Sanzol, En la luna (ambas en La Abadía, por cierto), donde encarnaba a Nagore niña, y si no era la misma Nagore se le parecía mucho, empecinada, desarmantemente sincera, con pareja capacidad para la desdicha y para comerse la vida a bocados. Nuria Mencía es, para entendernos, hija espiritual de Lali Soldevila y hermana lunar de Esperanza Pedreño. Está arrasadora de la primera a la última frase, pero fíjense también en la apabullante gama de las miradas que envía al público cuando algo la desborda, esos silencios en los que te hace percibir los asteroides dándose de tortas en su universo mental: para mí que Keaton era su tío abuelo. Me siento por una vez liberado de no tener que contar la trama de esta función: las iba a pasar perras para resumir unos giros más insospechados que los de Jardiel en Madre, el drama padre. Pongamos que esa trama es una creación de Nagore, una vía de escape. Y que es altamente inverosímil y a la vez muy verídica: esos personajes están muy bien dibujados por Sanzol con muy pocas pinceladas. Maite, la madre de Nagore, es una mujer esencialmente hippy, con mucha libertad y mucho corazón para dar y tomar. Ah, cuántas mujeres así hemos conocido los de mi quinta: que los dioses las bendigan. Y con cuánto arte la retrata Gloria Muñoz: algo me dice que no andará muy lejos de ese perfil. Hay una tercera mujer también libérrima y de rompe y rasga (o de junta y pega, mejor): Leire, muy bellamente encarnada también por Camila Viyuela, rebosante de frescura y poderío (atención a su monólogo casi shakesperiano). Y tres caballeros: Andoni, profesor de yoga (Pietro Olivera, que me recordó a un cruce entre Manolo Zarzo y Luis Politti); su hermano Íñigo (Pau Durà, un actor con una inusual delicadeza), masajista, y el vehemente Mikel (Martiño Rivas), preparador físico, hijo de Andoni, sobrino de Íñigo y novio de Leire. Sé que decir esto de los personajes masculinos es decir poco, pero también sé que si digo más les fastidio la historia. A ver si entro por otro lado. Hay algo muy rohmeriano en esta comedia: la combinatoria de las intermitencias del corazón. Rohmeriano con más salero: como si Rohmer hubiera nacido en Cádiz, por así decirlo.

Es una historia alegremente transgresora sin querer ponerse escarapelas de moderno, cosa que Sanzol nunca ha hecho y creo que nunca hará, porque la suya es una modernidad antigua, nunca programada ni etiquetable. Y muy de los años setenta, me parece a mí. Ya lo verán en la segunda mitad. Ahora me viene a la cabeza la gloriosa escena de la búsqueda del sacacorchos, y el abracadabrante descorche alternativo de una botella de vino (momentazo de Martiño Rivas). Ahí anoté: “Decirle a Vila-Matas que vaya a ver La respiración, porque está cerca del espíritu de Aire de Dylan’. Recordé la tarde en que Vila-Matas me hablaba de vanguardia feliz, y lo definía con estas palabras, que creo que le cuadran de maravilla a Sanzol: “Hay que jugar y experimentar sin olvidar el interés del público, y mantener en alto la historia sin estar sometido a ella.

Hay mucha poesía en este texto. De la buena, de la que nunca se presenta como tal. Y canciones preciosas

Más que de trama prefiero hablar de estructura, levísima y a la vez férrea, mucho más sofisticada de lo que aparenta (ahí está la gracia y la elegancia) con una dinámica magistral en el engarce de las escenas: basta con citar, por ejemplo, los habilísimos saltos de pasado a presente en una de las conversaciones capitales entre Nagore y Leire, o la gozosa narración del episodio que Sanzol titula La casa del amor, y en el que los diálogos parecen danzar. Hay mucha poesía en este texto. De la buena, de la que nunca se presenta como tal. Y canciones preciosas, con letras de Sanzol y música de Fernando Velázquez. Cada vez que suena una de esas canciones es como si se abriera una ventana y entrara una brisa muy fresca. Hablando de canciones, yo tuve todo el rato en la cabeza el feliz galope de advenimiento de Uh Oh Love Comes to Town, de Talking Heads. Y su respuesta catalana, Teresa Rampell (rampell quiere decir impulso, arrebato), de los Manel, donde el amor avanza y se propaga como un ejército de timbales, un incendio forestal o un virus tropical, y la dama protagonista es una náufraga que ha decidido probar el agua salada. Curiosa coincidencia, porque Nagore se presenta como una náufraga en mi propia cama. Bueno, pues de todo eso va la comedia. Y la última canción del espectáculo, soberbiamente cantada por Pau Durà, tiene algo de trovadoresco, de nana al amor cortés que se acorda al hálito al fin suave de Nagore.

No hace falta ser un profeta para augurarle un gran éxito a La respiración. Porque te hace feliz, porque es popular y vanguardista (o sea, para todos los públicos), porque te parte el alma de risa, y porque tanto personajes como intérpretes, para volver a lo del principio, están tocados por la gracia. Corran a La Abadía. Y corran también a la Comedia para ver Cervantina, de los superdotados Ron Lalá: todo un festival. La próxima semana se lo cuento.

La respiración, de Alfredo Sanzol. Intérpretes: Pau Durà, Nuria Mencía, Gloria Muñoz, Pietro Olivera, Martiño Rivas, Camila Viyuela. Teatro de La Abadía. Madrid. Hasta el 28 de febrero.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_