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CRÍTICA | LA JUVENTUD
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un sueño felliniano

Una obra ensimismada en la sistemática formal del director de 'La gran belleza', pero que alcanza momentos de gloria

Javier Ocaña
Michael Caine (izquierda) y Harvey Keitel, en un fotograma de 'La juventud'.
Michael Caine (izquierda) y Harvey Keitel, en un fotograma de 'La juventud'.

En una secuencia de Ginger y Fred, una de las últimas películas de Federico Fellini, su esposa y actriz fetiche, Giulietta Masina, ve en la televisión un absurdo programa de gimnasia en casa para personas mayores, en el que se pronuncia el gran subtexto del relato: “La vejez no existe”. Una gimnasia para ancianos que Paolo Sorrentino, evidente eslabón con el cine de Fellini, ha ambientado en un balneario suizo donde una serie de personajes a la deriva de la existencia acaba conformando un discurso semejante al de aquel programa de la tele, en el que a la decadencia se impone la esperanza: La juventud. Una obra un tanto ensimismada en la sistemática formal del director de La gran belleza, pero que alcanza momentos de gloria en su conjunción de texto e imagen, de onirismo y cotidianidad, de reflexión y de desvarío, en lo emocional, en lo sexual y en lo moral. Una obra hermosa y palpitante, con genio a borbotones desiguales, que, al fin y al cabo, nos habla de un lugar que todos habitaremos tarde o temprano.

LA JUVENTUD

Dirección: Paolo Sorrentino.

Intérpretes: Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano.

Género: drama. Italia, 2015.

Duración: 118 minutos.

Un prestigioso director de orquesta retirado, un realizador de cine que da sus últimos coletazos, una antigua actriz que ya no confía en su belleza, un artista del fútbol gordo como un balón que aún puede manejar el interior de su pierna izquierda como un guante, una soprano sin memoria ni mirada y un joven actor atascado en un triunfo que fue al tiempo su tumba desfilan por esta película sobre el deseo y el horror en la que finalmente hay que quedarse con las ansias. Con su habitual barroquismo, Sorrentino compone piezas de orfebrería visual y musical con la cadencia de un sueño felliniano, en el que las presencias del pasado se hacen carne ante los ojos de sus criaturas. Unos personajes a los que, principalmente Michael Caine y Harvey Keitel, imponen la mesura, la mirada y el poso del que ya lo ha visto y vivido todo, del que sabe que las líneas de texto y de actuación que están interpretando pueden ser las de sus sentimientos personales.

Alejado de la historia de fuerte desarrollo dramático de obras como L’uomo in più (2001) y del empaque histórico de su obra maestra Il divo (2008), el cine de Sorrentino corre peligro, eso sí, de ahogarse en su propia autocomplacencia. Algo de lo que se acusó a Fellini durante años mientras que ahora suspiraríamos por otra de sus películas. Así que mejor dejamos al artista con sus pinceladas de genio del instante, que seguro que sabe lo que hace. Sorrentino y su belleza inyectada en vena.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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